Una vez me encontré a tres duendes:
El Duende de la Ausencia al verme me dijo: piensa en todas las personas a las que no quieras volver a ver nunca y yo te concederé el deseo de no volver a verlas.
Me puse a meditar sobre su ofrecimiento pero no encontré ninguna persona a la que necesitara no volver a ver.
No puedo darte nombres, todas las personas que han estado o están en mi vida siempre estaría bien volverlas a ver. A las que he perdonado, porque ya las perdoné, a las que he hecho daño para pedirles perdón aunque fuera por segunda vez y a las que están en mi vida, porque no quisiera nunca que dejaran de estarlo. A las que no están, tampoco, simplemente no están.
Entonces el Duende de la Soledad interrumpió mi respuesta de esta manera: bueno, -dijo- entonces dime a mi al menos cinco nombres de personas a las que les deseas soledad.
Me puse a pensar de nuevo en todas esas personas que me habían dejado en soledad, de las que había sentido su abandono o en todas esas que simplemente rechazaron mi compañía, pero llegué a la misma conclusión: sentir soledad no es algo bueno, -dije- no se lo deseo a nadie, hay un tipo de soledad que duele mucho, es cuando estás entre mucha gente y se te aprieta el pecho pensando en quienes echas de menos. No puedo darte ningún nombre, no le deseo eso a nadie.
Fue entonces que el Duende del Miedo se acercó a mi lado y me dijo: dime al menos a mi el nombre de una sola persona, una sola persona que deseas que sienta miedo. ¿Qué tipo de miedo? pregunté de forma curiosa por tal ofrecimiento. El tipo de miedo que tú desees, me respondió el duende sin entender bien a qué clase de terror podía referirme.
Medité entonces mi respuesta y tras unos instantes, teniéndolo muy claro le dije: no puedes cumplir mi deseo, ¿porqué dices eso? -me preguntó con orgullo herido el duende por mi seguridad en la conclusión, ah, ya entiendo -añadió con aplomo- tampoco le deseas a nadie que pase miedo ¿verdad?
No, -respondí,- no es eso, es que el tipo de miedo que elijo es el miedo a amar y deseo que todas las personas que conozco lo sientan alguna vez, no puedo darte solo un nombre porque necesitaría dártelos todos.
Y ante la mirada atónita del duende continué diciendo: tal vez así puedan ponerse en el lugar de quienes nos sentimos ridículos al padecerlo, de quienes nos justificamos con millones de palabras, de quienes guardamos millones de silencios; ese miedo a amar debería ser una experiencia que tuviéramos todos, sería muy positivo, quizá al entender que en eso todos nos sentimos igual, todo se nos volvería absurdo al intentar escondernos, justificarnos, al intentar expresarnos o al hacerlo tan torpemente solo para que no nos rechacen.
Entonces el duende entendiendo mi respuesta dijo con pena: es cierto lo que dices, estaría bien que todos sintieran ese tipo de miedo pero no puedo concederte ese deseo, yo sólo puedo conceder mi deseo para una sola persona.
¿Una sola persona? repetí. Medité de nuevo sus palabras y terminé diciendo con decisión: entonces concédeme a mi otro tipo de miedo. ¿Cúal? - dijo el duende sorprendido,- es fácil - contesté: el miedo que siento a no poder llegar a romper nunca un silencio, y sentir soledad, y sentir ausencia.
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El miedo a amar produce soledad y produce ausencia, solo compartiéndolo se puede superar por que si uno se atreve a decir en alto ¡tengo miedo! el otro podría responderle: qué coincidencia ¡si yo también! y terminar riéndose de si mismas dos personas que tienen algo en común sin saberlo:
creer en los duendes.