Dicen que al ocultarse el sol lloraba hasta el amanecer, su corazón no hacía caso a su alma, cada cual se había separado en aquella guerra de armas sin manos, batalla de lenguas ruínes...

Aída, era buena, tenía todo lo que se puede desear para habitar este mundo, todo lo que produce envídia, todo lo que es odiado en su carencia.

Vivió su infáncia feliz y grata, llena de momentos rosas, de piedras blandas, de ojos alegres de manos que agarran... Un día salió al mundo, quiso conocer, saber, amar, contar con nuevas vidas... Encontró la ingratitud, el odio, la mala estirpe, el engaño que llevan las buenas obras de aquellos que nacen para llevarse vidas limpias, para hacer daño a las rosas blancas...

...Y supo lo que es sufrir, un soplo se llevó aquella alma graciosa, llena de ganas de dar, de escuchar sin recivir nada a cambio. Así lloraba en su desconsuelo, así lloró en su desengaño...
Nádie ya pudo hacerle entender su equívoco su mal perder en su mundo...

Le hice ver que exísten vidas gratas, mentes que merecen que las escuchen, corazones desconocidos que se complementan con el de los demás llegando
a ser más que parientes...

Su vida sensible flaqueó, sus ganas apagadas oscurecieron sus entrañas y Aída se cerró en un mundo nuevo, donde no existía el daño, donde a veces, asomada al balcon del pasado aparecía el presente, y a su vez, por su recuerdo, las lágrimas.