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Mi madre latió cuatro ríos de sangre.
Mi madre llevó tres veces dos corazones dentro de su vida. Una fue el mío.
Su corazón responsable y adulto enseñaba a los demás cómo golpear supervivencia, cómo no ceder en el latido, cómo no perder el paso, cómo no bajar el ritmo, cómo no desistir.
El corazón de mi madre le enseñó al mío antes de mostrarme el mundo, que un corazón no es sólo una víscera, no es sólo un tambor, no es sólo un romántico dibujo. Que el corazón es algo más, más, más, mucho más que una fotogénica metáfora; que el corazón está fuera de las radiografías, de las ecografías, de las analíticas, de las enfermedades, de la materia, del cosmos y del lenguaje incluso.
Y cuando se pare el corazón de mi madre, cuando se rinda gastado, sepultará en una caja únicamente sístoles y diástoles, miocardios, aurículas y ventrículos, ramas, arterias y venas, pero eso en ningún caso será su corazón. Serán soportes prescindibles y despojos sin valor.
Y si el mío, mi corazón, la sobrevive, seguirá lanzando la sangre de mi madre a mi cabeza, seguirá pulsando la fuerza de su herencia con percusión de tribu antigua, con vigor de nacimiento, con el empuje que de ella conoció cuando lo albergaba junto al suyo.
Yo estuve flotando junto al alma de mi madre mientras me hacía en sus adentros. Yo veía frente a mí su corazón. Ojalá todos pudieran decir lo mismo.
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Luis Jesús y dos hermanos Hijos son de mujer santa, Y como seres humanos Cantar su amor les encanta