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La noche había sido más larga de lo que debería, pero el viaje a Las Vegas era una oportunidad que solo se daría una vez en la vida. Desde siempre he oído las historias que suceden en Las Vegas. Lo que allí ocurre, allí se queda. Por eso despertarme entre los típicos cubos de basura que tienen los americanos no me parecía importante, es una anécdota más que contar a mis amigos cuando vuelva a España. O esa era mi intención en ese momento.
No recuerdo el momento en que las cosas se torcieron, pues estaba tan cansado que dormir en la basura era a opción más sencilla. Pero lo que allí vi cambió mi vida para siempre.
Llevaba ya un rato intentando levantarme cuando me di cuenta que alguien se acercaba a donde estaba mi cuerpo. Como ya he dicho el alcohol recorría mi cuerpo en una cantidad mayor de la deseada, por eso las formas se desdibujaban como manchas borrosas en el entorno. Los límites de los cuerpos eran un borrón de colores, pero aún así distinguía perfectamente el tamaño de los volúmenes.
La persona que se acercó a mi superaba los dos metros de alto. Era de un rubio platino que no conocía y sus brazos eran muy fuertes. Es la única explicación para que pudiera levantarme con esa facilidad. Yo carecía de fuerzas en ese momento, por tanto era un peso muerto. Y muerto me vi en ese instante.
Estaba en brazos de un loco de más de dos metros. No era el típico loco. Ya me veía abierto en canal en una cama metálica para extraer mis órganos vitales y sacar una buena tajada de su comercio.
Con estos pensamientos no pude más y me desmayé.
No se las horas que pasaron, pero volví en mi sentado en un sofá de polipiel algo hortera. De esos que estaban de moda hace años. Era incómodo por lo blando de sus cojines, no había forma de encontrar postura. En eso me encontraba cuando me di cuenta de lo que había pasado antes de mi sueño. O sueño esperaba que fuera.
Miré con más detenimiento la habitación. La decoración era muy antigua. El sofá era antiguo y algo desvencijado, la alfombra a los pies del sofá estaba desgastada del trajín al que se la había sometido a lo largo de los años. Desconchones por la pared me indicaron que la casa necesitaba reformas. Así es como alguien podía imaginarse una casa en la que hay sótanos escondidos para practicar el noble arte de la extracción de órganos a mendigos e idiotas que se descuidan en esta ciudad del pecado.
Sin embargo, había algo que me mosqueaba. Si iban a asesinarme por qué dejarme en un sofá sin atarme, al menos cerrarían la puerta.
Dispuesto a ello me puse en pie y me dirigí a la puerta, lacada en blanco pero con más marcas del paso del tiempo. Debajo de la puerta se apreciaba luz, alguien había en casa. Si quería escapar debía ser cuidadoso. El primer paso era abrir la puerta y rezar a Dios, a Odín o a Superlópez para que el hombre que me había llevado allí no estuviese en casa.
La puerta se abrió sin problemas, ni siquiera un pestillo la bloqueaba. Seguía siendo todo muy raro. Por tanto, aprovechando mi suerte decidí salir de la habitación. El pasillo era corto hasta llegar a un giro a la derecha, de donde procedía el resplandor que antes había visto que entraba por debajo de la puerta.
La luz era intensa, no parecía que fuese el sol, pero más bien como si hubiesen puesto juntos muchos halógenos en la misma habitación. Pensé que sería la cocina, o (en el peor de los casos) el quirófano de estos locos.
Lo que vi me heló la sangre más que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. El ser rubio que me había traído a esta casa, si es que esto era una casa, estaba de pie frente a mí, mirando las cámaras en las que descansaban cuerpos inertes de personas de todas las razas, de todas las edades y de ambos sexos.
Sin dudarlo ni un momento quise escapar, pero al darme la vuelta una luz me cegó y caí desmayado.
La siguiente vez que me desperté me observaba un grupo de gente. Estábamos en una plaza, varias calles desembocaban en ella y había grupos de personas rodeando cuerpos aún sin sentido, pero que poco a poco fueron despertando.
Durante los primeros minutos intentamos comunicarnos los unos con los otros, hasta descubrir que hablábamos idiomas distintos. Nos fuimos reuniendo los que hablábamos cada idioma intentando descubrir si alguien se podía comunicar con los demás.
De esto han pasado dos décadas. Han sido dos décadas en las que hemos aprendido a vivir todos juntos, aunque al principio el idioma fue una dificultad. El lugar en el que nos encontramos se podría asemejar a un pueblo, con varias estatuas dedicadas a seres que se parecen al que me secuestró, y que también raptó a todos los demás. Todos ellos estaban de viaje en Las Vegas.
No sabemos dónde estamos, o si, como sostienen algunos, estamos aún en la tierra. Las estaciones se suceden, el alimento nunca falta y tenemos todo lo que podemos necesitar para mantenernos vivos, sanos y salvos. Pero la duda de qué nos ha pasado es algo que nunca podemos olvidar.
Espero que algún día alguien lea el resumen de lo que nos pasó, o que tenga tiempo de explicar más de estos últimos veinte años. Los que han conseguido más poder entre nosotros están intentando que nos organicemos y busquemos una salida. No se como acabará esto.
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