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Los pañales

Tomasita lloraba a más no poder. Su mamá no tuvo más remedio que dejar de mirar la novela. Apoyó el tejido en el sillón y se fue a la pieza de la beba. Ni bien la alzó se dio cuenta de que estaba sucia.
Rápidamente llenó el fuentoncito para lavarla, y con mucho cariño, mientras la cambiaba le iba cantando las canciones que recordaba de cuando era chica.
¡Quedó preciosa Tomasita! Perfumada y limpia, con la colita entalcada y al aire, esperando los pañales.
La mamá rompió rápido el paquete recién comprado, que era de una marca desconocida, nueva en el supermercado.
Por la pieza corría un airecito fresco, casi veraniego. Estaban a fines de octubre,y por las tardes hacía ya un poco de calor.
Las ventanas abiertas dejaban ver el campo sembrado, y más allá, bastante más lejos, la arboleda. Acerca de esa arboleda se contaban tantas historias...
Trini desplegó el pañal y colocó a Tomasita encima, dando vuelta las cintas adhesivas, dejando ya terminada la tarea.
En ese mismo momento,la colita de la niña empezó a moverse sobre el cambiador.Se movía y se movía como queriéndose salir de allí. La mamá se sorprendió y la retuvo con pequeñas palmaditas. Pero Tomasita insistía y dando risitas cortitas y seguidas, cada vez su colita se despegaba más del cambiador.
Trini se empezó a impacientar porque ya no resultaba suficiente el movimiento de la presión de sus manos. Cuando más trataba de sujetar a la niña, ésta más se movía. Trini empezó a gritar, porque la niña estaba casi a veinte centímetros por encima del cambiador.
Nadie escuchó los gritos de Trini, sencillamente porque nadie más estaba en la casa. De modo que con resignación tuvo que ver cómo su pequeña se iba, se iba cada vez más arriba,sì, volando volando, hasta llegar a la ventana abierta.
Al pasar por allí, un soplo de fuerte viento la ayudó, empujándola hacia afuera de la habitación. Tomasita andaba a pleno campo, volando, sí, volando en el aire de octubre, con olor a trigales y a girasoles que se daban vuelta para verla pasar
¡La niña estaba encantada! Movía sus manitas de un lado a otro, saludando a todos sus conocidos. ¡Qué distintos se veían desde acá arriba! El sembrado parecía una alfombra verde verde verde, donde de tanto en tanto aparecían manchas marrones y negras. Eran las vaquitas de don Eulalio.
Pasó por el estanque de los patos y éstos, sin comprender nada, se daban la noticia unos a otros, agitando sus alas y haciendo ruidos en el agua.
Un aromito que no tenía muchos años, se reía a carcajadas moviendo tanto sus ramas que parecía que era él el que volaba.    
Cuando Tomasita pasó cerca suyo, estiró sus ramitas lo más que pudo y le dijo:
_¡Seguí, seguí, Tomasita! Vas a ver los lugares hermosos que hay más allá, y mandales saludos a los teros de la Laguna Parda, que son mis amigos_
Pero Tomasita no escuchaba nada, porque estaba muy concentrada en su vuelo. Tampoco vio cómo el viejo y centenario ombú hacía muecas de disgusto al verla pasar.
_Estos chicos de hoy día no saben ya qué inventar_ se dijo el ombú
Pero en realidad lo que sentía el árbol era una fuerte envidia. ¡El pobre estaba tan clavado a la tierra, con esas gruesas raíces!
Dos golondrinas viajeras se pusieron a la par de Tomasita para enseñarle cómo mover los bracitos.La niña no quería distraerse mirando para el costado, por temor a desconcentrarse y caer. Así es que despreció las explicaciones y siguió como pudo, haciendo lo que su cuerpito y su cabeza llena de rulos le iban indicando.
No podía entender cómo se veían tan chiquititos Doña Rita y Don Ramón, que estaban agachados sembrando la tierra. Parecían dos puntitos lejanos.
El viaje seguía seguía, y Tomasita estaba llegando a la arboleda. Ya casi entraba por entre los árboles cuando todo se puso muy oscuro.
La pequeña estaba asustada, el corazoncito le latía ràpido, tacatactacatac ,más rápido más rápido.
El impulso del vuelo se acababa. Debajo de la arboleda hacía mucho frío. Y Tomasita empezó a llorar, despacio primero, pero muy fuerte después, cuando sintió cómo la mano grande de una planta la sostenía. La niña respiró hondo. Era una magnolia, y ella sabía, porque en su casa había una, que eran muy buenas. La hoja la tranquilizó diciéndole:
_No tengás miedo, no te va a pasar nada malo . Cuando se te vaya el susto te voy a llevar a un lugar maravilloso donde te vas a divertir mucho._
Tomasita le creyó, porque seguro que esta magnolia tenia algo que ver con la del patio de su casa. A lo mejor era su hermana, o su prima. Le inspiraba confianza.
Dejó de llorar, y mientras las lagrimitas se le iban secando, en los cachetes rosados le brillaban puntitos de luz.
La hoja, ancha y lustrosa, se ondulaba con el movimiento leve del viento, y con Tomasita sentada encima.
Despacio, muy despacito, la transportó hacia un claro e iluminado lugar dentro de la espesura de la arboleda.
¡Y allí estaba la maravilla! Un montón de bebitos con los mismos pañales de la marca extraña, cantando hermosas canciones, tomados de la mano, sonriendo y bailando.
Tomasita se sumó a la ronda. Cantó con ellos, bailó , jugó, y cuando los pañales se le empezaron a desacomodar, y tuvo ganas de estar con su mamá, miró para todos lados, hasta encontrar la sonrisa amplia y brillante de la hoja de magnolia.    
No tuvo necesidad de decirle nada, porque enseguida se sintió subida con firmeza y ternura en la carnosa y cálida hoja, que le pareció igual a la alfombra de la pieza de su mamá.
La hoja la sacó del bosque de gruesos àrboles,y rápidamente, transportada en el aire de octubre, Tomasita emprendió el camino de regreso, pero esta vez, sin tantos saludos.
Lo que quería era llegar cuanto antes a su cuna en suelo firme, a los brazos y las caricias de su mamá y al olor de su mamá.

En la cuna de mimbre, Tomasiata empieza lentamente a despertarse. Pero cuando abre del todo los ojos y la ve a su mamá inclinada sobre la cunita, la niña mueve con rapidez sus bracitos.
¡Arriba, arriba, dormilona! Vamos , mi chiquita, que ya llegó la hora de tu rica mamadera. Y del cambio de pañales, seguro que están mojados.
Trini la acaricia lentamente, mientras acomoda el pañal sobre el cambiador.

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