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~~Abrí la puerta lentamente…
¡En verdad, no entiendo porqué no dejaba de pensar en ella, no me explicaba por qué me comportaba de ésta manera!
“El amor te hace ser estúpido” Esa frase estaba en mi cabeza todo el tiempo, era como si tratara de justificar mi acoso reservado, esa frase me autorizaba el seguirla todas las tardes cuando salía del trabajo, observarla por las noches desde la azotea de enfrente mientras se cambia la ropa y lo que ahora estoy haciendo. No recuerdo bien cómo fue que robé la llave, no me acuerdo bien del lugar o el momento preciso, de hecho, no quiero recordarlo. No me importaba ser descubierto, podría haber inventado cualquier excusa, lo importante para mí, era tener la llave y llegar aquí, a su departamento.
Seguía escuchando la frase en mi cabeza, muchas cosas pasaban por mi cabeza, sabía bien que jamás había hecho algo similar. Eso me preocupaba, pensaba si estaba loco, no entendía por qué ella me atraía tanto, imaginaba tantas fantasías que se realizarían al entrar a su departamento…
…Dejé de pensar un momento…
El departamento es cálido, un olor a jazmines llega de repente. Frente a mí hay un sillón naranja que luce bastante cómodo, tiene algunas almohadas amarillas, un poco sucio en los bordes; se parece al sillón que tenían mis padres en la casa. Por un instante pensé que entraba a la casa de mis padres.
Reviso el comedor, en el librero hay guiones de teatro, algunas novelas de José Revueltas, algunos libros que no son fáciles de encontrar y doce tomos, de una enciclopedia bastante costosa, cubiertos de polvo que dan a entender que no han sido abiertos en años. Sobre la mesa está un libro de relatos eróticos abierto en la página 63 y un párrafo subrayado con marcador rojo:
“Ella en la cama, él en la puerta, los dos se miran decididos en lo profundo de los ojos, y como si uno fuese la mejor parte del otro, se olvidaron quién era el hombre y quién la mujer en ese cuarto pequeño que parecía un libro abierto a propósito en las páginas sobre el amor…”
Todo parece estar a mi favor, esto es más que una señal, es una proposición. Los libros jamás mienten, los libros siempre te dan mensajes, llegan a ti para descubrirte con letras los secretos que uno no se atreve a confesar. Mi corazón palpita de gozo, nada me importa, el texto en la mesa me dice que ella me espera, espera un encuentro entre nosotros. Ella lo necesita, yo, yo también.
Levanto la vista y miro el apartamento, doy unos pasos hacia la recamara ¿Estará ella esperándome sobre la cama? Fantaseo, sonrío y me detengo a observar algunos cuadros en las paredes: “El cargador de flores” de Rivera, “Mujer con rebozo” de Siqueiros, otros cuadros no conocidos que parecen ser de algunos amigos que le dedican sus obras, me lleno de celos, sólo un poco, lo necesario. Sé bien que ella es sólo mía.
Al fondo, ocupando toda la pared, una pintura me observa; es un óleo imponente, una mirada penetrante, son unos colosales ojos verdes que transmiten nostalgia, mucha melancolía, sus pupilas están dilatadas, un sentimiento de angustia me invade, bajo la mirada, mi espalda hormiguea. Enseguida noto que hay unos barrotes frente a los soberbios ojos esmeraldas, es como si me espiara desde una ventana. Me pongo inquieto, me lleno de ansiedad y se forma un hueco en mi estomago, ahora hay un testigo, una mirada que me sigue por toda la casa, quiero escapar, quiero salir de ahí… No lo hago, opto por tomar el cuadro y suavemente ponerlo con la cara hacia el suelo, así no me mirará más. Inhalo profundamente para tranquilizarme e intento seguir revisando la casa.
Regreso al comedor y tomo el libro de cuentos que está en la mesa, lo abro salvajemente, necesito leerlo, necesito seguir leyendo el cuento ¡Debe decirme más, el libro debe saber lo que debo hacer, lo que va a pasar! Buscó la página desesperadamente, necesito saber qué pasará, cambio la hoja e instantáneamente escucho ruidos, es una voz, viene detrás de la puerta, la llave entra la cerradura. Sujeto bien el texto y me arrojo detrás del sillón naranja, al caer me lastimo la costilla con el estúpido libro, aprieto los dientes y cierro los ojos para soportar el dolor. Mis piernas tiemblan, comienzo a sudar, debe ser de miedo ¿Miedo a qué? Ella me espera, el sudor escurre por mi cara y hace que parpadeé para que mis ojos no se irriten. No puedo moverme, no quiero moverme, no quiero que ella me descubra; aunque por otro lado los dos sabemos que es nuestra oportunidad, nos estábamos esperando, ella me necesita. No sé qué hacer, no sé qué pensar ¿Qué le diré, qué puedo decirle para que nuestro encuentro sea perfecto?
