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Había una vez dos preciosas hermanitas llamadas Branda y Nadira. A las dos les gustaba ir al parque a jugar en el columpio y el tobogán. Pero un día, al llegar se encontraron con unos niños que eran diferentes: uno tenía la piel muy oscura como el chocolate, otro era muy pálido, casi amarillo, y otro rojo como un tomate.
Branda y Nadira se pusieron en un rincón y no se atrevían a acercarse a los niños, porque estaban asustadas, hasta que apareció allí el gnomo del parque:
-¿Por qué no juegan hoy, pequeñas?
–Pues porque hay unos niños de colores y nos dan miedo- respondieron ellas.
El gnomo les hizo otra pregunta:
- ¿Han visto la nueva fuente del parque?
-No, pero ¿qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?
-Pues mucho-les contestó el gnomo- vengan conmigo y verán.
Entonces las llevó hasta la nueva fuente. ¡Era enorme! Y el agua saltaba hacia las nubes y luego caía en una gran cascada. Con sus manitas, Branda y Nadira cogieron un poco del agua y la probaron. Era limpia y fresca.
De pronto, unos focos de luz hicieron que pareciera haber cambiado: el chorro se veía de un rosado intenso, parecía un gran batido de fresa...
-¡Prueben el agua!- gritó el gnomo.
Ellas lo hicieron pero el agua seguía sabiendo igual que antes.
El color volvió a cambiar y ahora era verde como la menta. Luego se volvió marrón como el chocolate. Y después, amarillo como la vainilla. Sin embargo, cada vez que la probaban, el agua sabía igual que la primera vez.
El gnomo les explicó que, aunque se viera de distintos colores, seguía siendo agua limpia y fresca. Y que igualmente, esos niños, aunque fueran de otro color por ser de razas diferentes, seguían siendo niños y seguro que estaban deseando hacer amigos y jugar.
Branda y Nadira se acercaron a donde estaban los niños de colores y se pusieron a jugar todos juntos. Y se divirtieron muchísimo, porque ellos les enseñaron muchos juegos y canciones de sus países y ellas, los juegos de su propia tierra.
Cuando comenzó a oscurecer, los niños regresaron a sus casas para descansar. Y el gnomo se quedó, como siempre, cuidando de los columpios, de la fuente y del parque, para que al día siguiente todos los pequeños de todos los colores pudieran volver a jugar.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Cuento de Milagrosa Torres Cruz
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