La sexta llamada de la noche no hacia mas que aumentar mi miedo, no sabia que era ahora, pero debía contestar de nuevo, cada vez que lo hacia, un terrible dolor recorría mi cuerpo, un dolor que no era mío, pero del que yo era causante, no era algo físico, como un golpe o una puñalada, pero dolía tanto o mas, era un dolor que merecía.
Llevaba 6 meses sin trabajo, y mi situación era desesperada, el dueño de la pieza donde me estaba alojando tenia una paciencia de oro, pero ya no brillaba como antes, después de tanto tiempo sin pagarle el arriendo, apenas soportaba mi desorden y ni siquiera me daba de comer. Los “pololitos” que surgían de vez en cuando no alcanzaban nada mas que para comer porquerías y tomar, y no estaba dispuesto a pedirle ayuda a mi padre, no quería ver su rostro, soberbio, restregándome en la cara mi inutilidad, diciendo con esos ojos de demonio con los que siempre me miro, que jamás serviría para algo productivo, que siempre esperaba lo peor de mi, pero lo que mas me dolía de su actitud hacia mi, era que tenia razón, me daba cuenta y me odiaba a mi mismo por mi forma de ser, unas cuantas veces intente quitarle al mundo el estigma de mi existencia, pero al final no me atrevía, el miedo se apoderaba de mi cuerpo, me quitaba el control de mis acciones, corría, corría sin rumbo, corría para huir de todo, prometiéndome que mañana comenzaría una nueva vida, que encontraría un trabajo, que cambiaria para bien, aunque mis piernas no pensaban lo mismo, sin darme cuenta me encontraba comprando una cerveza, o cualquier cosa que me sacara por un instante del puto mundo en el que vivía, si no tenia plata, la conseguía a la fuerza, hice locuras, cosas que no me gusta recordar, pero que estaban en mi conciencia, presionándome, y para olvidarlas, tomaba, cuando me quedaba de nuevo sin plata, robaba, y así, un “ciclo infinito” hundiéndome en la miseria, con la mierda hasta el cuello, así hasta que conocí a don Roberto, el dueño de la pieza, el hombre de oro, que me trato como un hijo, y le respondí de la peor manera, jamás le retribuí ninguno de los favores que me hiso, ninguna de las enseñanzas que me dio.
Después de la ultima vez que me metieron preso, por robo con violencia, mi posadero no me recibió, y lo entendía perfectamente, había asaltado a su nieta, por que quería tomar, y me mando a la…… donde merecía estar. Me sentí peor que de costumbre, no como con mi padre, jamás recibí alguna muestra de cariño de el, pero ahora era diferente, le había fallado al único hombre que había confiado en mi, sentía que debía hacer algo, ya había tocado fondo y no estaba dispuesto a cavar aun mas allá del piso.
Durante un tiempo dormía en las plazas, el verano me ayudaba bastante a no pasar frio, fui rechazado por una cantidad de gente increíble, mis papeles manchados no me daban oportunidad alguna de trabajar, y para superarlo, tomaba.
Pero un día, algo fue distinto, una mujer, una vieja mujer, me dio una oportunidad, me explico que su esposo fue un hombre que paso la mayor parte de su vida en la cárcel, pero con la oportunidad adecuada, logro salir de ese espiral que lo hundía, gracias a ella, y que por eso confiaba en la rehabilitación. No pensaba desperdiciar esa oportunidad, otra vez confiaban en mí, pero esta vez no pensaba fallar, y la oferta no era para nada mala: un lugar donde dormir, tres comidas al día y el sueldo mínimo, por el solo echo de cuidar viejos, cuidarlos de gente como yo, y los entendía bastante bien como para poder combatirlos.
Las primeras semanas fueron bastante buenas, los ancianitos me recibieron con los brazos abiertos, al parecer no recibían visitas a menudo, y me consideraban como un nieto, alguien con quien conversar, me contaban historias, anécdotas, aprendí mucho de ellos, me ayudaban a olvidar mis errores, pero al parecer, el destino no tenia planeado para mi una alegría tan duradera. Las pesadillas de las atrocidades que cometí me perseguían durante las noches, por eso dormía poco, hacer rondas nocturnas por el asilo me relajaba, de vez en cuando, soñaba con una mujer, una en particular que no recordaba, una sonrisa, una voz, una paz, algo que no encajaba en mi, que pertenecían a alguien mas, pero ella también era parte de mis peores pesadillas, un llanto terrible, un dolor que destrozaba mi corazón, despertaba de golpe, sudando, con el corazón agitado, y con escalofríos, que terminaban en fuertes espasmos, fuese a la hora que fuese no podía volver a conciliar el sueño, y para relajarme, salía a hacer una ronda.
Así fue como comenzó mi tormento, en una de las rondas nocturnas, cuando caminaba por la recepción, cerciorándome de que todo estuviera bien, comenzó a sonar el teléfono, me apresure en contestar, no debían despertarse los viejos, pero al otro lado de la línea no había nada, ni un ruido, así que corté. No estaba dispuesto a aguantar bromas de unos pendejos sin nada bueno que hacer. Cuando salía de la recepción, la llamada se repitió, conteste, decidido a putear a esos cabros de mierda, pero algo andaba mal, cuando coloque el auricular en mi oreja, mi cuerpo se paralizo, y mi voz no aparecía por ninguna parte, de pronto unos gritos salieron del teléfono, me resultaban claramente familiares, era la voz de la nieta de don Roberto, clamando por ayuda, de pronto todo se vino a mi mente, ahí estaba yo, cuchillo en mano, en un oscuro callejón, amenazándola, que me diera su cartera, o la mataría, estaba descontrolado, la golpeaba, la sacudía, y comencé a rasgar sus ropas, cuando una patrulla apareció, lo vi todo, como si de una macabra película se tratase, quería evitarlo, detenerme, acriminarme contra mi mismo, pero mi cuerpo no respondía.
