Después de una larga espera en la terminal del aeropuerto de Miami, el avión despega por fin. Miro la ciudad con las luces encendidas a través de la ventanilla mientras nos elevamos suavemente. Parece que surcamos la oscuridad de la noche en medio de miles de luciérnagas multiplicadas. Los destellos breves y cambiantes sobre las alas del avión calman mi ansiedad mientras nos internamos en la oscuridad del cielo. Reclino la cabeza y cierro los ojos, reteniendo durante unos instantes la imagen de mi cara en la ventanilla, mientras me arrulla el ruido regular de los motores.
Cuando abro los ojos, sin moverme, pienso que he debido quedarme dormido unos instantes...
Entonces, una intensa tristeza se apoderó de mí desgarrándome hasta el alma; mis ojos se llenaron de lagrimas, y mi corazón comenzó a tener una extraña sensación como si despertara algo que había estado dormido durante siglos
Qué terrible invasión de amargura me sostenía allí, con los ojos inundados en llanto, escuchando las ahogada voces muertas hace mucho tiempo atrás, el olor sutil y penetrante del perfume del tiempo; de cartas atesoradas, con los sobres arrugados con escritos amarillos y borrosos en un rincón guardadas; un mechón de cabellos negros de los primeros amores y las flores apretadas entre paginas de libros disipadas, mas delicadamente conservadas entre la olvidada fragancia de memorias perdidas.
El incienso del pasado me golpeaba sin piedad, mi corazón desgarrado contenía el grito dolorido mientras se rendía sin reserva a esas influencias del pasado que estaban escondidas entre el tumulto de memorias más recientes. Y me deje llevar susurrando también una canción que hace tiempo había olvidado, suspirando, navegando en un barco de velas amarillas en el mar de los recuerdos que me guiaron a través de la inmensa bruma de mi memoria. ¡Que dolor sin consuelo que desgarra y que muerde!
Es demasiado grande la tristeza como para soportarla, pues la mente se debilita y se entrega a un sueño dulce y profundo en poder de la memoria.
¡Ay de mí! Escuchaba la canción que se canto por interminables siglos a legiones de incontables oídos. Esa canción simple y profunda en su terrible monotonía monacal de los recuerdos, penas y alegrías. Es la canción de las cosas por siempre incompletas, irresueltas, descontentas. Como el viento entre los pinos y el mar en la rompiente; La memoria habla íntimamente con tal tristeza que pensé -escuchando y entendiendo - ¡Cuántas madres, padres, hermanos pueden entonces estar dormidos! Cuántos fieles amantes, cuántos amigos, ¡cuántos antiguos enemigos! Que un día se levantarán y me examinaran, y deberé enfrentarlos nuevamente, reclamarles, conocerlos, perdonarlos, y ser perdonado... los recuerdos de todo mi pasado...
Y de pronto mis sentidos me obligaron admitir que estaba muerto, enterrado con las manos cruzadas sobre el pecho, boca arriba y la negra oscuridad y el profundo silencio, constituían una evidencia imposible de contradecir.
¡Muerto! Muerto no... Quizás enfermo gravemente, o invalido o dormido por este silencio y paz.
En aquella oscura noche de verano, rasgada por frecuentes relámpagos que iluminaban las nubes que avanzaban cubiertas de tormenta, un relámpago zigzagueó en el aire, desgarrando la oscuridad, y casi inmediatamente estalló un fragoroso trueno En ese instante, tomé conciencia de un sentimiento que estremece mi corazón, y tengo miedo. La bruma comienza a disiparse, se hace visible la memoria, interminable, caminando incansable hacia el centro de las dudas buscando una explicación. Ya comienzo a recordar como un sueño dentro de otro, me aprisiona, me captura, tomando posesión de mi ser los susurrantes vientos entre los pinos... el susurro del río y la música de los álamos al inclinarse y suspirar en la dorada superficie de la arena. Hace miles de años, hace siglos de distancia.
Mas quien me ayudara a recordar, si todo se encuentra demasiado lejos, en una intensa bruma donde habita la eternidad, donde nada se ve, donde es el fin.
¡Pero, que tonto soy! Acaso este fuego intenso en mi corazón que envía la sangre turbulentamente por mis venas, y mi pulso latiendo locamente, como mi cuerpo y la piel resplandeciente no me están diciendo que ¡Estoy vivo! Si mis ojos se enternecen, y mis labios aun se estremecen con esta sensación de jubilo. Si mis brazos se encuentran extendidos abrazando al universo entero.
¡Pobre infeliz! No puedes darte cuenta que fue un sueño... instintivamente rezo una plegaria.
Aquellos breves y relampagueantes fulgores proyectaban una fantasmal claridad sobre los monumentos y lápidas del cementerio
El trabajo no resultaba difícil; la tierra ofrecía poca resistencia, y no tardó en quedarse amontonada a ambos lados. Bajar el ataúd requirió más esfuerzo.
¡Ay! Mateo, Mateo, Mateo, que de un verso has hecho prosa, quedando como una rosa, mientras nos llevas de entierro.