Hacía mucho que le observaba mientras pasaba por la puerta de mi casa, saludándome siempre que me encontraba. Era un anciano de más de ochenta años, soltero, y de pocas palabras… “Si”, “No”, “Buenos días”, Buenas tardes”, “Buenas noches” y “Muchas gracias”… nada más. Si alguna vez se acercaba a alguien tenía un papel escrito en donde pedía lo que necesitaba, lo dejaba y esperaba, para luego decir: “Muchas gracias”… Por ello en todo el pueblo se le conocía como un extraño. Era carpintero, y trabajaba en un taller en las afuera del pueblo, era extraño que a su edad aún tuviera las fuerzas para continuar trabajando pero, allí estaba el anciano carpintero… Por eso era que me ponía indeciso al escuchar el plan de mis amigos de jugarle una broma al viejo carpintero.
Me decidí y dejamos una carta que yo redacté en su cabaña ubicada en una de las quintas más desoladas del pueblo. En la carta, una mujer le contaba que hacía mucho tiempo que le observaba, que deseaba conocerle, pues, al igual que él, estaba sola. Le decía que fue abandonada con dos pequeños por un mal hombre y que anhelaba tener una amistad con él… y ese tipo de historias noveladas. Remitimos una casilla postal, y esperamos. No pasó más de una semana cuando recibimos la carta del anciano. Increíblemente se había tragado nuestra historia, y, llenos de risa, continuamos escribiendo, y, siempre, al cabo de una semana, recibíamos su carta.
Mis amigos se cansaban de continuar con aquel juego y si seguimos fue porque las cartas del viejo eran muy tiernas y muy bellas… Al cabo de un tiempo más, quedé yo solo, y así continué por más de seis meses hasta que decidí, ante las chacotas de mis amigos que debía parar el tren del correo. La última carta le explicaba que la señora tenía que viajar muy lejos, y por motivos de trabajo, dejaría de enviarle sus cartas.
Yo creí que con eso, el viejo pararía su ilusión, pero no fue así, el anciano continuó mandándome cartas a la misma casilla por más de dos años, y así continuaría si no fuese porque uno de mis amigos le escribió que yo era quien mandaba las cartas en nombre de aquella señora, y que todo no había sido mas que un juego, un terrible juego… Aquello fue tan brusco como para aplastar todos sus sueños, y así fue, pues desde aquella vez no recibimos una sola carta mas… Al principio me alegré pero, cada vez que pasaba por mi casa, y aunque sabía que era yo quien me había burlado de él, no hubo día donde no dejase de saludarme cuando me encontraba…
Lo malo de esta historia es que no termina allí. Desde aquel día el anciano empezó a comprarse cosas como si tuviera familia, por ejemplo: ropa para niños, un juego de cubiertos completo y todo ese tipo de cosas que provocaba las mudas burlas de todo el pueblo; pensaban que estaba loco, y loco por mi culpa…
Aquello me causó una profunda pena, y, con ese sentimiento de culpabilidad decidí visitarlo, pero siempre que iba lo escuchaba trabajando, machacando cosas de madera… “Esta trastornado”, pensaba, pero siempre, sin tocar la puerta, me daba vueltas y vueltas como un gorgojo por la luz de su casa, pensando que así quemaría mi culpabilidad. Deseaba que me perdonase, que mi deseo no fue provocar su locura.
Una noche mientras pasaba por su casa, vi a través de su ventana unas sombras que llamaron mi atención. Me acerqué a la ventana, y me quedé pasmado al ver que el anciano había creado tres muñecos de madera de tamaño natural. Una mujer y dos niños de madera estaban sentados al borde de su mesa mientras, como una familia, el anciano cenaba y conversaba con cada uno de ellos… Era penoso verlo sacar los cubiertos, limpiar los platos, cargar los muñecos y llevarlos a sus camas, para luego, irse el a descansar… “Esta loco”, me dije, pero observé que su rostro era pleno y no dude al pensar que el viejo era más feliz que nunca, y yo, envidié su fantástico delirio.
Desde aquel día, como una sombra, le visitaba. Extrañamente, me gustaba ver la simpleza con que había remediado su soledad. Se le veía más comunicativo que nunca cuando iba a su trabajo, ya no decía las mismas palabras, no, era más cordial, daba gusto verle y escucharle: “Señora, como está su familia”, “Que tenga un bellísimo día”, haciéndome sentir como una infeliz sombra.
Una noche, mientras el viejo llegaba a su casa, le observé moverse como si hubiera perdido algo, me acerqué a la ventana y me di cuenta que buscaba sus muñecos de madera. Lívido, el anciano comenzó a llamarlos. De pronto, todo el cuarto oscureció, y vi que tres muñecos animados se le acercaban con un pastel lleno velas. El viejo, así como yo, quedamos boquiabiertos. Quise huir, pero un sentimiento me aguantó, y continué observando… Vi como se llevaban al viejo hacia la mesa, cantándole la canción de cumpleaños y antes de que el viejo apagara las velas, le dijeron que debía pedir un deseo… El viejo cerró los ojos y vi como le caían lagrimones brillantes como si fueran huevos estrellándose contra el piso… Abrió los ojos y sopló las velas, y todo se hizo oscuro, silencio, parecía como si fuera un templo... Me paré y me fui. No deseba ver más, pensé que el viejo carpintero me había contagiado su hermosa locura.
A la mañana siguiente no salí de mi casa, pero al día siguiente me levanté, deseaba verlo para saludarle, y decirle cualquier cosa… fue inútil pues el anciano no pasó por la puerta de mi casa como siempre. Pensé que quizás estaba enfermo o cualquier cosa, y esperé al día siguiente, y nada... Pasó una semana, nada. Pasé por su casa pero todo estaba oscuro. Fui a su trabajo y me aseveraron que hacía una semana que no trabajaba, justo el día de su cumpleaños… Me arrebaté y les pedí a su jefe y compañeros que fuéramos hacia su casa, podría estar enfermo o necesitar ayuda, no sabía... Fuimos y cuando llegamos a su casa, tocamos la puerta pero nadie respondió. Cogimos una ganzúa y a la fuerza abrimos la puerta. Entramos, la casa estaba oscura, prendimos una vela y, para nuestro asombro, vimos a un anciano de madera junto a tres muñecos más, sentados al borde de una mesa, como una familia…
Paris, 29/11/04
... que bien merecería la pena de que Buscacuentos crease una sección especial, titulada “Escritor excepcional”, a donde fuesen a parar obras de arte como la tuya. Mi sincera felicitación JOE.