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Llego Biachis

¡ Llego Biachis ! ¡ llego Biachis ! Dos ojos enormes y negros sostenidos por una sonrisa incontenible a la que le faltaban algunas piezas dentales, unas manos que me sacudían; y de nuevo el grito ¡ llego Biachis ! ¡ llego Biachis ! Era mi hermano Iván cuatro años mayor que yo, pedí permiso para salir dejando atrás la importantísima clase de religión dictada por un profesor sindicalista y corrimos los dos kilómetros que separaban la Escuela Mixta No. 12332 con su letrerito de “El pueblo lo hizo”,hasta la chacra donde vivíamos con mi padre “El pintor flaco y barbudo” allá en el caserío de Santa Sofía en el río Utuquinía. Cuando llegamos a la casa de pona con techo de shebon, mi padre tenía la misma cara de loco y contento que mi hermano y que yo... supongo. Dos piernas largas interminables y sobre ellas una risa estruendosa, eso era mi hermano mayor... mayorcisímo ¡ Biachis ! El poeta, el conquistador de mujeres hermosas, el de los ires y venires por el mundo, esa risa tremenda alborotó los perros, las gallinas, los patos y los guacamayos que siempre rodeaban la casa. Mi padre estaba feliz. Días antes mi padre el pintor de la selva, prendió un tocadiscos de pilas y se puso a bailar solo, solito, una zamba brasilera en el patio, todos lo miramos, después nos miramos y sonreímos, él se puso triste le dieron saudades, cogió sus cañas de pescar y no regreso sino hasta el día siguiente trayendo un zúngaro, dos shiripiras y un bocón grande. Pero hoy, ¡ hoy llego Biachis ! Y comeríamos cosas raras, en latas brillantes, con etiquetas de muchos colores traídas desde no se donde, en sus maletas había de todo, aparte trajo un montón de cosas extrañas, entre ellas una chica de cabello medio rojo, que los peones de la casa miraban con curiosidad, con asombro lo mismo que mi hermano Iván, mi papá y yo, sobre todo mi papá.
Biachis me cargo con sus manos de uñas mordisqueadas y comprobé que esas piernas eternas tenían cara y esa cara se parecía a la de mi padre y a la de todos nosotros, pero más chistosa, más chiflada, yo se lo dije, él soltó la carcajada y todos nos contagiamos de su risa.
De sus maletas saco regalos , como una plancha eléctrica para Amanda la mujer de mi padre y para que servia eso si hasta ahora y por mil años más la electricidad no llegará a “Santa Sofía”. Una camisa de seda de gusano para mi padre de un color que jamás se atrevería a ponérsela; a mí me trajo unas botas talla 40 o 42 y hasta hoy solo calzo 39 pero en fin todos estábamos felices. Ya era de noche y nos iluminábamos con dos lamparines de kerosén y con las risas del hermano entrañable. Después de comer saco unos poemas escritos con unos garabatos peores que los míos y eso que yo estaba en primero de primaria; leía unas líneas junto con el pintor que parecía su hermano, su padre y su hijo, se miraban con complicidad luego se revolcaban de risa, esa risa y el murmullo de sus voces me venció, cuando me desperté estaba en mi cama sobre las vigas de la casa, quite el mosquitero y salí corriendo a ver donde estaba mi hermanazo mayorzazo, por un momento pensé que solo lo soñé. Unas carcajadas desde el río me confirmaron que era verdad, corrí lo más rápido que pude y allí estaban calatos Iván ,Biachis y mi papá sentados en las canoas echándose agua con tutumas, llenos de jabón hasta los ojos y riéndose. Me empelote rapidito y las risas desbordaron el río Utuquinía.
Tres días después Biachis se tuvo que ir de nuevo, como siempre, sin irse del todo, y la chica que trajo que era blanca y flaca estaba gorda y roja por los bichos y creo que muy caliente,.. eso dijo mi papá ¿yo no sé? Si furiosa o con fiebre o con alguna calentura, la cosa fue que ella apuro la despedida.
El flaco nos abrazo a todos con su risa cálida e inseparable y partió, como él sabia partir, por el centro mismo del río, como la lluvia, como un ave, como un canto, como un sueño, como un verso, y nosotros, todos nosotros, el resto, nos quedamos llorando a la orilla, viendo el silencio que llegaba despacio.
Estuve junto a mi hermano muchas veces más, compartimos muchas risas, viajamos por la selva y otros lugares, nos trasnochamos muchas veces en esta Lima roñosa de carcajadas. Vivimos juntos en un micro-departamento en Miraflores donde dormíamos de día y en las noches prendíamos el televisor, le quitábamos el volumen para que no estorbara nuestras risas y nos amanecíamos inventando películas con diálogos estúpidos y morbosos.
Luego tuve que partir a Colombia y cuando regrese casi diez años después nos encontramos en el mismo Miraflores pero en otro espacio. El hablaba por los dos, no me oía, pero siempre me escuchaba. Me regalo por su cumpleaños, su bastón de plata, diciéndome “te entrego mis pasos”,su encendedor de oro “te doy mi fuego” y se fue de nuevo, esta vez, montado en una carcajada interminable, me dijo que tenía una cita impostergable con César Calvo de Araujo, Chabuca Granda, Manuel Scorza, Juan Gonzalo Rose,.... en fin con todos los que aprendieron con él, a cagarse de la risa.

Angel Calvo.
Lima, junio de 2001
Datos del Cuento
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