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Locura de venganza

Esta vez había sido demasiado brutal, sólo era capaz de sentir dos cosas: una el intenso dolor en el estómago que le impedía respirar con facilidad, y la imparable esperanza de poder vengarse en no mucho tiempo.
Elena acababa de sufrir otra de las palizas de su marido, Víctor, provocadas por una discusión sin motivo alguno, únicamente la agresividad con la que se comportaba tras estar un rato bebiendo con sus amistades. Otra vez se había vuelto a repetir lo mismo: ella haciendo la cena en la cocina, cuando llegan las nueve y media, portazo, golpes, entrada enfurecida y colérica de Víctor en la cocina exigiendo respeto y servidumbre en todo momento. Elena asustada y asombrada, deja lo que tuviera en la mano en la encimera y despacito se acerca a su marido, le da un beso que demuestra el respeto y servidumbre exigidas; él no se conforma, quiere más, quiere que le esté esperando en la puerta de casa con la cena preparada y todo listo para que él pueda descansar en su sofá sin tener que hacer nada, y ella ya molesta explica que nunca tiene que hacer nada y que no sabe de qué se queja, que lo único que hace es beber con sus amigos y luego montar el numerito. “¿Numerito?” amenaza él ya pasando de las palabras a los hechos, mientras la coge del cuello y con la cara deformada por la ira la golpea fuertemente en el ojo tirándola contra el suelo. “No vuelvas a quejarte, y termina la cena de una vez, puta inútil”. Abandona la cocina y al oír el llanto de su mujer se da media vuelta y la levanta con fuerza del suelo, “¿Es que no me has oído?” Se acerca excesivamente a su oído para aclararle “He dicho que quiero la cena ya” y la vuelve a soltar con fuerza hacia la pared de la cocina, donde ella se agacha, pues él no le quita la mirada de encima y cada vez está más enfadado, capaz de hacer cualquier cosa. Resopla, vuelve a resoplar observando la incapacidad de su mujer para levantarse y cumplir sus órdenes, y totalmente fuera de sí comienza lo que sería su último castigo: patada en el estómago, en la espalda, en la cara, puñetazos en los brazos, en la espalda; todo en medio de gritos de furia, alaridos de dolor y un llanto cargado de terror.
Se dirige hacia la entrada del hospital, en el fondo tranquila porque sabía que era la hora, su hora. Pregunta en recepción y tras esperar unos minutos entra en la consulta del médico de urgencias, quien la explora, observa el horrible cardenal del estómago y pregunta:
-¿Cómo te lo has hecho? ¿Acaso alguien te ha pegado?
- No, ha sido un pequeño accidente con un coche a la salida del trabajo, nada grave.
-De acuerdo, de todas formas quiero hacer una analítica, no tienes buena cara.
-Está bien, me gustaría que me hospitalizaran en la habitación de siempre, si es posible.
La doctora la miraba con asombro, no entendía a que se estaba refiriendo. Elena sonrío tranquila y segura de que por fin se había salido con la suya, la venganza estaba llegando.
- Y mi marido está en casa a partir de las nueve y media.
Víctor entró en casa como todas las noches, con golpes y exigencias, pero esta vez la casa estaba vacía, no entendía como Elena había sido capaz de retarlo de esa manera teniendo en cuenta la noche anterior. Se volvió loco buscando a su mujer, y en un momento de descanso sonó el teléfono. Lo cogió intentando parecer lo más calmado posible. Se trataba del hospital provincial, bastante lejano de su casa, y preguntaban por el marido de Elena Sayas, o séase él, que acudiera al hospital lo más pronto posible.
A Víctor le entró el miedo, tenía sospechas de que Elena se hubiera atrevido a denunciarle a él, a su propio esposo. Temeroso se dirigió al hospital, pero todo fue bien distinto; la acogida de la mujer que había llamado fue muy amable y comprensiva, pero él no sabía de qué se trataba, aun así no dijo nada todavía desconfiando de lo que pudiera pasar. Acompañó a la doctora a la habitación donde se encontraba su mujer, y vio un cuerpo totalmente cubierto con una sábana blanca. Desconcertado miró a la señora que la había llevado hasta allí, que le explicó que no pudieron avisarlo antes, que todo había sido demasiado rápido.
- El cáncer estaba demasiado extendido y no sabíamos cuando podía ocurrir, ha sucedido este mediodía, ella estaba muy serena y tranquila, si le sirve de consuelo. Lo siento mucho.
Tardó unos segundos en reaccionar.
-Me está intentando decir que mi mujer ha muerto…¿de cáncer?- estaba algo desorientado.
La doctora no comprendía. “¿Acaso no sabía usted que su mujer tenía cáncer de mama? El historial lleva aquí siete meses, desde que ella se enteró, sabía que no se podía hacer nada, sólo esperar, le habían dado ocho meses pero no ha llegado.”
-Tiene que tratarse de un error.- Víctor aún no se lo creía, podía ser una equivocación o una broma, si no, no sabía que podía estar pasando.
La doctora destapó la cabeza de la mujer tumbada y Víctor vio el rostro de su mujer.
-Efectivamente, es un error, no había visto a esta mujer en mi vida.
La mujer, sorprendida recordó las últimas palabras de Elena al morir, mientras agonizaba. “No sé como reaccionará al verme muerta, pero estoy segura de que no será capaz de soportarlo” y después de esto había cerrado los ojos tranquilamente. Esa paciente le había llamado la atención por la tranquilidad y paz con la que había sufrido la agonía. Y ahora, el marido la sorprendía aún más, pero entendió que necesitaba tiempo para asimilarlo.
-Está bien, si se trata de un error, discúlpenos las molestias, puede marcharse si lo desea.
-De acuerdo.
Víctor abandonó el hospital, entró en el coche y se dirigió a casa, aparcó y subió a casa. Una vez más dio un portazo y un golpe en la pared. Entró en la cocina, y gritó exigiendo la cena hecha, furioso cerró el puño en el aire y dio un puñetazo a nada, amenazó a nadie, comenzó a dar patadas sin dar, a hablar y gritar sin ser oído, a esperar la cena que no llegaba, a esperar que se levantara alguien que no existía, a oír unos llantos que ya nunca más escucharía, a discutir una discusión que no ocurría, a seguir con su juego de control y dominio sobre los demás que reflejaba la triste opinión que tenía de sí mismo, el odio que se tenía, que aumentó al ver como su mujer se había vengado de él, muriéndose sin pedir permiso y a escondidas, no teniendo él nada que ver en ello; una forma de echarlo de su vida para siempre. Esta vez no pudo controlar a nadie, ni siquiera a él mismo; que seguía sentado en la silla chillando a nadie, pidiendo nada, sin darse cuenta de que nada existía ya, que su mujer había conseguido vengarse y escapar de sus garras, consiguiendo la libertad que él acababa de perder tan rápidamente como su propio juicio.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
alejandra sanchez
invitado-alejandra sanchez 06-07-2007 00:00:00

me parecio una historia fuerte, pero interesante.

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