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El jarrón y la maceta

EL JARRON Y LA MACETA

Había una vez en un lejano país, o quizás en una casa muy cerquita a nosotros, un elegante jarrón de porcelana china, de lo más bonito que se pudiese uno imaginar; tenía un talle breve y esbelto, una boca adornada con una preciosa orla a su alrededor, junto con una bucólica escena campestre que le acompañaba en todo su contorno y finalmente unas flores de papel, crudamente realistas, semejantes a las de verdad, pues estaban hechas de ese material que imita la suavidad de los pétalos de las mas bellas rosas.
Estaba este jarrón en el rincón más prominente de un lujoso salón, al cual no llegaba nunca la luz del sol, y desde donde no se podía ver la calle, ya que las ventanas estaban muy lejos, en el extremo opuesto de la gran estancia.
El hermoso jarrón estaba todo el día quejándose, pues no comprendía como siendo él tan bello, estaba en este lugar tan oscuro, mientras que el ancho alféizar de los amplios ventanales situados en la pared opuesta, su lugar predilecto, estaba ocupado por una enorme maceta de barro, en la que descansaban, aburridas, una planta de hortensias, con enormes hojas, verdes y frondosas, pero sin ninguna bella flor a la que admirar.

-¡Ay de mí!, que desgraciado soy, ¿por qué ocultan mi belleza en este horrible lugar?, ¿es que no comprenden que yo debería estar en la ventana donde todo el mundo me admirase? Pero ¡ya ven!, en mi lugar han puesto a esa horrible maceta, con su cuerpo de barro y esas tristes hojas que nadie se digna mirar, mientras tanto yo me aburro aquí dentro, a la espera de que alguna visita se siente frente a mí, y si hay suerte quizás mire para esta estúpida esquina, ¡que mal está repartido el mundo!, ¡ay!-

Entretanto la maceta, que era veterana en la estancia, escuchaba al jarrón, quien prácticamente desde su llegada hacía unas semanas no paraba de decir siempre lo mismo, y no podía alcanzar a comprender aquel extraño deseo.
Allí no se estaba nada de bien, muchas veces el sol era demasiado fuerte, y quemaba sus hojas, otras, el frío y el viento atacaban su cuerpo que se estremecía dolorido, y siempre viendo las mismas caras, hurañas y llenas de preocupación que nunca perdían ni un minuto en admirar las tiesas y dinámicas hojas que poblaban su cuerpo, que cambiaban según la época del año, desde marrones a intensos verdes al llegar el buen tiempo, pero comprendía que aquel era su deber, llenar un poco al menos aquella enorme ventana, y de vez en cuando, muy de vez en cuando, alguna triste sonrisa doblaba la cabeza y alegraba su mirada al ver el brillante colorido de sus flores que acompañaban a las alegres hojas cuando llegaba el tiempo de florecer, su destino había sido aquel y no le valía de nada rebelarse contra él.

Entre el descontento jarrón siempre protestando por su suerte y la pobre maceta que tan bien se había resignado, paso algún tiempo, y llegó la primavera, precursora del verano al que tanto temía esta última, no sólo porque aparte de ser la época del año en la que más bella lucía, con sus hermosas hortensias, que atraían la atención de no pocos jóvenes gamberros, que jugaban afinando la puntería con grandes tirachinas de madera, y hasta con pequeñas piedras que recogían del cercano parque, sino porque también la dueña de la grandiosa mansión aprovechaba los largos días del buen tiempo, para limpiar y poner la casa a punto, con lo cual el oscuro y grande salón se veía cubierto de enormes sábanas que cubrían por completo sus muebles; cuadros y objetos se trasladaban a otros lugares, y como por arte de magia, el jarrón sería colocado en la ventana, junto a la maceta, quizás por una mano inexperta o por una jugada del destino.

Al principio, el jarrón no podía creer lo que estaba ocurriendo, su mayor sueño se había realizado, ¡ver la calle! Desde allí podía ver las anchas avenidas que rodeaban la casa, con grandes y frondosos árboles que flanqueaban a calle; frente a la amplia ventana, que estaba abierta de par en par dejando entrar una suave brisa, había un edificio enorme, del cual emergían corriendo desaforadamente una cantidad ingente de niños de todos los tamaños, era un colegio, y las madres y padres que acudían a recoger a sus retoños creaban un caos de bocinas, coches y carritos de bebés, formando una algarabía imposible de ignorar, pero todo pasaba muy rápido, como si hubiesen pulsado el botón de avance de un vídeo, y el jarrón se puso a gritar muy contento.

-¡Por fin!, ¡que alegría!, ya estoy en el mejor lugar de la casa. ¡Mira, mira! – le dijo a la maceta – mira cuantas cosas, ¡que de coches! Y ¡cuanta gente!

