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Los cantores de mi patio

Como no soy rico, he debido conformarme con un único cuarto cuya ventana da al patio. Un patio negro y fétido de la calle Tiquetonne, en el que día a día se amontonan mendigos, cantores y ciertos inválidos.



Hay, ante todo, un estropeado que se arrastra con el trasero sobre un carrito, un resto de hombre parecido a un ratón y que suele cantar esto:



Es la costurera

que vive en la delantera.

¡Ay, y yo sobre la trasera!

¡Qué diferente es!



Hay un sordomudo cuyo estribillo favorito es:



Nena, cuando sople el viento sobre la tierra,

escucharemos la canción de los trigos dorados.



Hay un tullido de la mano derecha que, sin dejar de exhibir su horrible muñón, vocifera con una voz de gárgola obstruida:



Esta mano, esta mano tan boni-i-ta…



Hay un manco de ambos brazos que prefiere este pasaje de una romanza de moda:



La cinturina

de mi divina

cabría, creo,

entre mis dedos.



Hay un ciego de nacimiento (vino al mundo con un caniche y un clarinete) que siempre prefiere este idilio del difunto Renard:



Cuando vi a Magdalena

por vez primera…



Viene en seguida un “pobre huérfano”:



¿Quién es como un jumento?

Mi papá.

¿Quién es como un monumento?

Mi mamá.



Un “pobre padre de familia” que aúlla, mostrando su retahíla de granujas:



Los enviados del paraíso

son mascotas, amigos míos.

Venturoso a quien se lo dota

de una mascota.



Un “obrero sin trabajo”:



Solo por la paz trabaja mi martillo…



Un paralítico:



Yo la seguía cantando

tralalá, lalá, lalá.

Diciéndole, palpitando,

tralalá.

Y la hermosa disparando…

Tralalá, lalá, lalá.



Un “viejo soldado mutilado por una esquirla de obús”, que, volviendo su rostro sin nariz hacia la escalera de las costureritas del tercer piso, les canta, sin la menor vergüenza:



¡Escúcheme usted, usted, señorita…!



El desfile siempre termina con una horrible vieja “víctima de la explosión de un polvorín». ¿Sus ojos? Dos llagas con pus. ¿Su nariz? Un agujero. ¿Su boca? Una excavación, de la que generalmente sale esta canción de “La mascota”:



¡Qué cosa dulce es un beso…



Ya pueden ustedes pensar cómo me río en mi único cuarto cuya ventana da al patio. Un patio negro y fétido de la calle Tiquetonne.


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