Ah, Teresita Fermín del Toro, tanto apellido, tanto rancio abolengo surgido del pasado perdido de los cuentos de sus abuelos, ilusionada vivía en un eterno hermoso sueño, de hombres rudos con manos callosas, trabajadores de oficio, y de mujeres sumisas que entregaban la vida tan solo por la dicha de envejecer en una cocina alimentando tantas bocas como el marido podía crear, Teresita sin embargo arrastraba una pesada cruz, ya tenía 38 años, los tiempos de su lozanía hace mucho se habían quedado atrás, a Teresita esos años de gloriosa juventud solo le habían dejado muchos recuerdos, tres fracasos y tres hijos, uno por cada hombre que le había contado un cuento de vidas unidas, de destinos compartidos y de hijos felices bajo un techo, cobijo de un hermoso hogar. Ahora Teresita veía esperanzada a través de la ventana que daba al jardín, y desde la cual se podía ver la carretera nacional; porque esta eterna soñadora no se daba por vencida, estaba nuevamente enamorada, de un hombre justo como el que ella quería, un camionero de grueso cuerpo que demostraba a ciencia cierta que la vida no era fácil, y que había que luchar para doblegarla. Si, a Teresita había llegado un nuevo amor, era un hombre que sabía ser tierno, a pesar de la rudeza de su oficio, lastima que tenía que viajar tanto, y que debido a estos viajes se ausentaba a veces por semanas enteras, pero su sincera elocuencia había convencido a Teresita de la veracidad de los sentimientos declarados, y una vez más había entregado a un hombre su intimidad a cambio de un puñado de palabras. Ahora alternaba Teresita sus atisbos por la ventana, con breves vistazos a un ordinario almanaque de los que regalan en las tiendas de tercera clase, y sacaba cuentas, su amado ya tenía cinco semanas de ausencia, y no llamaba, el teléfono tozudo se aferraba a su silencio, y Teresita sacaba cuentas, hacia tres semanas que debía haber visto su periodo menstrual, que raro que aún no llegaba, y esas nauseas repentinas que temprano en la mañana la obligaban a levantarse antes de la hora, bueno, pero ella no estaba preocupada, porque su camionero le había prometido que volvería en pocos días, y ella entonces se sentiría mejor, fue al cuarto contiguo, donde sus tres retoños dormían la siesta del mediodía, después de verificar que todo estaba en orden, revisó su pantaleta de gruesa tela en busca de una señal positiva, solo para certificar que estaba tan limpia como podía estar, y volvió Teresita a la ventana, a esperar, a soñar y a mirar la solitaria carretera que de un momento a otro le daría el más grande de los regalos, el regreso de ese hombre que con tiernas palabras nuevamente había reavivado sus ansias de ser mujer, sus sueños de convertirse en una esposa provinciana.
El sueño de Teresita es el sueño de muchas y el cuento de Teresita es el cuento de muchas. El sueño de ella es la aspiración de todas: el verdadero amor. Convengo con Teresita en ser una soñadora y no perder la fe, pero ¿cuántos retoños le costárá antes de encontrar al amor sincero que espera?