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Categoría: Terror

Los últimos de Almócita IV

Cuando entraron de nuevo en la casa Amalia se quedó sin respiración: un olor pestilente a pies inundaba toda la casa. Era el olor asqueroso de los pies de Manuel, que había sido habitual para ellas todas las tardes cuando llegaban del campo y él se quitaba las botas. Amalia miraba a su hermana para ver en ella alguna reacción, pero nada. Estaba claro que era de nuevo fruto de su enloquecida mente. El futuro que podía vislumbrar para su vida era cada vez más desolador. Cada momento que pasaba las cosas empeoraban. Amalia comprendió que, sin duda, iba a terminar completamente loca, como le había pasado a su hermana.
Por su cabeza empezaban a pasar pensamientos siniestros: ¿merece la pena seguir viviendo de esta manera? Empezó a planear la forma de acabar con su vida.
Antonia comprendía que su hermana estaba loca. Ya te había dicho que no se atrevía a dejarla sola. En realidad lo que más temía Antonia es que su hermana Amalia con sus llantos continuos decidiera suicidarse. Esto significaría que se quedaría en Almócita completamente sola. Aunque Amalia estuviera loca era la una esperanza que le quedaba.
Esta vigilancia constante de Antonia impidió que Amalia pudiera hacerse daño. Antonia empezó a notar que la actitud de su hermana era cada vez más peligrosa y decidió hablar con ella de una vez.
- Amalia, escúchame. Tú sabes que en la situación que vivimos sólo podemos apoyarnos la una en la otra. ¿No es así?
- Sí – contestó Amalia, casi sin poder pronunciar una palabra.
- ¿Te das cuenta de que apenas hablamos? No somos sinceras. De este modo acabaremos locas de remate. Tenemos que sentir confianza, tenemos que decirnos lo que pensemos. Debemos dejar de desconfiar la una en la otra.
Amalia empezó a llorar de nuevo. En el fondo, las palabras de su hermana le empezaban a dar una nueva esperanza. Pero a su recuerdo venía todo el horror que estaba viviendo.
- Antonia – dijo llorando – necesito tu ayuda más que nunca. Me estoy volviendo loca. Escucho a nuestro padre roncar todas las noches, huelo sus peste a pies cuando entro en la casa, y en el cruce de los caminos yo no vi al molinero sino que le vi a él. Yo sé que todo esto es fruto de mi imaginación. Pero no puedo soportarlo más. Antonia, tenemos que irnos de aquí. Prefiero estar en la cárcel y sentirme odiada por todos que seguir sufriendo este tormento.
- ¿Lo ves? Teníamos que haber hablado de todas estas cosas. No debes tener miedo. Puedes contar conmigo. Pero no podemos irnos de aquí. ¿Dónde vamos a ir? Piénsalo bien. No tenemos nada.
- No lo sé. Pero buscaremos trabajo. Seguro que hay una forma de empezar una nueva vida.
- Te aseguro que no, Amalia. Nosotras mismas hemos cerrado toda posibilidad de salir de esta situación. Nuestro padre desde el mismo infierno impedirá que salgamos de aquí. Lo sé. Yo también escucho sus ronquidos, yo también sueño con él cada noche. Pero tenemos que vivir, Antonia.
- ¿Pero que sentido tiene vivir de esta manera?
- Tenemos que vivir para que él no se salga con la suya. No nos hundirá, hermana mía, te lo prometo. No nos hundirá.
- Recuerdo que mamá rezaba muchas veces el rosario y eso le daba fuerzas para soportar la vida tan dura que le tocó sufrir. Vamos a rezar también nosotras. Quizá Dios nos ayude.
- Yo ya no tengo ni fe. Pero por ti rezaré lo que tú quieras.

Así empezó una nueva etapa más. Las hermanas volvieron a unirse. Tuvieron confianza para hablar de su miedo y de su locura; y encontraron alivio en la oración. En medio de aquella inmensa oscuridad iban buscando una esperanza de que sus vidas cambiaran. Seguían los ruidos, las pesadillas, los olores. Ellas hablaban y se contaban lo que les pasaba.
Una noche Amalia volvió a soñar con Manuel dándole gritos. Él la señalaba con el dedo y la acusaba de haber matado a su madre. Esta vez ella fue capaz de responderle:
- Tú fuiste quien mató a mamá. Tú con tu egoísmo, con tu violencia. Siempre exigiendo más de lo que se podía hacer. Y murió luchando por seguir viva porque no quería dejarnos solas contigo.
Al oír esto Manuel se enfureció hasta el punto de cambiar su rostro y llegar a parecer un terrible monstruo. Se abalanzó hacia ella con intención de estrangularla. Amalia se despertó sobresaltada y todavía sentía sobre su cuello la presión de las manos de Manuel. Pasó un rato, miró a su hermana durmiendo entre la oscuridad. Y comenzó de nuevo a escuchar los ronquidos. Pero esta vez no estaba dispuesta a esperar que llegara el día y seguir siendo presa del terror. Apenas le salía la voz del cuerpo pero empezó a llamar a su hermana.
- Antonia, Antonia despierta por favor.
Antonia se movía en la cama resistiéndose a despertar. Amalia insistía, con la voz temblorosa y empezando a llorar:
- Antonia, por favor, te necesito. Despierta, no me dejes sola con esto.
De pronto Antonia se despertó y se incorporó. Tuvo que esperar un rato para distinguir a su hermana entre las sombras. Los ronquidos se escuchaban como si toda la casa estuviera llena por ellos.
- ¿Lo estás escuchando tú también? ¿Qué vamos a hacer?
- Iremos a la habitación. Tenemos que comprobar qué es lo que pasa en esta casa.
- No, Antonia, no. ¿Y si está él? ¿Y si ha vuelto para vengarse de nosotras? Vamos a quedarnos aquí rezando.
- Si tú no vienes conmigo iré yo sola.
Antonia se levantó y encendió un candil. Amalia lloraba y dudaba. En realidad no quería ir a comprobar nada, pero tampoco quería quedarse sola en la habitación. Cuando vio que Antonia estaba dispuesta a todo se levantó también y acompañó a su hermana.
Llegaron al dormitorio de Manuel. La puerta estaba cerrada. Antonia acercó la mano a la manivela. Amalia estaba temblando. Sin lugar a dudas los ronquidos procedían de ahí. Las dos hermanas se miraron en el momento de abrir la puerta. Pero en ese instante los ronquidos dejaron de oírse. Todo volvía a estar en paz. Amalia empezó entonces a gritar y a llorar y abrazó a su hermana.
- Estamos empezando a vencerle – dijo Antonia – Su única fuerza es nuestro miedo. Si seguimos unidas le venceremos.

Gracias a esto empezaron a tener las dos una nueva confianza. Pero el día que amanecía les volvería a traer novedades. Siendo todavía muy temprano alguien empezó a golpear en su puerta. Las dos hermanas se volvieron a sentir inundadas de miedo y llenas de dudas. En Almócita hacía mucho tiempo que no vivía nadie más que ellas. ¿Quién podría llegar tan temprano a su casa? Amalia miró por la ventana y se quedó desolada.
- Es la guardia civil.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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1 comentarios. Página 1 de 1
Angel L. Blanco
invitado-Angel L. Blanco 30-06-2003 00:00:00

celedonio, como me dejas con esa intriga. por dios!!!!! escribe la continuacion. un abrazo y felicidades.

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