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Los violines de Vivaldi

Mi helado está muy frío, por eso odio los Domingos: me quedé sin poder leer los Editoriales. Ya no había manera de formar parte de una batalla intelectual. Se llevó la biblioteca de nuestra casa, perdón mi casa, y la mesa se empezó a llenar de libros sobre la llamada superación personal y el infaltable violeta que decía "Metafísica: 4 en 1". Ya no hubo nada bueno, sólo basura masticada para gente emocionalmente desequilibrada (lástima que Cuauhtémoc Sánchez no fuese conocido por esos días). Y las mañanas pasaron a ser momentos aburridos. En las tardes o hubo ronquidos y el patético Orjuela se entronó en "No me lo cambie". A falta de voluntad las cajas de arroz chino se apoderaron de nuestras tardes. Seguro fue él quien me inició en el arte de la imperfección, el cual domino a la perfección, y yo sé que fue él quien me indicó que bailar era mejor si se hacía sobre una mesa. El me enseñó que los Domingos eran buenos para no hacer nada y que los niños se quedan quietos al imaginar lo que es estar en medio de una cumbiamba de cachetadas. Me contó cómo los extraterrestres se meten bajo mi cama y así me convenció de la necesidad de dormir conmigo cada noche. Me mostró con el tiempo que vivir con él era algo maraviloso, pero jamás me explicó lo que debía hacer el día que tuviese que dejarme. Y lo extrañé, lo esperé, lo odié con mis helados y los dedos congelados. Decidí que los domingos eran días de no bañarse, aveces ver el mar y dejar que Orjuela envejeciera igual de patétio y cada vez más solo. No quise separarme de las cajas de arroz chino pero al final encontré mejores momentos en otras mesas. Me aburrí ya de esperar y decidí peinarme hacia atrás. Descubrí que sin él nada era mejor: que los extraterrestres aún duermen bajo mi cama, que los ronquidos son susurros adormilan-te-s y que los Domingos sin estar entre sus piernas son como violines ya gastados en una pieza de Vivaldi. Que los libros no iban a ayudarme, que no he podido reemplazarle y mucho menos olvidarte.

Mi helado está muy congelado, mi lengua se durmió. Es Domingo y no ha llegado. Yo no entiendo los Editoriales y apenas empiezo a leer el mastique del señor Cuauhtémoc Sánchez. El nunca dijo que se iba a ir, pero eso creo que aún puede venir (todavía no termino de leer "Tus zonas erróneas"). Ya llegan las cajas y el acetato de Mozart. Lo mejor sería Vivaldi: un habano, la muerte y los violines de Vivaldi.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
lucas
invitado-lucas 17-11-2004 00:00:00

ya te mandé un mail. es un cuento genial, de esos que siempre deseé haber escrito yo. te felicito.

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