Partí rumbo al campo
que guarda siempre mis tormentos y mis risas,
y dejé yacer mi cuerpo en la tierra,
y saboreando su paz, sus verdes laderas y sus cerros erguidos,
continué caminando hacia el final de mi ocaso.
Partí rumbo al campo
no lejos de mi casa,
al encuentro de mis hijas,
y allí cerca de ti,
forzaron mi cuerpo,
echándolo a la tierra.
Partí rumbo al campo
que guarda siempre mis tormentos y mis risas,
no lejos de mi casa,
al encuentro de mis hijas,
y allí te encontré casi derribado.
Espectador silencioso y ocasional,
me cobijaste en tus brazos poblados
y el movimiento de tu cuerpo maltrecho
aún perdura en mis oídos.
Fiel guardián de mis lamentos
todavía pernoctas en mis sueños,
y puedo sentir la maldad de sus pasos acechando mis huesos incrustados,
acercándose a mi magullado cuerpo.
Partí rumbo al campo
y dejé yacer mi cuerpo en la tierra,
saboreé su paz, sus verdes laderas y sus cerros erguidos,
y en mi largo cansancio oloroso a barro
me fui alejando del sauce quejumbroso, malherido.