-Tú, tú eres el amor de mi vida, eres la persona que sueño por las noches, la que me inspira, la que me mata, la que me vuelve loco, la única mujer que desata mi instinto animal, la que me excita, la que mata. Tú eres mía, sólo mía, no hay más…
Eso diré, una persona romántica, como yo, siempre obtiene lo que quiere, siempre, los libros lo dicen. Estoy seguro que ella me mirará a los ojos, su boca me regalará una sonrisa y justo cuando sus mejillas exploten con un rojo placentero, correrá a abrazarme. Seremos felices, una vez en mis brazos ella me confesará que no puede sacarme de su mente desde que chocamos por primera vez fuera de su departamento, o cuando vio que la seguía desde su trabajo e intentó huir de mí, me dirá que está arrepentida, que deseaba que yo estuviera aquí, callaremos y viéndome de frente dirá que me ama, que tenía miedo, por eso dejó el libro abierto con ese párrafo subrayado, sabía que yo vendría a buscarla tarde o temprano, nos abrazaremos por toda la eternidad, seremos felices.
Respiro profundamente para darme valor, me levanto pausado para no asustarle y al ir incorporándome veo un hombre que me da la espalda, veo como se agacha y levanta el cuadro, es un hombre fuerte, recio, bastante corpulento. Tengo la cabeza en blanco, mi cuerpo se paraliza, el miedo crece. Yo, yo decido quedarme detrás del sillón e intento recordar si el cuadro tenía una boca, estoy asustado, mis manos sudan, el hueco en mi estomago se transforma en unos tremendos cólicos que anuncian que mi cuerpo está entrando en un estado de pánico. Trato de reconstruir la pintura en mi cabeza para saber si tiene o no boca, al mismo tiempo que trato de recordar me pregunto ¿Quién es él, qué hace aquí? ¿El cuadro tiene boca? Jamás le había visto en su departamento ¡Ah! Me siento frustrado. Permanezco acostado detrás del sillón, no me muevo, el hombre hace mucho ruido, como si registrase la casa, no quiero verle pero mi curiosidad me obliga a espiar ¿Estará buscando un arma? ¿Por qué hace tanto ruido? ¿El cuadro le habrá dicho que estoy aquí? Detrás del sillón, atemorizado, desconcertado y con un pinche libro de cuentos eróticos en la mano ¿Qué pendejadas estoy haciendo, qué?
Suena el timbre y trato de tranquilizarme. Él abre la puerta e inmediatamente sé que es ella, no puedo olvidar el olor de su perfume, cierro los ojos, suspiro su esencia, aprieto el libro como si fuese ella la que estuviera en mis manos. Si fuese por mí, me estaría toda la vida respirando su aroma. Me siento tranquilo, relajado, estoy perdidamente enamorado, no hay duda, ella es sólo para mí.
Ella habla con él en un tono muy meloso ¿Quién es él? En los dos meses que he estado siguiéndola no lo había conocido, no sé nada de él, eso me pone en desventaja ¿Porqué tiene la llave de su departamento? Quiero saber quién es él, la ansiedad me está matando.
Ellos se besan, lo sé porque reconozco el sonido de los labios cuando se unen. Las respiraciones se alteran y algunos gemidos nacen de la garganta de mi mujer, él le susurra algunas cosas, ella comienza a jadear con una pasión desmedida y grita mientras un tacón cae cerca de mí, a este le sigue la falda y por último el bra, ellos están en el sillón, yo no hablo, no me muevo, ellos lo hacen por mí. Mis ánimos y el amor que siento hacia ella se desvanecen con los gritos que da al sentir el miembro de aquel hombre robusto. Ella, la inmaculada, la virginal mujer que yo seguía todos los días, la que yo espiaba, la que yo amaba con locura, ella, estaba siendo penetrada por otro que no era yo, y más que eso, ella lo disfruta, sus jadeos me hacen saber que en verdad lo goza.
No sé cuánto tiempo paso, para mí fueron eternos esos minutos. No pienso en nada, estoy en shock, sólo veo el libro en mi mano, quiero abrirlo, no lo hago, tengo miedo que me mienta de nuevo.
Él le propone ir a la cama con una voz fatigada y un te amo sincero, mientras continua moviendo sus caderas para que su sexo la complazca; ella acepta, siguen besándose. Él le pide que no se suelte, supongo que la carga, al parecer ese sillón no es cómodo para un sexo desmedido, un sexo animal. Se dirigen a su cuarto, sólo escucho como la puerta abre y segundos después se azota haciéndome reaccionar.
