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Categoría: Ciencia Ficción

Libertad Eterna...

Al abrir los ojos quedé sorprendido al ver tanta cantidad de personas mirándome. La mayoría de ellos vestidos con bata blanca y los que no, equipados con sofisticadas cámaras en los hombros alumbrando con focos de luces.
Por un momento pensé que era famoso y que me encontraba en una rueda de prensa, pero mi mente se aferró más a que se trataba de un sueño.
Lo cierto es que me encontraba en hospital, estaba claro; Personas en bata blanca, gran cantidad de herramientas médicas, olor típico, no cabía la menor duda. Pero ¿Por qué motivo me encontraba allí?...
A continuación, uno de los supuestos doctores me hizo una pregunta mirándome fijamente a los ojos:
- ¿Puedes vernos o escucharnos?- me cuestionó sigilosamente.
Fue entonces cuando dejé de pensar que se trataba de un sueño y que era totalmente real, pero... ¿Qué hacía yo en esa situación?...
Intenté contestar al doctor, juro que si, pero por más que intenté vocalizar alguna palabra me resultó totalmente imposible. Empecé a preocuparme, ya que a medida que ocurrían todos los hechos mi mente no encontraba lugar en el pasado, es decir, no podía recordar nada.
El doctor continuó haciéndome numerosas preguntas, que no logro recordar debido al estado de histeria en que me encontraba, con la esperanza de que yo reaccionase.
Mi mente hacía el esfuerzo una y otra vez por recordar algo, pero caía en el intento. Hasta que por fin sentí un impulso sanguíneo en el cerebro y exploté gritando:
- ¡¡¡Laura!!!

Lo que pasó momentos después nunca lo supe y creo que nunca lo sabré. Lo que sí posteriormente recuerdo es que me encontré en un bonito despacho. Estaba sentado en un gran sillón de cuero y frente a mi un señor con barba blanca de unos treinta y pico de años. Se presentó y seguidamente me interrogó en tono amable:
- ¿Quién es Laura?
Esa pregunta me dolió, sin conocer la razón, pero me produjo un cierto estado de tristeza y abatimiento. Seguidamente quise aparentar lo contrario y contesté con sinceridad:
- Pues no lo sé, pero... - respondí confundido.
- Por favor, dígame su nombre.- interrumpiéndome volvió a preguntarme.
- Me llamo Ángel... tengo 56 años... vivo en la calle... - contesté titubeante, temeroso y no seguro de mí mismo.

Me volvió a interrumpir replicándome que iba demasiado aprisa y que me tenía que relajar. Pasados unos segundos de silencio me volvió a preguntar, esta vez por mi familia.
- ¿Recuerda usted a sus seres queridos?

En ese instante me eché a llorar al comprobar que no podía recordar nada. Me sentía solo, sin vida, como un vagabundo sin ninguna cosa por la que luchar. Después de varios minutos sollozando quise conocer lo que estaba ocurriendo.
- ¿Qué es lo que me sucede?, ¿Tengo familia? ¿Dígame si esto es un sueño? ¡Dios mío!

¡Cuántas preguntas le hice en un momento¡ Pasaron unos minutos, y me contestó fríamente:
- Estamos en el año 2066, el 23 de septiembre de 2066.

En ese preciso momento perdí el conocimiento quedando desplomado en el gran sillón de cuero.

Días después, y tras informarme bien de todo, supe que en el año 1990 apareció en mi cuerpo una maligna enfermedad que me dirigía sin dudas alguna hacia la muerte y que meses antes de que esta se produjera firmé un contrato con una empresa en ‘crionización’. Se trataba de congelar mi cuerpo la cantidad de años que fueran necesarios hasta que la evolución de la medicina y la ciencia encontraran alguna solución al cáncer que padecía.
Pero juro que no era eso solo lo que me aterraba, no, lo que verdaderamente me hacía sentir como un alma sin cuerpo era el no tener recuerdo en el pasado.
Aunque conocido todos los hechos no veía sentido alguno a mi vida, algo me hacía luchar, se trataba de buscar la forma de recordar mi pasado.
Por este motivo seguí yendo durante tres meses al despacho de este señor, que no era otro que un psicólogo.
Por cierto, de los avances tecnológicos, físicos, informáticos y demás, prefiero no tener que hablar, debido a que serían innumerables. Nunca habría pensado que en medio centenar de años pudiera cambiar tanto la vida del hombre.
Si bien, por medio de mi psicólogo también me informé que cuando realicé la firma del contrato de ‘crionización’ constaba a su vez de una cláusula por la que me podían congelar junto a mi cuerpo algunos objetos personales, los cuales serían guardados en una bolsa hermética, que a su vez solo podría abrirse por mí, hasta el día en que me despertase o volviera a nacer, como aludía el contrato.
Mi reacción ante esta noticia fue rápida y concisa:
- ¡Por Dios! ¿Tiene usted esa bolsa?

Sin pronunciar ninguna palabra el psicólogo sacó una pequeña bolsa plateada y hermética de un cajón, y seguidamente me la entregó en la mano.
La bolsa la abrí con mayor ahínco que un niño abriendo sus regalos en un día de Reyes. Su interior constaba de tan solo una foto, una foto donde una mujer sonriente y radiante de hermosura expresaba una felicidad fascinante... cuando mis ojos se posaron en aquella mujer brillaron al igual que mi memoria, recordando todo mi pasado.
Tan grande fue el dolor y la tristeza que recordé por mi mujer, Laura, que he decidido escribir todo lo que he sentido durante estos tres meses de nueva vida, para dejar dicho a esta avanzada generación, generación de grandes avances técnicos y científicos, que lo verdaderamente importante de la vida son los seres queridos y que si se marchan debemos dar curso a la vida –porque así lo quiso Dios- para que en un futuro no lejano poder vivir eternamente junto a ellos.
Por tanto, firmo esta última carta abandonando mi libertad eterna y dejando esta nueva vida para así poder estar en el cielo junto a ti, Laura. Eternamente juntos.

José Santos Santos Sevilla, 1999
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