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Leyenda de los indios sioux

El misterio de la cantera de la piedra Pipa. Leyenda de los indios Sioux.

Leyendas. Literatura infantil y juvenil.

En aquellos tiempos, los sioux vivían cerca del gran lago rodeado de un inmenso bosque de pinos. En la tribu de los dakota vivía un valiente llamado Yerba del Medio.
 Este belicioso guerrero no estaba nada contento de su nombre. Sólo deseaba una cosa: conseguir uno nuevo que pregonara con más acierto sus numerosas victorias sobre el enemigo.

Un día, en el consejo, dijo:

-Voy a partir hacia el sur. En ese lugar en el que las águilas sobrevuelan las montañas espero conseguir un nombre digno de mí.

Los sabios de la asamblea dieron un suspiro de alivio al conocer las intenciones de Yerba del Medio. En uno de sus frecuentes arranques de cólera, ese valiente excesivamente impulsivo había ya matado a tres de sus mejores amigos.

Así que Yerba del Medio tomó su lanza y se alejó sin más dilación.

El sol acababa de levantarse por cuarta vez cuando encontró a un gran animal jorobado. Le dijo:

-Resultas ridículo con esa joroba en la espalda. ¡Apártate de mi camino, me pones nervioso!

El viejo de la columna deformada era el Espíritu de los Bisontes. Contestó con calma:

-Me pareces muy débil para meterte conmigo.

Loco de rabia Yerba del Medio no pudo contenerse:

– ¿Eres un inconsciente? ¿No ves que soy un sioux que no soporta ver a un enemigo?

-¿Soy un enemigo? -preguntó el bisonte.

-Mi espíritu es tan combativo que todo lo que no sea yo es enemigo mío -tronó Yerba del Medio sacando el pecho.

Entonces, blandió su lanza y golpeó al enorme animal. Pero la punta de sílex resbalo sobre el cuero sin penetrarle. El sioux se lamento:

– ¡Maldita sea! Tu espalda es más dura que la de los otros bisontes. He matado a más enemigos que dedos tengo en la mano. ¿Cómo es posible que no consiga ni siquiera rasguñar tu piel?

El viejo, tullido de reuma., se echo a reír:

-Tengo que confesarte que no soy un bisonte corriente. Tengo tantos años que la pelambre me sirve de escudo.

-¡Pero mi brazo es poderoso! -bramó el valiente.

-¡Poco importa un buen brazo! -se carcajéo el ancestro barbudo-. Más te valdría transmitirle tu fuerza a la lanza, te sería más útil.

-Es una buena idea -admitió el irascible guerrero.

Se concentró por un momento y transmitió toda su energía al arma. Inmediatamente se convirtió en una lanza-medicina.

-Ahora coloca la punta sobre esa roca -añadió el bisonte.

Yerba del Medio hizo el gesto y la roca saltó en mil pedazos.

-¡Vaya! -exclamó el sioux-. ¿Sabes, viejo animal, que eres un buen consejero?

-Seguramente eres más eficaz que antes -concluyó el viejo truhán-. Sin embargo, con esta lanza sólo podrás matar a los animales o a los hombres que atenten contra tu vida.

Aparentemente satisfecho, Yerba del Medio reemprendió su camino y pronto llegó ante una elevada montaña roja.

Ese era el lugar al que iban las diferentes tribus indias a buscar las piedras con las que fabricaban sus pipas de la paz. Precisamente, numerosos enemigos de los sioux estaban extrayéndolas de una gran cantera. Al momento, Yerba del Medio levantó su lanza y le ordenó:

¡Mátame en seguida a esa gente! Me son indiferentes y no puedo soportar su presencia aquí.

Pero el brazo de Yerba del Medio se bajó por sí mismo y le explicó:

-No puedo lanzar un arma contra esos hombres mientras no hayan hecho nada por quitarle la vida.

Acuérdate de lo que te dijo el Espíritu de los Bisontes.

-Qué va ser de mí -se lamentó Yerba del Medio-. Los sioux, mis hermanos, se burlarán de mí cuando se enteren de mi debilidad.

-¡En absoluto! -afirmó el brazo-. En vez de quejarte, coloca la punta de tu lanza sobre el flanco de esa montaña.

Yerba del Medio lo hizo. Apenas el sílex rozó la montaña un inmenso trozo de roca estalló en trozos.

Los indios de la cantera se echaron a correr gritando:

– ¡Mirad! Un hombre armando de una poderosa medicina ha llegado hasta nosotros. Ya no tendremos que agotarnos par extraer la roca y poder confeccionar nuestras pipas. Su lanza puede hacer explotar una montaña de un solo golpe.

Esa misma noche los indios antes enemigos de los sioux, lo invitaron a un banquete y le festejaron. También le ofrecieron tabaco y Yerba del Medio pudo fumar en las pipas que sus enemigos habían fabricado en las piedras que él arrancó a la montaña.
 Después de esta ceremonia se decidió por unanimidad que Yerba del Medio se llamaría a partir de entonces Trunca la Montaña.

Entonces el sioux se hizo justo y bueno. Se había dado cuenta de que se puede encontrar satisfacción ayudando a los otros indios en lugar de matarlos. Considerando que ahora le adornaban todas las cualidades, pensó que era de su incumbencia administrar la justicia.

Y el tiempo pasó sin que el sioux tuviera ocasión de poner en práctica la nueva función que se había atribuido. Cada vez que nacía el sol temía un poco más el no llegar nunca a actuar como justiciero.

Pero se presentó un pretexto.