Yo, yo estoy desanimado, me siento estúpido y desconcertado, sigo con la cabeza en blanco y las piernas livianas, débiles. Me levanto sin hacer ruido, suspiro y miro al cuadro, ese estúpido cuadro no tiene boca ¡Lo sabía!
Camino poco a poco hacia la recamara, quiero asegurarme que es ella, quizá me equivoqué de departamento… Ojala me haya equivocado de departamento. Pienso en eso para reconfortarme, pero lo sé, sé que no me equivoqué, es ella, porqué lo hizo ¿Por qué?
Limpio una lagrima de ira que sale de mi ojo derecho con mi hombro, dejo el libro en la mesa del comedor y tomo un cuchillo de una de las gavetas de la vitrina, mi cabeza explota, mis ojos se llenan de lagrimas, aprieto mis dientes hasta sentir un dolor en las muelas, mis piernas pesan, la espalda esta tensa al igual que mis brazos. No escucho nada más que la maldita frase por la que estoy aquí: “El amor te hace ser estúpido” y eso haré, el estúpido es el que hace estupideces. Aprieto el cuchillo con cólera y me dirijo a la habitación de esa puta, esa puta que amaba, giro la cabeza y esos ojos me miran, esos malditos ojos verdes que saben toda mi historia, ellos me han visto desde que la observaba en la azotea de enfrente, ellos se burlan de mi, ellos saben quién soy, lo saben, se burlan de mi detrás de esa ventana, puedo ver claramente sus gestos, se carcajea de mi pena, ese maldito se burla de mí... Mi cólera explota.
Está decidido, los mataré… Me detengo de nuevo y pienso que ellos no tienen la culpa, ellos no tienen la culpa, ellos se aman, yo fui el estúpido, yo fui el que creo toda esta mierda. Mi odio no me deja pensar bien, aunque por otra parte, ya no puedo detenerme, menos ahora, no puedo quedarme así, completamente degradado, sigo caminando y presiono con mayor furia el cuchillo:
-Tus miedos ya se han ido. Ahora eres el dueño de esta noche y de todas las noches de tu vida.
Era verdad; ya no sentía aquel peso enorme. Podía comenzar a verla con serenidad, sin sustos ante cada aparición de su piel…
Página 250
Clavo el cuchillo con odio y asco, lo clavo fuerte, lo clavo hasta sentirme satisfecho, liberado de mi deshonra, no podrá burlarse de mí ¡Nunca! Él me mira, sus ojos me trasmiten mucha melancolía, sus pupilas siguen dilatadas, hay sangre en mis manos, creo que las lastime al hundir el filo con tanta violencia.
Ella me mira y me grita con miedo, casi al borde del pánico, pregunta histérica ¿Qué hago ahí, qué es lo que hago? No la escucho.
A él, lo tomo en mis manos y quiebro sus costados.
Ella, mi amada, grita un nombre: ¡Esteban! Él, Esteban con su sexo al aire corre a su lado, hace las mismas estúpidas preguntas, comienzan a hartarme, me irritan pero a ellos no puedo matarlos, están enamorados.
Tomo lo que resta de ese estúpido cuadro y en un trozo de lienzo que se atora en mi brazo puedo leer: “Los mirones son de palo” Sonrío eufóricamente, estoy cansado, pasivo. Si lo hubiera sabido antes no hubiera existido la necesidad de destrozar la pintura.
Miro su rostro por última vez, mi mujer inmaculada, mi puta mujer, el amor de mi vida. No sé qué decir, ellos tampoco, los tres tenemos miedo, muevo los hombros y mi boca se va de lado, bajo la mirada y camino hacia la puerta. Tomo el libro que está en la mesa del comedor, abro la puerta lentamente y regreso a la calle a buscar alguna otra víctima de quien enamorarme, no lo puedo evitar, necesito enamorarme de alguien, necesito amar.
Nunca vimos salir el sol, fue un romance de ocasos. Siempre había pensado que el amor dependía de una conquista, y no de un acuerdo. Entendí, gracias a ella, del acceso a una infinitud que espera, del acuerdo entre el amor y el amar.
Estiro las piernas y pienso en el acuerdo entre el amor y el amar. La banqueta está caliente y la cerveza se terminó. Cierro el libro de cuentos en la página 250, mis manos aun duelen. Aunque ya no la extraño siempre quise saber quién era él ¿Su esposo, su amante? No lo sé. Ojala ellos no digan nada, yo jamás diré nada, jamás, algo que entendí de esta historia de amor es que: “Los mirones deben ser de palo”.
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