Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Terror

Los últimos de Almócita

Seguro que no te suena de nada el nombre de Almócita. No es de extrañar. Siempre fue un pueblo tan pequeño que nadie sabía que existía, sólo los ciento diez o ciento doce vecinos que allí vivían. Pero es que el pueblo se fue despoblando en poco tiempo y en cuestión de tres años allí sólo quedaron Manuel y sus dos hijas. Así que no es de extrañar que se trate de un lugar perdido y olvidado.
Manuel tenía dos razones de mucho peso para no irse de allí: la primera que esa era su casa, la que heredó de su padre que a su vez heredó de su abuelo y la segunda que en el cementerio de Almócita estaba enterrada su esposa, Angélica, que había sido sin duda una santa. Él no dejaría nunca de ir a visitar su tumba para rezar por aquella gran mujer que había hecho de él un hombre feliz durante mucho tiempo.
Te puedes imaginar que las dos muchachas no estaban de acuerdo con su padre. Esto es algo evidente. Ellas tenían un futuro por delante que se iba consumiendo en la soledad de aquel pueblo olvidado y deshabitado. Un pueblo muerto con calles vacías donde el progreso no había llegado. Tenían que ir al río a lavar y a coger agua, tenían que alumbrarse con candiles y velas. Y únicamente, una vez al mes, podían ver a un hombre distinto de su padre: el molinero, que se acercaba al cruce de caminos a llevarles un saco de harina para que hicieran el pan. Sabían de oídas que el mundo avanzaba y que fuera de allí existía otra vida mucho más interesante que irse muriendo poco a poco junto a su padre, un hombre que las torturaba psicológicamente culpándolas de la muerte de su buena madre.
- Pobrecita mi Angélica. Tan buena, lo que ha tenido que sufrir por vuestra culpa. Sois tan egoístas, siempre pensando en vosotras, siempre exigiendo, siempre discutiendo. Así la pobre de vuestra madre se puso enferma. Vosotras la hicisteis ponerse enferma y la llevasteis a la tumba con tanto sufrimiento. Y ahora vais a terminar conmigo.
Las hermanas, Antonia y Amalia, sabían otra versión de esta historia. Sabían que su padre había sido violento y hasta más de una vez llegó a pegarle a su pobre madre. Sabían que su madre luchó por vivir porque no podía soportar la idea de dejar a sus dos niñas solas con aquel monstruo. Pero no podían ni siquiera insinuar algo así porque se exponían a recibir los insultos y los golpes más terribles de su vida.
Imagínate que vida tan terrible era la de estas dos desdichadas. Guardando silencio siempre y escuchando insultos y acusaciones terribles de un hombre egoísta y cerrado incapaz de ver más allá de sus narices.
Las noches en Almócita eran interminables. Sólo la luz de un candil alumbraba la vida de Antonia y Amalia y el silencio dominaba la casa. Las dos hermanas miraban con una mezcla de odio y asco a aquel hombre que estaba destruyendo sus vidas y las había convertido en dos muertas vivientes.
Tendrás que saber que el pueblo se encontraba incomunicado en todos los aspectos. Solo una vereda lo unía a la carretera comarcal que estaba a quince kilómetros de allí y una vez en ella tenías a otros diez el pueblo más cercano.
Manuel las hacía trabajar como mulas. Las obligaba a levantarse antes de que amaneciera y las llevaba al campo; y allí estaban hasta que el sol empezaba a ponerse. Cuando llegaban a la casa tenían que ponerse a hacer faenas domésticas mientras él se quitaba las botas y se sentaba con los pies sobre la mesa inundando la habitación de un olor nauseabundo.
Por eso aquella noche, Amalia, la más pequeña, decidió librarse de una vez de ese destino oscuro que amenazaba su existencia. Ella quería encontrar un hombre que la amara de verdad, conocer el mundo que había más allá de Almócita y ser alguien. Salir para siempre de ese silencio y esa oscuridad que Manuel les había impuesto.
Lo tenía todo preparado. Un hatillo con alguna ropa y algo de comida para el camino. Esperó a que todos durmieran. Desde aquella habitación que compartía con su hermana escuchaba ya los ronquidos sonoros de su padre. No dejó ninguna nota escrita, porque ya te puedes imaginar que nunca había ido a la escuela. Con mucho cuidado abrió y cerró la puerta de su cuarto para no hacer ningún ruido. Después atravesó la cocina que era la habitación que tenía una puerta que daba a la calle.
Buscó entre los cajones a tientas y cogió un cuchillo para tener alguna defensa en caso de peligro. Y siguió a tientas hasta llegar a la puerta de salida. Todo estaba muy oscuro y apenas distinguía formas ambiguas en la oscuridad.
