Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Sin Clasificar

Amores truncados (11)

Alicia, escucha a Sebastián como en sueños; al parecer, según clava la vista, sólo atenta al flan servido de postre que a pequeñas cucharadas introduce en la boca, donde distraídamente deja que se diluya. Oye las palabras, pero apenas capta su sentido, y las ideas expuestas con tal convicción no encuentran eco en su pensamiento, que está absorbido por unos sentimientos que no es capaz de definir. Su deseo de desentrañarlos hace que se aísle más en esta meditación que le depara sensaciones insospechadas, causa de una felicidad inusitada que jamás antes sintió, ni cuando obtenía matriculas de honor en los exámenes.
Tampoco Pedro tiene la mente muy lúcida para asimilar el panorama desquiciador que describe Sebastián. Bien que intenta captar el problema del paro y sus consecuencias y el modo de atajarlo, pero la emoción que anida en su interior le impide pensar en otra cosa que no sea la belleza de Alicia, su exquisita feminidad y en aquella mano que se abandonó a la suya, cuyo roce embriagador, convertido en fluido, emanaba un halo de felicidad que se expandía dulcemente en su alma.
Con la vista fija sobre Sebastián, mientras saborea la tarta gallega rociada con vino de ?meus amores? que pidió de postre, Lorenzo asume su condición inveterada de alumno aplicado que absorbe con fruición cada frase del discurso. Lo que es difícil de descubrir, es si lo hace para aprehenderlas y dejarlas archivadas en su acerbo cultural, o bien, para aprovechar cualquiera laguna que denote la disertación, que le permita intervenir para, con su habitual manía de puntualizar, subsanarla. En este caso, el temor de no ser bien interpretado por los demás, hace que no esboce el pensamiento que bulle en su mente al socaire de lo que oye, sobre la correlación inalcanzable entre la población humana, que se desarrolla en proporción geométrica, y los alimentos de que se nutre, que crecen en proporción aritmética, según advierte Malthus.
En el pequeño comedor, al callar Sebastián se hace un silencio embarazoso. Éste piensa, mientras se enfrenta todavía a los huevos a la salmuera, que por estar ya fríos y ser materia grasa le cuesta el deglutir, que tal vez se haya excedido al acaparar la conversación, no siendo muy cortés con sus anfitriones al convertir en monólogo lo que debió ser un dialogo. Arrepentido, exclama:
--¡No tengo perdón de Dios! Sigo siendo tan charlatán como siempre. Alicia ya me conoce, y sabe de las tabarras que tiene que aguantarme... Confío de vuestra benevolencia sabréis disculpar este tostón.
--No te excuses, ya que no hay razón para ello. ?Contestó Lorenzo?, El tema es muy interesante, y puedo asegurarte que estoy pasando una velada sumamente agradable. Y por lo ensimismados que están Alicia y Pedro, creo que coinciden conmigo.
Tanto Alicia, como Pedro, un tanto sobresaltados despertaron de su ensueño, y adoptando una cara risueña los dos ratificaron que, en efecto, les había gustado mucho la disertación y la encontraban muy interesante; añadiendo Alicia:
--Sebastián goza de una facundia envidiable, y como no para de leer, yo disfruto con su compañía al aprender cosas y acontecimientos que, si no fuera por él, me pasarían desapercibidos.
--¡Bien está! -Replicó el aludido, con expresión dolida--. Sólo faltaría que para ensalzarme a mí, te eches tú por los suelos. ¡Como si no supiéramos que eres un pozo de ciencia y de conocimientos!
--¡Gracias! -Contestó Alicia en tono festivo, ya recobrado su habitual continente. --Espero que ese platazo que te has puesto al coleto, no interfiera en tu sueño. ¡Madre mía, Sebastián, nunca supuse que por la noche pudieras comer tanto!
--¡Tampoco es tan exagerado! ?Se defiende Sebastián-- Aún no son las diez. Y hasta la una o las dos, que me acuesto, habrá tiempo sobrado para digerirlo. -Y dirigiéndose a todos, les preguntó:
--¿Qué os apetece hacer esta noche?
--Yo me voy a casa, --contestó Alicia, la primera.
Lorenzo, consecuente con su idiosincrasia, dijo:
--Si no tenéis inconveniente, a mí me agradaría retirarme a la habitación del hotel para trabajar un rato.
--Entonces, podemos ir a recoger el coche a la oficina y os acompañamos. -Ofreció Sebastián.
--A mi no me hace falta, pues como sabes, vivo muy cerca de aquí y me conviene andar un poco para desentumecerme -Recusa Alicia el ofrecimiento.
--Ya sólo quedas tú, Pedro. ¿Te apetece que hagamos los dos un recorrido por la parte alegre de Zaragoza? --Ofreció Sebastián con acento persuasivo.
Pedro, cohibido, tardó unos momentos en contestar, hasta que venciendo su irreprimible timidez se atrevió a proponer:
--A mí, también me gusta andar. Sobre todo, visitar las ciudades de noche, en que se descubre rincones y paisajes insospechados que a la luz del día pierden belleza y atractivo. Por eso, si Alicia no le molesta, me gustaría acompañarla a su casa y luego daría un paseo hasta el hotel.
La proposición de Pedro deja a todos sorprendidos. Hasta que Alicia, sobresaltada por lo que intuía pudieran pensar los otros de ese ofrecimiento, contestó:
--Si ese es tu gusto, por mí no hay inconveniente. Aunque me pregunto si sabrás encontrar al hotel sólo y de noche.
--Conozco Zaragoza, y no es tan difícil encontrarlo, pues está cerca del Paseo de la Independencia. -Arguyó Pedro con decisión.- En todo caso, siempre habrá un taxis que conozca el hotel Palafox
Al terminar de cenar los dueños se acercaron para ofrecerles una copa de licor, obsequio de la casa. Mientras la bebían, aquéllos con su característica simpatía, ofrecieron a Lorenzo y Pedro sus servicios, con la seguridad de que serian recibidos y tratados con el mismo aprecio que tenían para Alicia y Sebastián.
El grupo se levantó de la mesa y emprendió el camino, cada uno para su destino. Fueron juntos hasta la calle Luis Vives, en donde cada pareja, después de despedirse, tomaron rumbos distintos. Sebastián y Lorenzo, por esta calle para ir a buscar el vehículo. Alicia y Pedro, siguieron por el propio paseo, que a partir de la calle en donde acaban de despedirse de los otros, cambia el nombre de Fernando el Católico por el de Isabel la Católica.
(Continuará)
Datos del Cuento
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1910
  • Fecha: 02-04-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.77
  • Votos: 75
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4262
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.145.88.20

2 comentarios. Página 1 de 1
ANFETO
invitado-ANFETO 03-04-2003 00:00:00

Gracias Joe por su comentario. Si desea seguir toda la novela, solo tiene que escribir en BUSCAR el nombre ANFETO, y encontrará todo lo que tengo publicado en este acogedor 'Rincón. Mi saludo más cordial.

joe
invitado-joe 02-04-2003 00:00:00

Pero, que podria decir, de lago que se sabe que ha comenzado hace mucho y que no se sabe cuando terminara. Entiendo que se trata de una novela, o un relato extenso. Si algo puedo decir de su relato o capitulo, es que esta, para mi gusto, muy agil y claro, cualquier persona lo puede entender; en verdad me gustaria leer su novela o cuento por capitulos. Un abrazo joe

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033