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Categoría: Terror

¿Quién teme al lobo feroz?

En aquella pequeña ciudad victoriana, ni siquiera los más viejos creían en las burdas historias que solían contar algunos viajeros a cambio de unas pocas monedas. Historias sobre muertos que bebían la sangre de los vivos, hombres-lobo, o simplemente demonios, resultaban totalmente ridículas incluso para los niños, que preferían jugar al football o pasear por los verdes prados de la campiña. Y es que era tal la incredulidad de esas gentes, que ni siquiera creyeron, cuando se lo dijeron, que un prestigioso cirujano londinense se dedicaba a matar prostitutas por la noche.
Pero cuando una mujer apareció totalmente descuartizada a una milla de la ciudad la duda y el temor comenzaron a ganar terreno al férreo racionalismo de los lugareños. Parecía que hubiese sido un animal, un lobo o un perro asilvestrado, pero los lobos habían desaparecido de aquella comarca hacía siglo y medio, y un perro salvaje....., como no hubiera venido de lejos...
Entonces, ¿qué o quién había sido?, ¿un loco?, ¿un convicto fugado?.
Esa misma noche un vecino que volvía de un viaje de negocios en Birmingham dijo haber visto una especie de hombre-mono que merodeaba los bosques. Todos en la ciudad le tomaron por un bromista, un hombre-mono dices, ¿quién eres pues, Charles Darwin?.
Luego se marcharon a la cama, cansados de tanto reir. Aún tenían el imborrable recuerdo de la mujer destrozada en sus mentes, pero ante aquella broma infantil, y en el fondo de mal gusto dadas las circunstancias, era difícil no soltar una carcajada. Pero poco después, cuando ya todos roncaban y las calles estaban vacías y silenciosas, un aullido vino del bosque.
¿Qué ha sido eso?. ¡Diantres, no hay lobos en esta región, o se trata de uno "artificial", como en "El sabueso de los Baskerville"?, era de lo que más se comentó en las desveladas alcobas, aunque algunos y algunas ya comenzaban a pensar, a hurtadillas eso sí, que quizás las historias sobre monstruos que asolaban Centroeuropa y las regiones del Este no fueran del todo inciertas.
De todos modos a la mañana siguiente estaban llamando a Scotland Yard.
Debieron de tomárselo a broma, porque sólo enviaron a un par de agentes de homicidios, y la verdad, no precisamente de los mejores. Pero bueno, algo era algo.
El trabajo de éstos consistió en examinar el cadáver de la mujer y, como si sirviera de algo, la zona donde "Darwin" viera al famoso hombre de la selva. Después, con aires de gran eficacia, dijeron que ya les informarían de los resultados de su investigación y volvieron a Londres por donde habían venido. Los lugareños se quedaron con un palmo de narices ante aquella clara falta de atención, y furiosos, decidieron llevar el caso por su cuenta.
Escribieron una carta a un tal Willkins de Londres, residente en el número 7 de Cowley Road, pidiéndole encarecidamente que acudiese lo antes posible a la ciudad, y luego, mientras esperaban su llegada, recorrieron todos los campos y bosques circundantes en busca de indicios.
Willkins apareció al día siguiente, hacia el mediodía. Era un hombre que pasaba de los cincuenta, con barba de varios días y más de una cicatriz en la cara. Pero, ¿de qué lo conocían?..., de tantas veces como habían oído su nombre en las historias de los viajeros, que si Isaac Willkins había cazado con una trampa experimental a dos licántropos en el Tirol austriaco, que si Isaac Willkins había acabado con todo un grupo de no-muertos en Hungría, que si...., y ante la incertidumbre, parecía el más indicado para resolver aquel misterio. O el único.
Después de invitarle a tomar un trozo de pastel de frambuesas, típico de allí, los lugareños le contaron nuevamente la situación, con todo lujo de detalles. La cara del cazador adoptó entonces un gesto preocupado, casi temeroso. Si era lo que pensaba, necesitaría plata, mucha plata, y quizás le vendría bien la compañía de su ayudante, un joven huérfano de los suburbios londinenses.
Cuando llegó éste, Willkins ya tenía en su poder unas cuarenta balas de plata, forjadas con algunos bienes "prestados" por las familias locales. Saldrían esa noche, hubiese la luna que hubiese, y jugarían al gato y al ratón. Llegado el crepúsculo, partieron hacia los bosques. Durante horas, de sol a sol, caminaron por la inmensidad de aquellos parajes, registrando cualquier matorral, árbol o rincón que se presentase ante ellos. En ningún momento vieron lo que esperaban ver, ni siquiera una sombra, pero eso sí, encontraron un rastro de huellas de animal que luego se perdía, varios excrementos malolientes que mejor sería que no los hubieran encontrado, y escucharon, en varias ocasiones, a alguien caminar entre el follaje.
A la mañana siguiente, todo eran preguntas, ¿qué vieron?¿se trata entonces de un asesino?¿apareció el dichoso hombre-mono por alguna parte?. Y ellos, recordando las noches que pasaron en Europa cazando criaturas en los campos, o en castillos y pueblos abandonados, dijeron sin más preámbulos:
"Señores y señoras, tienen un licántropo suelto".