La maceta le miró aburrida y suspiró.

-¡Sí!, todo es muy bonito ahora, pero si llevaras aquí mucho tiempo te aburrirías igual que yo, y todo te parecerá muy triste, pues las personas van demasiado ocupadas con sus problemas, y no se detendrán a contemplarte nunca, y vendrán los gamberros y te arrojarán piedras para probar su puntería. A mí no pueden hacerme daño con una simple china porque tengo un barro duro y resistente, todo lo más saltarme una esquirla de mi cuerpo de terracota, pero a ti te harán pedazos enseguida.

-¡Bah! – le contestó el jarrón – a ti te tiran piedras porque eres fea y aburrida, llena de hojas, con esas flores que pronto desaparecerán, pero cuando me vean a mí tan bonito y alegre, seguro que todos se detendrán a contemplarme.

Como si hubiese formulado un deseo, una pandilla de jóvenes se detuvo frente a la ventana y miraron hacia arriba, el jarrón se sintió muy contento y ufano, diciendo:

- ¡Ves!, ¡estúpida maceta!, todos me miran y alaban, te has equivocado-.

La maceta hizo una mueca, demasiado bien sabía ella lo que pasaría a continuación, pero era imposible esconderse, la amplitud de la ventana abierta ofrecía un blanco indiscutible, solo ellos dos estaban allí, el jarrón de porcelana con su débil fragilidad, endeble y arrogante, y la inmensidad estoica e imponente de la maceta de barro, quien pensó para sí misma.
- ¡La vanidad pierde a las personas, pero también a las cosas!


Abajo en la calle los muchachos se arremolinaban bajo el alféizar, midiendo distancias, y uno de ellos que parecía ser el líder del grupo, sacó un tirachinas perfecto del bolsillo trasero del ancho pantalón diciendo:
-Ese estúpido jarrón me lo cargo yo, ¡ya veréis!

Todo el grupo se puso a reír al unísono, mientras el chico afinaba la puntería apuntando al jarrón, que aterrado empezó a temblar.

- ¡No, no puede ser, te van a tirar a ti!

El sonido de los trozos rotos de porcelana cayendo hacia dentro de la estancia sobresaltó la paz de la misma, y varios de los habitantes de la casa acudieron corriendo en tropel para averiguar que había pasado allí, mientras, la maceta, muda testigo del trágico final del bonito jarrón, parecía mover lastimosamente la cabeza mientras pensaba.

- ¡Otra vez lo mismo!, ¡otro jarrón que se va!, después de la limpieza aparecerá uno nuevo en el mismo sitio que los anteriores, que llorará y llorará hasta que lo pongan en la ventana, y aunque le avise del peligro, terminará igual que los demás, ¿por qué no me creen cuando les digo que no merece la pena?
Quizás sea duro aceptar la brevedad de la belleza de una flor, pero peor será el saber que tu hermosura es tan efímera que será reemplazada y relegada al oscuro cajón del olvido, donde morará para siempre y de donde nunca regresarás. ¡Le doy las gracias a mi creador por haberme hecho tal como soy!

Dicho esto, sus flores y hojas parecieron estirarse hacia la calle, mientras los restos del jarrón eran barridos del suelo y depositados en la basura. R.I.P.
Datos del Cuento
  • Autor: Lola Soler
  • Código: 14634
  • Fecha: 18-05-2005
  • Categoría: Fábulas
  • Media: 6.52
  • Votos: 92
  • Envios: 8
  • Lecturas: 7536
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Alejandro J. Diaz Valero
invitado-Alejandro J. Diaz Valero 29-05-2006 00:00:00

Hermosa fábula, aunque un poco larga para el género, es bastante precisa, y nos muestra con un elegante estilo literario, la ralidad cotidiana, que cada día se repite y no precisamente en el jardín de la casa. Sinceras Felicitaciones, EXCELENTE TRABAJO!

Carmen Nieto
invitado-Carmen Nieto 21-06-2005 00:00:00

La forma de relatar la fabula me ha encantado, sencillo, concreto y directo al grano......la vanidad que mala es!!!! Que pena que haya tanta gente que busca siempre lo que no tiene y pretende ser lo que no es sin saber valorar lo que ya tiene o lo que son y sin vivir y disfrutar del presente.....no saben lo que se pierden!!!....pena me da de esas personas porque serán unos infelices toda su vida

Enrique Domínguez Valdivia
invitado-Enrique Domínguez Valdivia 25-05-2005 00:00:00

Que bonito cuento!!!! Los seres humanos tenemos mucho que aprender y este jarrón y esta maceta nos enseñan una bonita lección. Gracias a la autora, ojalá que el mensaje llegue a muchos niños pero también a muchos mayores que todavía tenemos que seguir leyendo cuentos.

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