Sentí unos golpes en la puerta, no recordaba como había llegado, pero estaba en mi habitación, sentado en la cama, con la ropa puesta, la dueña del asilo golpeaba con fuerza, eran las dos de la tarde, y yo no me había levantado, los viejos comenzaban a preocuparse, cuando salí de la habitación evite el interrogatorio, diciendo que no me sentía muy bien, que deseaba continuar en cama, me volví a encerrar y me acosté, me sentía cansado, como si hubiese corrido un triatlón, me dormí. Desperté de noche, y como por inercia, me dirigí hacia la recepción, apenas entre, el teléfono sonó, conteste, otra vez me quede paralizado, y lo que escuchaba, esta vez no me era familiar, los gritos que escuchaba me resultaban lejanos, pero cuando las imágenes comenzaron a aparecer, recordé, mucho tiempo atrás, una atrocidad, un crimen, pero esta vez nadie interrumpió, yo estaba ebrio, y furioso, no logro recordar el porque, la mujer que se cruzo en mi camino pago las consecuencias de algo a lo que era totalmente ajena, le robe, la golpee, la viole, y lo peor, es que nunca pague por ello. Durante muchas noches se repitieron las llamadas, cada vez que contestaba era transportado a un lugar oscuro dentro de mi memoria, era atormentado, por los crímenes que cometí, todas las noches contestaba, y me dolía, cada golpe, cada humillación, la recibía de vuelta, y no podía hacer nada por evitarlo, ese dolor, debía volver a mi, lo merecía.
Pero esta noche era diferente, mi cuerpo ya no soportaba mas, los gritos y el dolor de toda esa gente no me dejaban vivir mas, y quienes pagaban las consecuencias eran los viejos, esos viejos que me habían recibido con tanto amor, a quienes estaba fallando, quería que este tormento terminase pronto, pero no sabia cuando pasaría, la opción de quitarme la vida sonaba como una orquesta en mi cabeza, el mundo seria mejor sin mi. Cuando el séptimo llamado llego, decido contestar, esta seria mi última llamada, luego de eso, pagaría todo, pagaría con mi vida. Cuando conteste, una voz familiar sonó en el teléfono, una voz calmada, unas risas, una alegría tremenda, me sentía tranquilo, ahí estaba esa mujer, era hermosa, jugaba con un pequeño, parecían felices, pero no duro mucho, aquella visión, aquellos tiempos felices, comenzaron a ensuciarse, una oscuridad terrible lleno toda el lugar, mi corazón estaba por saltar de mi pecho, tenia miedo, no era como el que sentía cuando intentaba suicidarme, era peor, mucho peor, lagrimas brotaban de mis ojos, mientras la mujer dejaba a un lado al niño, comenzaba a preparar la mesa, el niño se acerco a mi, se aferro a mi pierna y comenzó a llorar, intentaba llamar a la mujer para que lo ayudara, pero mi cuerpo no respondía, cuando la puerta se abrió de golpe, se veía la sombra de un hombre, este comenzó a acercarse rápidamente, y tomo al niño, intente detenerlo, pero no pude moverme, un terrible olor a alcohol llego a mi nariz, mientras el hombre comenzó a golpear al niño, con furia, la mujer entro de pronto, con un cuchillo en la mano, mientras el hombre se separo del niño, que lloraba terriblemente, los ojos del hombre eran como los de un demonio, forcejeo con la mujer, le quito el cuchillo y la apuñalo, una, y otra, y otra vez, mientras el llanto de la pequeña criatura llenaba todo el lugar, mientras el hombre arremetía contra el ya frio cuerpo de la mujer, sin parar. Cuando desperté lo entendí todo, la mujer, el niño, esos ojos de demonio, eran recuerdos, mis recuerdos, que debí olvidar, que me provocaban un dolor terrible en el corazón, entendí que mi padre era el culpable, que el debía pagar, no yo, entendí que el único que podría cobrarle todo ese daño era aquel niño, yo. Corrí a la cocina, tome un cuchillo, con el único objetivo en mente de asesinar a mi padre, mis pies alcanzaban una velocidad pasmosa, impulsados por el dolor que poco a poco se fue convirtiendo en ira, entre de golpe en la casa, ahí estaba mi padre, su silueta contrastaba con la luz de la luna ahí sentado en la oscuridad.
-¡HIJO DE PUTA TE VOY A MATAR!
El bastardo ni se inmuto, seguía quieto en la oscuridad, me acerque a el, pero el no se movió, de pronto sentí que había pisado algo, un charco, encendí la luz, y lo vi, sentado en el comedor, la sangre manchando los muros, la alfombra, una sirena comenzó a acercarse mientras lo observaba, en la mano derecha sostenía un revolver, mientras en la izquierda, el auricular de un teléfono, el también había recibido una llamada nocturna.