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Lill y la rana del estanque

Lill y la rana del estanque



Hace un tiempo vivió una niña llamada Lill cerca de un hermoso bosque donde, en uno de sus claros, había un estanque de aguas cristalinas y azules como el cielo, en el que se reflejaban fugaces nubes diurnas y las bellas y lucientes estrellas de la noche, bordeado de juncos y espadañas y habitado por multitud de animalitos. Toda una postal para el ensueño, un paraje cautivador, un lugar donde los más hermosos sentimientos podían beber de aquella agua y enraizar allí como las más bellas flores. Así es como Lill se sentía cada vez que iba allí, pues era arropada por el cautivador bienestar que parecía emanar hasta de la misma hierba que sus pequeños pies pisaban. Se sentía bien…y eso era lo que realmente la preocupaba.
Los árboles de la orilla le hacían una reverencia cuando ella llegaba, las flores le mandaban un beso en el aire y también su dulce aroma, el agua se dejaba reflejar su carita despistada y soñadora y ella se sentía feliz. Tan feliz era que casi se le olvidaba que estaba muy enferma. Su bienestar venía a rachas, y sólo era allí cuando se producía. Sabía que algo malo le pasaba porque no era una niña normal, siempre mimada por sus padres, medicándose a diario y a menudo con fuertes dolores en el pecho. Así no se podía ser feliz y la vida no era tan bonita como lo sería para otros niños sanos. Sin embargo, estando en las inmediaciones del estanque era como cerrar los ojos y soñar, y sentir que dentro de ese mundo podía volar, construir allí el castillo de sus ilusiones donde cada piedra era un deseo y cada deseo sólo el camino para seguir viviendo y respirar, sentir la brisa de la vida en el corazón y las lágrimas de la alegría rodar por las mejillas del alma. Sólo eso…seguir viviendo, sentir que formaba parte de esta vida, que no era un algo añadido por el mero hecho de poder ser prescindible, que es, en un momento dado, lo que todos podemos llegar a ser.
Y el agua jugaba a ondular la bella imagen de su rostro, la estampaba contra el azul lechoso del cielo matinal y allí parecían fundirse, ser medio agua y medio cielo, sin que nada perturbara aquél mágico espejo en el que parecían unirse la realidad con la más atesorada fantasía.
Un día, aquel espejo líquido, empezó a bullir un poquito, como si una burbuja comenzara a subir de lo más profundo del escaso metro de profundidad que tenía el estanque. Era algo que emergía a la superficie del agua como si fuera un diminuto submarino en busca del preciado aire del exterior. Tan sólo fue un momento…y todo aquello estuvo envuelto en una atmósfera sorprendente, casi hechizante. Y unos ojillos aparecieron a flor de agua, envueltos entre ondas y visos plateados:
¡Era una rana!
Lill la estaba mirando, embobada.
La rana también miraba a la niña.
En esta situación tan cómica estuvieron un buen rato, sin que ninguna de las dos dijera nada, ni la niña ni la rana… Bueno, la verdad, fue la rana quien habló primero:
-¡Hola, Lill del estanque!
La chica pareció no sorprenderse mucho más del hecho de que la rana hablase que del que le había propinado su aparición.
-¡Hola, rana! Ya veo que hablas, aunque es una cosa muy curiosa. Creo que los animales no lo hacen, no hablan nunca.
-Una cosa es que no hablemos y otra muy distinta que vosotros no nos entendáis. A veces tenemos que hacer un gran esfuerzo para hacernos comprender. Aunque con los niños la cosa resulta mucho más fácil, pues tenéis más imaginación que los adultos. Es como si tuvierais una hoja escrita en la cabeza donde pone todo lo que vas a imaginar, y en los mayores esa hoja parece ser que ya está en blanco… ¡Es una pena!
-¿Por qué antes me has llamado Lill del estanque?
-Porque este es el estanque de Lill, en el bosque todo el mundo lo sabe.
La niña prodigó una de sus bellas sonrisas al viento, que se la llevó como si fuera el sutil pétalo de una flor que prendió su aroma por todos lados:
-Gracias.
-¿Por qué me las das? –le preguntó, curiosa, la ranita.
-Por hacer que este momento sea tan feliz para mí.
De aquellos buenos momentos estaba carente Lill; de tener alguien con quien conversar, aunque fuera una ranita del estanque del bosque; de poder soñar un poco y, con ello, escapar de la dura realidad que la rodeaba. Cada día que iba al estanque y veía a su amiga la rana volvía para casa más animada, con un ligero renacer de intenciones y propósitos que, al día siguiente, volvían a menguar y hundirse, como su aspecto físico, que cada día iba estando más deteriorado.
