El callejón siempre me ha gustado, todas las noches lo visito, me agrada la luz, esa luz que emiten las lámparas de los callejones, tenue, bella, las sombras de estas luces son diferentes a todas las sombras.
Esta noche podré comer algo decente en el restaurante chino, esta en el callejón, con faroles rojos, los cuales anuncian, que allí, se come comida china.
Ya no había comensales, solo los chinos y Yo, logre que me sirvieran arroz y algo de chop suey, era lo que quedaba de la jornada. Ellos, los chinos, amablemente me atendieron.
Comenzamos a hablar, no había con quien mas, El, un chino menudo como todos los chinos, los otros se habían ido ya, solo estábamos el y Yo.
Hablamos de la comida, que estaba deliciosa, que me gustaba mucho, a El no, no comía nada en su restaurante, me pareció curioso, seguí comiendo.
Ya estaba terminando de cenar, la carne estaba muy buena, era una carne suave, muy suave, sabía a ajo, cebolla, vino, cerveza, azúcar, era imposible determinar con que la sazonaban, era demasiado sabrosa. Le pregunte al único chino que allí quedaba como la preparaban, no respondió.
Pedí una cerveza, la carne me había dado sed, la bebí lentamente, muy despacio, me gusta la cerveza, el chino se animo con otra cerveza a acompañarme.
Habíamos bebido ya bastante, las horas se pasaron como un relámpago, no sentí el tiempo que había transcurrido, solo era consciente que ya llevaba varias horas tomando con aquel chino, menudo como todos los chinos.
Recuerdo que me invito a su apartamento a seguir tomando. Los chinos, vivian en el mismo callejón, en un edificio viejo, nadie mas vivía en aquel edificio, era muy feo, derruido por el tiempo, por lo que ellos, los chinos, habían conseguido un precio muy barato por aquel apartamento de donde vivian.
Subimos por unas escaleras muy largas, parecían no tener fin, pensé que así debe ser cuando vas para el cielo o al infierno, solo lo pensé.
Ya el alcohol me había hecho un manojo de carne y pensamientos confusos, solo quería seguir bebiendo, y la promesa de mas cerveza, me había animado a seguir aquel chino, menudo como todos los chinos.
Por fin llegamos, era un lugar tétrico, muebles viejos, paredes viejas, muy viejas, todo parecía una antesala del infierno, pero había cerveza, y así sea en el infierno, la cerveza es la cerveza.
Me dio una cerveza helada, muy fría, deliciosa, pero tenia un sabor diferente, muy extraño, ya no era la cerveza que había tomado horas antes en el restaurante, era distinta, pregunte por que su sabor era raro, me dijo el chino que era cerveza china.
La cabeza empezó a darme vueltas, muchas vueltas, me sentí mal, muy mal, todo giraba y no podía, por mas que me esforzaba a detener las paredes, para que no giraran mas, no podía, era imposible, tenia vértigo, mareo y nauseas. Vi al chino poniéndose un delantal como de carnicero, solo eso podía captar en medio de las vueltas de mi mente.
Llegaron los otros chinos, todos vestidos como carniceros, me pareció cómico, muy gracioso, pensé, ahora mínimo hay fiesta, estos ya se disfrazaron, pero llegaron por Mí, no podía hacer nada, mi cuerpo rehusaba mis órdenes, era un manojo de carne y sentimientos.
Me llevaron cargado hasta una sala, grande, estos apartamentos del centro son enormes, allí, pude apreciar un cuadro dantesco, ratas colgadas desangrándose, gatos sin pelos, ya rasurados, perros mucho perros tirados en varias mesas, estaban ya sin la piel, estaban en carne viva
Los chinos amablemente, con cuidado me tendieron en la mesa que estaba libre, ellos los chinos, continuaban hablando en chino, solo los chinos saben chino.
Estaba allí, tumbado en aquella mesa metálica, pensaba en correr, no podía, mi cuerpo ya no me pertenecia, no me obedecía, ¿Por qué llegue aquí? Una cerveza no justificaba esto, pero allí estaba, ya no podía hacer nada.
Sentí cuando llegaron de nuevo los chinos, ellos tan amables, y que cocinan tan bueno, me miraron con un detalle halagador, se fijaban en cada parte de mi cuerpo, el cual ya no era mío, se percataban de cada parte, de mis muslos, de mis brazos, me trataban tan bien, que hasta me gustaba sentir como tocaban cada miembro, cada músculo, ellos los chinos, saben mucho del cuerpo.
El mas viejo, el chino mas viejo, hablo, no entendí, pero si vi que las caras de los otros se fruncían, discutían, no entendía nada, además no me interesaba, allí acostado sentía tanta paz, tranquilidad, Yo estaba bien, ellos, los chinos seguían discutiendo.
El sol quemaba mi rostro, muy fuerte estaba, picaba, abrí los ojos l-e-n-t-a-m-e-n-te, no podía con los parpados, me dolían, no podía casi ni respirar por los olores nauseabundos que me rodeaban, todo me dolía, sentí que mi cuerpo había vuelto a ser mío, pude mover las manos, luego los pies, al rato me logre levantar, estaba en medio de un basurero enorme, gigante.
Dubanok