No se que hora seria, pero la intuición me indicaba que ya pasarían de las 6:40 PM. Faltaba poco para que comenzara a obscurecer.
Me encontraba dentro del autobús foráneo junto a aquella gente que daba la pinta de pueblerinos. Estábamos a mitad del camino; y yo me quejaba en mis adentros el por que mis padres habían decidido mudarse a aquel pueblo y yo tener que ir hasta allá a visitarlos...
Todo fuera por volver a verlos, pues hasta la quincena pasada que recibí una carta de ellos, no sabia nada de sus personas desde hacia ya casi dos años.

Miré por la ventanilla, y a pesar de la obscuridad, pude ver un letrero que decía: Lipo a 200 Km. Era ahí a donde nos dirigíamos. Era el pueblo de Lipo a donde mis padres habían decidido irse a vivir. Yo no entendía por que escoger ese lugar, pero en su carta ellos me contaban que era un lugar ameno y tranquilo...
Dado solo un raro caso que solo sucedía una vez al mes, en la que el presidente municipal le pedía a la gente que se encerrara en sus casas y no salieran de estas oyeran lo que oyeran. No era otra cosa mas que un toque de queda. La gente ignoraba cuando se presentaría aquella situación, pero eran informados una semana antes del variado día y, el presidente municipal reunía a la gente del pueblo en la plaza principal y solo les decía: Dentro de una semana habrá Diana colma. Esas eran sus palabras, y toda la gente del pueblo de Lipo ya sabia que una semana después, antes del anochecer, no debían salir de sus casas.
Eso era lo que mis padre me contaron que pasaba ahí (entre otras cosas).

Recorrí con la vista a las personas que viajaban conmigo en el foráneo y pude apreciar que la mayoría dormía placidamente. Hice lo propio y no tarde mucho en acurrucarme en los brazos de Morfeo.

Ignoro cuanto tiempo habrá pasado, pero lo primero que vi al abrir los ojos fue un auto a medio camino, junto a un letrero que decía: Lipo a 2 Km. Tenia encendidas las luces de precaución. Junto a el se encontraba una mujer haciendo señales con una pañoleta al chofer del autobús en donde viajaba para que se detuviera; él lo hizo. Apenas hubo detenido el autobús y abierto la puerta para disponerse a salir, la mujer sacó una pistola y con esta encañonó al asustado chofer. Eso no fue todo, sino que después salieron de entre los matorrales tres tipos más (todos ellos portando armas de fuego). Con gritos e insultos se dirigieron a nosotros y nos ordenaron que les entregáramos todas nuestras pertenencias. Yo sudaba frío, y me dispuse a quitarme el reloj (regalo de mi padre en mi cumpleaños... maldita sea... cuanto apreciaba ese reloj); pero me sorprendió enormemente ver como ninguno de los pasajeros se disponía a obedecer a los asaltantes.
Uno de los cacos se dirigió hacia un joven como de veinte años y le colocó el arma en la sien. El chico no se inmutó (nadie de los ahí presentes lo hizo) y, yo solo esperaba el sonido del disparo y ver los sesos del joven salpicando los asientos y a la gente.

Al ver negativa de la gente a obedecerlos, la mujer amagó a un niño como de siete años, el cual estaba sentado a la derecha de su madre, junto a la ventanilla; pero ni el pequeño ni su mamá mostraron el más mínimo indicio de estar asustados.
¡Obedezcan hijos de puta antes de que comencemos a dispararles! – gritó uno de los delincuentes, a lo que el chico que permanecía amagado respondió – ¿Sus pistolas arrojan balas de plata? – la mujer que le apuntaba al niño se volvió y dijo – ¿Eres pendejo o solo lo finges? Por supuesto que no disparan balas de plata; todo mundo sabe que las balas están hechas de plomo.

El joven se sonrió y dijo – Entonces no hay problema.
Y todos ahí se volvieron a ver a través de las ventanillas a la radiante luna llena mientras se reían de los asaltantes.

FIN