-Buenas tardes
-Buenas tardes, señora. ¿Qué desea?
-En el pueblo me ha dicho que tiene usted los mejores huevos de la comarca.
-Hombre, siempre se exagera un poco; pero, bien mirado, no están mal... Y ¿cuantos quisiera?
-Dos. Pero antes me gustaría verlos.
-Señora, me va usted a deshuevar... Pero pase usted.
-¿Y no podría usted mostrármelos aquí?
-De ninguna manera, señora, yo mis huevos no los muestro en público.
-¿Y ahí, donde es?
-La trastienda.
-Que lóbrego y fresco es este lugar.
-Es para que la mercancía fungible no se deteriore.
-¿Pero qué está usted haciendo?
-Señora, ¿pero usted no me ha pedido que le mostrara mis huevos?
-Es usted un sinvergüenza y un depravado. Soy una mujer casada...
-¡Anda, la finolis! También yo estoy casado... ¿No era usted la que insistía en ver mis huevos?
-Perdone la confusión
-Confusión ninguna. Pues aquí, a los testículos, siempre los hemos llamado así: ¡huevos!
-Discúlpeme. Pero tengo que irme.
-Pero, diga, que le han parecido mis huevos, ¿son tan hermosos como dice la gente?
-Si son hermosos o no, no lo sé, porque no se los he mirado. Pero de lo que no me cabe duda es que usted es un mal educado.
-Y usted, señora, permita que se lo diga: una señoritonga de ciudad, que no sabe apreciar la buena mercancía.
-Buenas tardes
-Buenas tardes, señora, y vuelva cuando quiera. Ya sabe que siempre tendrá mis huevos a su disposición...