-Eres un prodigio, ranita: Haces tú que sea más feliz que toda la medicina junta de este mundo, que no consigue resultado ninguno en mí -le dijo cierto día, conversando en el estanque.
-No oculto nada raro en mi interior, Lill. Aunque me dieras un beso no me convertiría ni en príncipe ni en nada, te lo aseguro. Solo soy una rana que puedo hablar en un idioma que tú sabes entender.
Lill quedó pensativa un momento, en algo que llevaba rondando por su cabeza un tiempo:
-¿Qué crees que pasará con los seres vivos cuando mueren? Quiero decir…sus sentimientos irán a algún lado…se convertirán en otra cosa…
La rana la miraba con sus ojos saltones y vidriosos.
-¡Qué preguntas haces…! No lo sé, supongo que sí se convertirán…o lo que sea.
-¿Crees que yo también me convertiré en algo cuando muera?
La rana quedó entristecida: le sorprendía que Lill le hablase en esos términos. Pero aunque no le gustaba que la niña se hubiera adentrado en ese oscuro e incognoscible terreno, prefirió seguirle la corriente:
-¿En qué te gustaría convertirte?
-En un árbol –dijo la chica sin pensarlo ni un instante.
-¿Por qué en un árbol, Lill?
-No quiero que te enfades conmigo, ranita por no elegir un animal en el cual convertirme. Prefiero un árbol porque no pueden hablar y no expresan el dolor que tienen para hacer sufrir a los demás; prefiero un árbol porque no pueden moverse y no huyen ni son cobardes ante la adversidad o su propia muerte; y prefiero un árbol porque están más cerca de la tierra y del cielo a la vez que nosotros.
-No sé qué decirte… ¡Ojalá se cumpla tu sueño, Lill!
“¡Ojalá se cumpla, Lill!”, parecieron decir todos los animales del bosque.
Y luego la pequeña Lill tuvo que irse para casa, pues ya era muy tarde y sus padres se enfadarían si se retrasaba demasiado. Al día siguiente la chica no pudo o no quiso ir al bello estanque del bosque, ni al día después, ni al otro… Pasaba el tiempo y Lill parecía haberse olvidado de sus amigos del estanque, de la peculiar rana que sabía hablar y del bosque al que tanto amaba. Ya no se oía el frágil chasquido de sus pequeños pies al pisar las hojas y briznas secas, ni se adivinaba su silueta saliendo entre la maleza a la par que pintaba el paisaje de una dulce ilusión con su increíble alegría. Ya no había reflejos en el agua clara del estanque que retrataran la presencia ni el recuerdo de Lill, parecía que se había olvidado de todos ellos… Probablemente no querría continuar incitando pena en todos sus amigos y lo mejor era no ir más por allí. Quizá cuando se curara fuese al estanque y todo volvería a ser como siempre.
Un día, al caer la tarde, cuando las estrellas comenzaban a asomar con timidez en el rostro del cielo y mientras el bosque era un continuo runrún de ruidos, chillidos y graznidos, el viento pareció escapar de su escondite y comenzó a revolotearlo todo, a silbar un poco en su continuado vaivén, mientras se deslizaba y se restregaba contra las ramas de los árboles y contra la hierba, contra el agua del estanque y contra los cuerpos de los animales del bosque como si fuera un gatito risueño y juguetón.
El vocerío, sin embargo, pareció no amainar hasta que una voz alta y concluyente vino a oírse por encima de aquel fenomenal lío:
-¡Silencio un momento, chicos!; el viento ha venido para hablarnos, tenemos que escuchar su mensaje, oír sus palabras silbantes.
Y después del esfuerzo que la rana habladora del estanque había hecho, pareció venir la calma, y el viento pudo, por fin, contarles su mensaje, hablar un buen rato sin que nadie le cortara, relatar las cosas que solo él puede saber en su continuo e invisible viaje por el mundo.
Luego el viento se marchó y todos quedaron pensando un momento, como si les hubiera dejado un resabio que no terminaban de digerir. La rana parladora del bosque fue quien volvió a romper la línea que a todos mantenía atónitos:
-¡Que vuelva la bulla y la alegría al bosque, amigos! ¡Cantad ranas, cantad grillos, llenad el aire con vuestro concierto ancestral y maravilloso! ¡Brillad, luciérnagas como si fuerais pequeñas estrellas colgantes de las ramas y adornad el bosque como si fuera navidad! ¡Ululad, búhos de la noche y llevad en vuestro vuelo la alegría que ha venido esta noche con el viento! Pues ahora sabemos que hoy nace un nuevo árbol en este bosque, aquí, a la orilla del estanque de los sueños.


Moraleja:

El deseo puro de Lill se edificó en su realización, y desde entonces brilla en ese árbol engalanado del bosque de nuestros sueños.

© J. Francisco Mielgo 15/11/2005
Datos del Cuento
  • Categoría: Fábulas
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