El Padre Francisco en compañía de Matías salió a caballo a catequizar a las remotas comunidades, después de varias horas y de andar cabalgando dijo:
- Oye Matías, así como vamos llegaremos muy hambriados a Cuayalab, a propósito, ¿ya hiciste ayuno?
Matías, esperando el probable reproche del sacerdote, dijo.
- No Padre Francisco, pero, aprovechando la ocasión, ya que andamos sin comer –sonrió zorrunamente- dedico este ayuno al santísimo.
El padre movió la cabeza en señal de desaprobación y exclamó:
- Ay Matías, tú siempre tan oportunista y chapucero, pero a Dios no se le engaña. Mira que yo más viejo, lo hice desde ayer.
Más adelante pasaron por un corral donde Don Celerino los interceptó, diciendo:
-Buenas Tardes Padrecito, mira nomás, quien se iba a imaginar que lo vería por estos lares. A propósito ¿ya comieron? Fíjese que estaba esperando a Don Miguel Portilla para capar unos becerros pero avisó de última hora que no vendría, y pues mi vieja preparó bastantes gordas.
En efecto, abrió su itacate y la vianda mostró enchiladas con queso, cecina, huevos sancochados, rajas de aguacate y un topo grande de café con leche. Ni tardo ni perezoso, Matías se aprestó a atender la invitación de Don Celerino, cuando lo ataja el padre:
- Quieto Matías, creo que debes, en efecto cumplir con el ofrecimiento del ayuno, pues sería digno de excomunión no cumplirlo, yo sin embargo. ya cumplí con él.
Poniendo acción a las palabras, el Padre Francisco se levantó las mangas y se sentó a comer con Don Celerino.
Matías, contra su voluntad, aceptó su propia penitencia