Primer cliente del día de la panadería, el hombre desayunó café con bizcochos mientras escuchaba a Gardel cantando “Pan comido”. El beeper sonó varias veces con un mensaje y una dirección: era hora de trabajar. Abrió el paquete de tintorería con ropa blanca, pantalón, chaqueta y medias, que estaba sobre la cama y que le habían enviado la noche anterior. En el bolsillo de la chaqueta había unas llaves de automóvil y un llavero con un número 15 rojo pintado a mano. Tomó de una caja de cartón unas jeringas, una tubuladura, suero fisiológico y un frasco con medicación que colocó prolijamente en un maletín. Se vistió lentamente, se miró largamente a los ojos en el espejo del baño y esbozando una sonrisa recordó sus épocas de estudiante, los compañeros, los exámenes... el hospital, el multiempleo y los bajos sueldos. Ahora sus cosas habían mejorado mucho. En la calle, puntualmente, estaba el auto -esa gente trabajaba bien.- lo observó con mucha atención antes de subir y revisó su interior. Finalmente dejó el maletín en el asiento del acompañante y partió a la casa del paciente, no muy lejos de allí. Al tocar el timbre una voz con fuerte acento extranjero le inquirió
-¿Quién?
-Practicante...
Un hombrecito añoso, de ojos muy azules y pelo blanco entreabrió la puerta, lo miró de arriba abajo y le dijo arrastrando las erres
-¿Qué le pasó a Rodríguez?
-No sé decirle, pero pidió suplente
-Podrían haberme avisado que venía usted
-Hay mucho trabajo... disculpe señor, pero puede confirmar por teléfono si desea
-Está bien... está bien... no es necesario... pase usted
Siguió al hombrecito a su habitación, éste se sentó en la cama, se quitó la manga de la camisa y se recostó, siempre en silencio. Dejó el pequeño maletín sobre la cómoda , extrajo de su interior los materiales, se colocó un par de guantes y trajo junto a la cama una pequeña silla de mimbre sentándose.
Ligó cuidadosamente el antebrazo y desinfectó la piel; pronto la vena, turgente y azul, apareció en el pliegue del codo y la canalizó suavemente, extrajo un poco de sangre y luego conectó el suero que colgó en un clavo de la pared. El pequeño hombre quedó quieto, cerró los ojos y dijo
- Tiene buena mano... como Rodríguez...no sentí nada
No le contestó. Se incorporó, le dió la espalda y se dirigió a la cómoda donde estaba su maletín. Lo abrió y saco un pequeño frasco que destapó con destreza, cargó su contenido y volvió junto al paciente.
-¿Encontró el antibiótico? Está sobre la cómoda
-Si, lo encontré
Puncionó la tubuladura y lentamente pasó el contenido de la jeringa. El hombrecito advirtió que está vez era diferente – Rodríguez le administraba el medicamento a través del suero, no por la tubuladura- miró ansiosamente hacia la cómoda y vió el frasco del antibiótico cerrado, quiso incorporarse pero ya era tarde, no pudo hacerlo, ni siquiera hablar.
De pie junto a la cama miró al paciente hasta que éste cerró por completo los ojos; luego volvió al maletín y de allí extrajo la .38 especial con silenciador. Hubiera preferido el cloruro de potasio pero las instrucciones eran precisas: un tiro entre los ojos y el, siempre cumplía las indicaciones al pie de la letra.
Repasó los detalles y salió a la calle. Subió al coche y esperó; el beeper volvió a sonar con un nuevo mensaje. Recorrió unas cuadras a velocidad de paseo, dejó el auto en el estacionamiento del supermercado y se dirigió a los guardabultos donde abrió el número 15, dentro había un sobre con un pasaje de avión a San Pablo. Volvió en taxi al apartamento para cambiarse. El vuelo salía en dos horas.