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Categoría: Hechos Reales

El hombre que vestía pantalones

El hombre del título, poco puede poner en sí, si quiere ahora o nunca, la necesidad de narrar, aunque sea un poco desde un lado, el acontecer de su historia personal. Del lugar que fue nombrado, más veces aparecerá, pero pocas en sí, dolido, fortificado, transparente, descomunal, brilladartino.

Se llamaba Iván. Y fue solicitado multitud de veces por aquestos gorrinos que desembarcaban. Un par de ellos, una vez, habiendo sugerido por pies el hacer del camino de uno de los edificios al otro un pequeño paseo matutino, decidieron comenzar por un extremo y finalizar por el otro. ¡¡Y fue un gran día!!, porque habiendo tenido por cierto que no podrían hacerlo, y más, que serían el hazmereir de aquellos del otro extremo, se dieron cuenta que el vocablo de uno de los pies siempre venía antedicho y posdicho por el otro, en un diálogo bastante agradable, suelto, sin par, fluido, y sin más, en el otro extremo ya estaban. Y decidieron acudir a Iván.

El lugar, propicio para la ocasión, para el encuentro, aunque había sido en realidad tomado en decisión por una única persona, todos, por mutuo acuerdo, dijeron a una, que sí, que era buen lugar. Pero...más sinceros tornarían en sueños, porque muchos no estaban para nada de acuerdo, aunque fingían que sí era así. Como una manada de borregos con corbata, fueron todos tras Iván, enlentecidos, apartados más de lo que pensaban, y fueron entrando, uno a uno, lugar en lugar,y culo por culo, poco a poco por entre el borde, este uno y este el otro, de la puerta que servía de boca y entrada al local que había decidido una sóla persona.

Debería aquí realmente comenzar la historia, porque lo que antecede, la descripción insulsa en tres párrafos otorgados, no tiene el más mínimo
sentido, no viene al caso el modo en que decidieron el local, o decidieron cómo entrar, el proceder. Podríamos haber comenzado con algo como un comienzo de este tipo : “Estando todos sentados en el local, habiendo ya antes decidido el cómo y el porqué, un hombre que vestía pantalones levantó agitado la mano, pedía la vez...”, y a partir de ahí nombrar cada uno de los sucesos compartidos por todos, que se dieron lugar, sucesos que en realidad tampoco vienen a cuento, pues, aún siendo elegantes en el acuerdo, y habiendo levantado el ánimo de muchos, miles y cientos de esfuerzos inútiles llenaban los bolsillos del hombre que vestía pantalones, y aquella reunión era otro esfuerzo acabado. Puro teatro, solo eso. Nadie iba a salir de allí cambiado, nadie iba a hacer nada. Sólo dos personas creían manejar el asunto, pero ni una, ni la otra, ni las demás que sólo observaban, sabían realmente lo que pasaba.

Pero, ¡¡¡es tan grande al ánima creer que sabemos lo que ocurre!!!, y muchos lo hacen porque nadie los detiene...Imagínense por un momento. Van corriendo con prisa por una calle, galopando a más no poder, porque saben a donde quieren llegar, saben a quién quieren ver y en qué momento del día, y apuran por eso el paso. Pero a la vuelta de la esquina, torciendo en manía de todos los días, lo que esperábamos encontrar, esa calle, ese árbol, ese futuro tan predecible, ya no existe, no se acomoda a lo que esperábamos. Y sólo un hombre mal garbado, de triste figura, y desconsolado, nos agita por los hombros, y mirando desde los ojos y por dentro insinúa “Que ya no existe, aquello que tú buscabas, no mires...”. Pero miras, y un vacío que no entiendes, una nada que temías ocurriera un entonces como aquel, aparece real, vivo, luciente, más real que nada que llevaras en los pantalones, más vivo que tú mismo, y no quieres ya dar un paso, ¿cómo adentrarnos en lo desconocido, cómo mover las piezas de un juego del que no conocemos reglas?. Sólo queda el callar, y con la humildad de un ajopuerro, pues no hay más que eso, prometer no volver nunca a más a intentar comprender aquello que no comprendes realmente.

Sólo queda admitir que no sabes moverte, que no sabes girar, ni torcer, ni doblar, que no sabes hablar, decir, discutir, que no sabes soñar, declamar, pedir, ayudar, que no apremia el alma en ti un suspiro, y ni te queda el respirar o el vivir, y entonces, sin que nadie te avisara...

....tu corazón se para.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.18
  • Votos: 28
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