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Lucía cultiva sus propias legumbres

A Lucía le encantaban las legumbres. Le chiflaba el cocido de garbanzos y las lentejas con verduras, y disfrutaba como nadie con unas habas con jamón. Sus padres estaban muy contentos porque la niña comía de todo y nunca hacía ascos a probar cosas nuevas en la mesa. Como vivían en una casa de campo, cuando Lucía fue lo suficientemente mayor empezó a sentir curiosidad por la procedencia de aquellas legumbres deliciosas. Normalmente las compraban en el supermercado, pero la niña siempre había soñado con cultivarlas. 

Una tarde de sábado, Lucía fue con sus padres hasta la cooperativa del pueblo. Allí compraron tierra para cultivar, abono, herramientas de labranza y, lo más importante, un gran surtido de semillas de sus legumbres favoritas. Leyeron juntos un libro para saber en qué momento del año plantarlas y cómo regarlas para que creciesen fuertes y vigorosas. Lo primero que plantaron fueron las lentejas en pequeños vasos de yogur reciclados. 

Cuando crecieron lo suficiente, con mucho mimo y cuidado, trasplantaron los pequeños brotes verdes a la tierra que previamente habían preparado y abonado. Como indicaba el libro que habían comprado, lo hicieron a finales del otoño, aprovechando la época de lluvias. Como la temperatura óptima para su crecimiento debía oscilar entre los 6 y los 28º C, idearon un pequeño invernadero para que las plantas estuvieran bien protegidas del viento y la lluvia. Tras hacer un hoyo y esparcir las semillas, Lucía echó tierra encima con ayuda de su padre para que empezasen a germinar. Todas las semanas, echaban un ojo a la plantación para eliminar las malas hierbas que dificultasen el crecimiento de las plantas.

Por fin, tras meses de cuidados y paciencia, llegó el momento de la recolección a finales de la primavera. Las lentejas tenían ya un color entre verde y amarillo y no estaban secas del todo, tal y como indicaba el manual de cultivo. De la tarea de coger la guadaña y de separar el grano de la planta ya se ocuparon los padres de Lucía, porque era una herramienta peligrosa para una niña. De lo que sí se pudo ocupar Lucía fue de colocar su primera cosecha de lentejas en tarros de diferentes tamaños que guardar en la cocina. También de ponerlas a remojo antes de cocinarlas. El primer día que comieron lentejas de su propio huerto, a la familia le supieron mejor que nunca. Además de por lo ricas y nutritivas que eran, por el hecho de haberlas cultivado ellos mismos con esfuerzo y dedicación. Al año siguiente, como ya eran unos expertos agricultores, plantaron también garbanzos y guisantes. Pronto tuvieron una cosecha tan grande que pudieron repartir entre sus amigos y familiares.

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