En la cima de la montaña vivía un águila. Todas las semanas el ave planeaba por encima de la gran llanura, capturaba un bisonte por la piel del cuello y se lo llevaba a su nido. Allí lo devoraba para aplacarse el hambre. Durante esas comidas la sangre del bisonte corría por la montaña. A eso se debía que las piedras de la cantera estuvieran teñidas de rojo. El águila se llamaba Tso-Mi-Cos-Tii. Dicho de otra manera: Guardiana del Recinto Sagrado.

Un iroqués explicó al sioux:

-El águila de la cumbre vive en un nido-trueno*.

Está tejido con relámpagos y rayos de lluvia. El pájaro es una hembra, su macho es una serpiente. Cuando el águila pone, el cielo se oscurece, la tormenta ruge y el viento se desencadena en tempestad. El águila incuba el tiempo que dura una luna. Cuando el polluelo rompe el cascarón, llega su padre, la serpiente, le toca con la lengua y el pequeño muere instantáneamente. Por suerte el águila es eterna. De no ser así su raza se habría extinguido hace largo tiempo.

-¿Cómo lo sabes si nunca has subido hasta allí? -preguntó Trunca la Montaña al iroqués.

-Me lo ha dicho un viejo brujo. Me contó que hizo el viaje y pudo verlo con sus propios ojos. Incluso me aseguró que el águila no era más grande que la uña de mi dedo meñique.

-¡Es increíble! – gritó Trunca la Montaña -. Si no estuviera tan cansado iría a decirle dos palabras a esa serpiente.

Por la noche grandes nubes negras se acumularon alrededor del pico y rugió el trueno. Trunca la Montaña pensó: <>

Con las primeras luces del alba empezó a escalar la pendiente. En el camino encontró una comadreja.

-¿Dónde vas tan temprano? -le preguntó.

-¡Voy a hacer justicia! -contestó inmediatamente Trunca la Montaña.

-¿Quien eres tú para creerte investido de semejante misión?

-Un hombre bueno que quiere el bien de los demás. ¡Vamos, déjame paso!

La comadreja fue a esconderse en una falla en la que anidaban otras comadrejas. Mientras Trunca la Montaña se alejaba, ella gritó:

-Mirad, hermanas mías, ese es un justiciero. Ese es un justiciero. Ese es un justiciero…

El sioux se encogió de hombros y continuó trepando a lo largo de la pared. Al llegar a la cumbre, descubrió el nido. En efecto, el pájaro era minúsculo. El joven sioux se drigió a la serpiente:

-He oído decir que molestas a tu mujer matando a tus hijos. ¿Es cierto?

Por toda respuesta la serpiente tocó con la lengua al pajarillo que acababa de salir de su cascarón y lo convirtió en una piedrecita redonda.

-¡Es abominable! -rugió Trunca la Montaña fuera de sí-. Voy a matarte para que aprendas a respetar la vida.

Apuntó la lanza y golpeó a la serpiente.

Esta no reventó y el sioux se puso a balbucear:

-¿Cómo es posible que no haya pasado nada?

Este arma puede destrozar la piedra y, sin embargo, la serpiente está intacta. ¿Tendrá un poder mágico?

Burlón, el reptil silbó:

– ¿Acaso lo dudabas? ¿Es que ignoras que aquí estas entre los Espíritu? Mi mujer es el Ser Eterno y yo soy su marido, el que ve por todos los lados al mismo tiempo y el que todo lo sabe. ¿Con qué derecho va a hacer justicia un hombre? Has de saber que cada uno debe poder actuar según sus propias costumbres sin que un ignorante venga a perturbarlas. Una de la mías consiste en vigilar para que no exista nada más que un ser eterno sobre la tierra y que la paz reine en este nido. En vez de ejercer una justicia ciega, de acuerdo con tus principios, dedícate a extender mi palabra y los hombres no volverán a tener problemas.

Trunca la Montaña meditó varios días dentro del nido-trueno. Después dijo al águila hembra:

-Tu marido tiene razón. Cuando no sabemos nada de las costumbres de los otros lo sabio es dejarlos vivir a su manera.

Y añadió para la serpiente:

– Perdóname por las molestias que te he ocasionado. Ningún hombre volverá a importunarte, ¡yo me ocuparé!

Para agradecerlo, el reptil le regaló la piedrecita redonda.

-Aquí tienes a mi hijo -le dijo-. Míralo siempre que te sientas tentado a ocuparte de los asuntos de los demás. Así recordarás mejor tu promesa.

Agradecido, el sioux volvió a descender hacia la cantera. Repitió a sus amigos de todas las tribus las palabras de la serpiente. Cada uno de los indios le ofreció una pipa en piedra roja, en señal de paz. Y tras mil efusiones, Trunca la Montaña regresó con sus hermanos los sioux.

Llegó una noche, cuando se estaba celebrando un importante consejo. Trunca la Montaña contó sus aventuras y enseño la piedrecita redonda. El brujo le dijo:

-Sabíamos todo eso mucho antes de que nacieras. Nunca te enseñamos a respetar a los otros porque hasta ahora habías sido demasiado impulsivo para escucharnos. Ahora eres fuerte pero ya no volverás a matar. Ahora eres justo, pero únicamente contigo mismo. Está muy bien y tus hermanos se sentirán siempre contentos de fumar en tu compañía las pipas que has traído de tu viaje.

Orgulloso de su nuevo nombre. Trunca la Montaña vivió largo tiempo entre los suyos. Ahora ya ha muerto, pero su espíritu continúa habitando en los cuerpos de los sioux. Cuando ven una piedrecita redonda en el suelo recuerdan al Ser Eterno y no vuelven a pensar en matar a los indios de las otras tribus que no hacen lo mismo que ellos.

Los chippeway llevan en la cabeza tocados de plumas de pavo. Los crow prefieren adornarse con plumas de cuervo. Los sioux lucen plumas de águila en recuerdo del nido- trueno, y no encuentran nada que objetar a los tocados de los chippeway y de los crow.

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