Fue a abrir el pomo de la puerta pero en ese momento se topó con una mano. Se apartó dando un grito y una voz terrible y conocida por ella comenzó a insultarla y a darle voces. Ya te puedes imaginar quien era: su padre.
- ¿Qué ibas a hacer? ¿Marcharte? ¡Claro! Ibas a marcharte y a dejarnos a tu hermana y a mí solos. ¿Así pagas todo lo que estoy haciendo por ti? ¿Ya te has olvidado de cómo me he matado a trabajar para darte de comer? Pero tú no eres capaz de ver lo que los demás hacen por ti. Eres una egoísta y una desagradecida. Siempre lo has sido. Así enfermó tu pobre madre. ¡Tan buena como era! Y no tuvo más que sufrimientos por vuestra culpa. Tan egoístas, siempre protestando, siempre peleando. Así disteis lugar a que muriera la mujer más buena del mundo. Y ahora quieres hacerme enfermar a mí también.
Amalia lloraba por la tensión que estaba acumulando. Pensaba en miles de cosas que podía decirle pero al oír de nuevo mencionar a su madre no dudó un momento. Sacó el cuchillo que llevaba y sin pensarlo se lo clavó. Gritando como una loca empujó hacia dentro para que el cuchillo penetrara el cuerpo de aquel monstruo y acabara para siempre de insultarla y de humillarla.
- ¡Además eres una asesina! ¡Has querido matarme! ¡Dios mío, soy el padre de una maldita asesina! Pero yo me tomaré justicia en tu nombre, Dios.
En realidad el cuchillo se había clavado en el hombro y a Manuel le quedaron fuerzas para desclavárselo y levantarlo contra ella. Amalia vio como el cuchillo iba a terminar con su vida y gritó desesperada. El golpe de Manuel fracasó porque ella lo esquivó justo a tiempo y salió huyendo de nuevo al dormitorio. Entró y cerró la puerta detrás de ella y corriendo puso delante uno de los muebles de la habitación para que fuese difícil abrirla. Se apoyó en el mismo mueble y gritaba mientras Manuel seguía con sus insultos y acusaciones empujando con tanta fuerza que empezaba a abrir la puerta. Cuando tuvo espacio suficiente empezó a sacar la mano con el cuchillo ensangrentado agitando con fuerza para que ella se alejara. Amalia seguía firme empujando para cerrar pero el miedo la tenía extenuada. Finalmente la puerta se abrió y Manuel entró con el cuchillo. Su cara parecía haberse vuelto aun más terrible. Gritaba como de costumbre y daba cuchilladas a lado y a lado para matarla. Amalia no tenía ya a donde huir se movía para esquivar los golpes pero Manuel llegó a tenerla atrapada en la pared sin poder moverse ya para ninguna parte. Levantó el cuchillo y gritó:
- Ahora te vas a enterar maldita zorra.
Amalia, al sentirse acorralada, cubrió su carra mientras gritaba y esperó el fatal desenlace.
Pero algo sucedió. Manuel perdió la mirada y cayó hacia atrás desplomado. Amalia entonces se descubrió el rostro y pudo ver a su hermana Antonia mirando con frialdad el siniestro espectáculo. Acababa de dar a su padre un golpe mortal con una de las sillas que había en la habitación. Amalia dejó de gritar. Las dos se apresuraron a encender un candil y sin decir una palabra, Antonia comenzó a descuartizar el cuerpo de Manuel.
Amalia, miro con horror la frialdad con la que su hermana realizaba algo tan macabro y ante tanta tensión acumulada estalló en un llanto que parecía interminable. Después de casi una hora, Antonia rompió el silencio:
- Así, hecho trozos, podremos deshacernos más fácilmente de él. Tú y yo seguiremos aquí como si nada hubiera pasado. Iremos cada mes a coger la harina y nadie sospechará nunca lo que hemos hecho. Ahora más que nunca tenemos que estar muy unidas.
- Pero ¿Qué estás diciendo? Ahora es cuando podemos huir. Tenemos que marcharnos a la ciudad y empezar una nueva vida.
- No podemos hacer eso, Amalia. Si no seguimos aquí descubrirán tarde o temprano este crimen. Iremos a la cárcel y todo el mundo nos odiará: dos muchachas que han matado a su propio padre. ¿No te das cuenta?
Amalia no volvió a hablar. Empezó de nuevo a llorar. Comprendió que sus sueños de una vida mejor se habían frustrado para siempre. Se dio cuenta que el resto de su vida tendría que vivir en aquel rincón olvidado de Dios, acompañada de su hermana y de su culpa.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.17
  • Votos: 64
  • Envios: 2
  • Lecturas: 5234
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.116.85.102

1 comentarios. Página 1 de 1
Angel L. Blanco
invitado-Angel L. Blanco 11-06-2003 00:00:00

Supongo que al final te cansaras de que te diga que tus relatos son excelentes pero es que realmente son muy buenos. un saludo y cuidate.

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033