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Un día de primavera que Lucas estaba cuidando de las flores de su jardín, su vida dio un vuelco que nunca olvidaría. Estaba tan ensimismado abonando las petunias y regando las hortensias que no se dio cuenta de que una extraña nave se aproximaba hacia él. Solo se percató cuando aquel artilugio, a medio camino entre un cohete y una avioneta de recreo, aterrizó en medio del jardín de su casa.
La nave aterrizó de forma tan brusca que una de las patas quedó seriamente dañada. Su ocupante, un pequeño extraterrestre de color verduzco, se acercó muy despacio a Lucas para evitar asustarle. Aquel extraño ser no pudo reprimir las lágrimas cuando llegó a la altura del niño. Dos verdes gotas empezaron a surcar su rostro y tan agudo era su llanto que apenas pudo articular palabra. Al final se tranquilizó y pudo contarle a Lucas lo que le había pasado.
Le relató cómo había partido de su planeta en un momento que, de tan lejano, ya no recordaba. Le contó que aquellas tierras alejadas estaban plagadas de plantas de todo tipo y condición, de animales que se cuidaban y amaban entre sí. Le dijo además que nunca tenían problemas de agua. A Lucas eso le llamó mucho la atención, porque muchas veces había escuchado que en algunos puntos del planeta Tierra había personas que ni siquiera podían bañarse o beber los 2 litros de agua al día que los médicos recomendaban. Tan maravilloso le pareció aquel planeta del que el extraterrestre le hablaba, que no se lo pensó dos veces a la hora de ayudarle a reparar la nave para que pudiese volver a él.
Acto seguido, se marchó hasta el garaje de sus padres a buscar los materiales y herramientas necesarias. Además de reparar la pata rota, juntos arreglaron el motor, los limpiaparabrisas y los cinturones de seguridad. Esto último era muy importante al igual que en los coches. Lo único era que, en el caso de la nave, se llegaban a alcanzar hasta los 500 kilómetros por hora. Así que un buen cinturón de seguridad nunca podía faltar.
En dos días Lucas y su nuevo amigo dejaron la nave como nueva. El extraterrestre pudo volver entonces a su planeta y desde allí contar a Lucas lo maravillosas que eran las cosas allí. El niño pensó que quizá pudieran aprender algo de ellos y aplicarlo en la Tierra. “Quién sabe”, pensó Lucas.
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