Es mediodía y Soledad acaba de estacionar su auto frente al cine que acostumbra visitar todos los lunes. Elige esa hora y día por que ya ha comprobado que las personas no suelen asistir en masa a esa hora del día más pesado de la semana. Siempre recuerda la vez en que fue un martes a las siete de la noche, sólo para hacerle trampa a la rutina: Gente por doquier haciendo colas interminables para alcanzar las entradas a mitad de precio. Más gente esperando entrar a su sala destinada para ver las películas más sosas de la cartelera. Las parejas ocupando los asientos de las últimas filas, lugar que ella suele ocupar. Los niños llorando porque no les compraron el combo de pop cor extra-grande. En fin y por eso, Soledad, sabe que es mejor asistir al cine los lunes a Mediodía y mucho mejor si va sola, condición que el destino le ha propuesto a cambio de menos sufrimiento que tal vez no garantice su felicidad.

Antes de bajar del auto revisa en su agenda Pascualina la película que le toca ver esta vez, el número de sala y el horario programado. A pesar de sus veinticinco años, no le preocupa la vergüenza a la que tendría que exponerse al ser pillada escribiendo en su colorida agenda que la acompaña más tiempo que un amigo y que desde hace diez años es su mayor confidente. Hoy toca una de esas comedías románticas con Adam Sandler, que la hacer reír a carjadas y llorar en el final previsible porque el amor siempre triunfa, aunque ese éxito sea exclusivo de las películas. Paga su entrada con una cómoda tarjeta que por cada seis entradas pagadas recibe una totalmente gratis. Entra a la sala asignada y es un alivio que ella sea la única pagante, así puede jugar con la idea de su sala privada y soñada. Puede estirar sus largas piernas como se le antoja y hacer todo el ruido posible al masticar esas papas fritas que son su perdición y que la hacen olvidar todas las estrictas dietas a las que se acostumbra regir el resto de la semana.

Como es costumbre y mientras la empresa cinéfila la entretiene con próximos estrenos antes de dar inicio a la película, Soledad mira a los lados sólo para descubrir que el nombre eterno que eligieron sus padres para ella no fue a propósito. Recuerda estar sola en los pocos momentos que ha tenido que recibir una alegría y también le apenar recordar que cuando más prometieron estar a su lado las personas en las que confió, ella termino asistiendo al cine sola, como hoy y como cada lunes. Le entristece recordar esos ratos. Las invitaciones que ha tenido que rechazar porque sabe que, tarde o temprano, el final lo escriben generalmente los chicos que de tanto buscar eso que no encuentran terminan por dejarla en el mismo estado en el que la encontraron. Mirar atrás y recordar compañias y besos falsos la deprime infinitamente. Por eso se abraza con excesiva fuerza mientras sigue esperando la historia que eligió ver este día, tanto que se araña las partes superiores de la espalda. Cerrar los ojos y creer que no esta sola debe ser divertido para ella, que sonríe por sus acciones raras. Sabe que es un consuelo seguir en esta situación y no piensa atreverse a cambiarla por una futura invitación a menos que ella sepa que va a superar su propia y excelente compañía.

Ni bien termina la película se retira con prisa antes que enciendan las luces y el personal de limpieza note el par de lágrimas que ha dejado caer por la emoción de la trama y también porque sospecha que esas cosas que ella ve en pantalla grande nunca sucederá en su pequeña vida.