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Los niños de piedra

Un día, en medio de la clase de matemáticas, se fue la luz. Fue de repente y nadie se explicaba el motivo. Carlos se puso algo nervioso porque hasta hacía poco tiempo había dormido con una luz encendida en la habitación. Era algo miedoso y además muy imaginativo. Su mente creaba todo tipo de historias fantásticas plagadas de seres extraordinarios y pócimas mágicas.

Ese día, en el cole, parte de sus creaciones imaginarias acabaron por hacerse realidad. A los cinco minutos de irse la luz, una especie de bola luminosa empezó a entrar por la ventana. Cuando estaba a medio camino, cambió de color y pasó de un resplandeciente amarillo a un oscuro color verde parecido al de las espinacas.

Cuando la bola color verdura acabó por entrar en la clase, se paró en seco. En ese momento, empezó a salir de su interior un extraño ser que Carlos ni ninguno de sus compañeros supieron reconocer. De pelo puntiagudo y uñas largas y curvadas, empezó a emitir una especie de gruñido. Lo realmente curioso fue que solo Carlos podía escucharlo.

-¿No lo escucháis? ¿En serio no podéis oír ese ruido? -preguntó entrañado a los otros niños.

Nadie le respondió. Carlos se dio cuenta de que, aunque hubiesen querido, no hubiera sido posible. Todos los alumnos de la clase estaban petrificados. Se habían quedado en la postura que tenían justo antes de que apareciese la bola misteriosa. Luis tomando apuntes, Lorena sacando punta a su lápiz, Pablo sonándose la nariz, Carolina abriendo un caramelo y el profesor escribiendo unos problemas en la pizarra. El único que podía moverse, hablar y escuchar era Carlos y no sabía por qué. Para descubrirlo, empezó a recorrer la clase de extremo a extremo. Mirando detenidamente el rostro de los otros niños en busca de alguna pista. 


Mientras, el personaje de pelo puntiagudo danzaba y brincaba por todas partes. 

-He congelado el tiempo- gritaba entre risas.

-¿Por qué has hecho eso?-le preguntaba asombrado el niño.

Carlos supo pronto que aquella especie de duendecillo saltarín no tenía malas intenciones. Con su varita había petrificado a los compañeros de clase de Carlos para que este pudiera observarles con detenimiento. Había empezado hacía poco tiempo en el colegio y no conocía apenas a sus compañeros.

Con la ayuda del duende, Carlos pudo comprobar que a Luis le encantaba el color amarillo porque llevaba jersey, gafas y cinturón del mismo color. También que a Lorena le fascinaban los cuentos de caballeros andantes porque tenía uno asomando por la mochila. También se dió cuenta de que a Pablo no le gustaban las peras porque, disimuladamente, había colocado la que tenía para comer en la mesa de Carolina.

Cuando ya se dio cuenta de todos estos detalles, sus compañeros se volvieron a mover y la clase continuó con normalidad.

Datos del Cuento
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