¿Un qué?, ah!, un pobre demente que se piensa que le sale pelo en las noches de luna llena, y se dedica a recorrer el bosque como Dios lo trajo al mundo... Menos mal que es eso.
Bueno, y encima este es más original que los demás, porque se pone pelo de verdad...
¡Estúpidos!, rugió Willkins, ¡no es un loco, es un ser condenado con la maldición de la licantropía, un monstruo, un engendro!. Y para que se dieran cuenta de una vez por todas de la gravedad del problema, les narró la historia de cómo, en pleno centro de París, se enfrentó, armado solamente con un puñal de hoja de plata, a un hombre-lobo que le sacaba dos cabezas.
Ahora sí que el miedo se apoderó de ellos, y más que el miedo, la vergüenza por sentirlo, ¿un monstruo mitad hombre mitad lobo?, ¡ni a Julio Verne se le hubiera ocurrido!.
Cuando llegó la noche, noche de luna llena por cierto, los lugareños, temerosos de encontrarse con los fantasmas que poblaban su imaginación, se encerraron en casa, y ni siquiera se asomaron a la ventana para despedir a Willkins y su ayudante cuando salieron a la caza y captura del lobo hombre.
Lo encontraron dos horas después, durmiendo debajo de un árbol. Debía medir más de dos metros, tenía el pelaje marrón oscuro y unas garras que cortaban la respiración. En lugar de dispararle ahora que era inofensivo, Willkins le lanzó una piedra a la cabeza para llamar su atención. Cosas de caballeros. El monstruo, confuso ante aquella repentina interrupción de su siesta, lanzó un gruñido y se levantó. Entonces Willkins, que llevaba su vieja escopeta al hombro, le apuntó al pecho y disparó. Luego hizo lo mismo su ayudante, pero esta vez alcanzó a la bestia en el abdomen. Ésta, furiosa por aquel "ataque injustificado", se abalanzó sobre ellos.
Willkins se quedó solo, bajo ciento cincuenta kilos de carne y pelo, después de que su joven compañero saliese despedido de un zarpazo, y así, durante unos instantes que le parecieron eternos, luchó con el monstruo mientras intentaba dispararle otra vez. Al final logró su propósito, por partida doble, y con aquél distraído, se puso a salvo. La criatura lanzaba terribles alaridos, tan lastimosos y profundos que ponían la carne de gallina, y con sus ojos inyectados en sangre y esas fauces babeantes y repletas de colmillos amenazaba a los cazadores, que aún estando lejos sabían que en un arranque de esos podía volver a atacarles.
Pero un rato después un último y certero disparo en la cabeza, procedente del revólver del ayudante, le silenció de una vez por todas, y su peludo cuerpo carente ya de vida se estrelló sonoramente contra el suelo.
Al amanecer regresaron a la ciudad llevando al lobo hombre atado de un palo. En una gran plaza, lo exhibieron ante sus boquiabiertos habitantes y luego, hacia la hora del almuerzo, y con una buena recaudación en los bolsillos a cuenta de la generosidad local, partieron hacia Londres. De vuelta a sus vidas cotidianas, los lugareños no volvieron a saber nada de Willkins ni del otro, ni qué habían hecho con el cadáver del licántropo, y después de unos meses, acabaron por olvidarlos.
Por su parte, se dice que Willkins donó el cuerpo al Museo Británico, y poco después desapareció de la ciudad, en compañía de su fiel ayudante. La última vez que se les vio fue en el norte de Italia, camino de un antiguo castillo medieval.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Dany
invitado-Dany 08-05-2006 00:00:00

Saludos amigo: Ojalá puedas escribir más cuentos de lobos, a mí me encanta esta figura, en especial la transformación. Yo igual escribí uno. Ojalá me puedas dar tu opinión.

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