Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Sin Clasificar

El jiche

RACM

Aquella tarde Raúl tomaba más tiempo que de costumbre para acicalarse. El día antes se había recortado su negra cabellera en la barbería de Manolo. Había dado unas vueltas por el pueblo, conversando con Valdo y Rogelio en un banco de la plaza y tomando un refresco de piña en el cafetín de Capón. Jugó algunas manos de billar, antes de darse cuenta que faltaba un cuarto de hora para las tres de la tarde. Bruscamente abandonó el lugar, mientras se recriminaba, "Diantre, se me ha hecho tarde, apenas tengo tiempo para bañarme". Y apuró el paso.
Normalmente Raúl pasaba largos ratos frente al espejo, a quién consideraba su amigo y confidente. Constantemente pasaba la peinilla por su negra cabellera, la que cuidaba con esmero y con brillantina Halka. Con sutil delicadeza limpiaba su rostro. Siempre usaba una Gillette azul para rasurarse. La prefería a la roja, porque "tiene mejor filo" decía. Nunca se afeitaba dos veces con la misma navaja. Con mucho cuidado cuidaba las uñas. Pero su debilidad era el bigote. Un bigote finito, al que él llamaba "El conquistador". Manubrio de bicicleta, decian sus amigos. Es el que me ayuda a conquistar mis novias decía, y sonreía con complacencia. Cada vez que pasaba frente a un espejo, paraba como tirado por un resorte. Se acercaba, se miraba primero de perfil de izquierda a derecha. Luego se miraba de frente y pasaba sus manos por la negra cabellera. Después dejaba resbalar los dedos índice y pulgar sobre su fino bigote y sonreía...
Aquel domingo por la tarde, como era constumbre entre los jóvenes y los jóvenes adultos, Raúl llegaría hasta las terrazas del pueblo en busca de un ambiente o un "levante". Pueblo pequeño, cuna de bailadores. Era prácticamente el único pasatiempo de los jóvenes y de otros que ya habían comenzado a peinar sus canas. La terraza de don Juan Lafuente en la calle principal, estaba abierta desde pasado el mediodía. Don Juan era el primero en echar una peseta a la vellonera para hacer saber que el "vacilón" estaba por empezar.
Eran pasadas las cuatro de la tarde cuando llegó a la terraza, al entrar, todos se fijaron en él. Casi siempre la hacían. El tenía una forma muy peculiar para llamar la atención. A veces, era una pieza de vestir, otras, una frase fuera de contexto. En ocasiones se paraba en la puerta de entrada hasta que los presentes notaran su presencia. Entonces, con un andarcito "firulístico", entraba caminando lentamente, mirando de reojo como si atisbara las reaciones de los presentes al hacer él su entrada.
En el pueblo ya conocían sus estravaganzas. Hablaba mucho y lo "sabia todo". Siempre tenía razón, nunca perdía una. Su forma de pararse, de caminar y su constante e insólita jactancia, llegó al extremo de creerse superior a todos, de saber más que nadie.
Fue Manuel, el que compartiendo con varios amigos frente a la Farmacia San Carlos, alcanzó ver a Raúl que venía por la acera contraria. Traía consigo una sonrisita casi burlona y su acostumbrado caminar, como si quisiera no tocar el suelo. Manuel dijo sonriendo:
_ Ahí viene el jiche.
_ ¡Jiche, exclamó, Ramón! ¿Que significa eso?
_ ¡Yo no sé! Pero es un jiche. Se la echa mucho.
Desde ese día, la palabra jiche corrió de boca en boca entre todos los jóvenes del pueblo. Poco después todos en el pueblo comenzaron a usar el término para referirse a una persona vanidosa, jactanciosa.
Otro domingo en la tarde, El jiche llegó a la terraza de Siquito Arroyo donde esperaba encontrarse con una trigueña de nombre Hortensia. Era recién llegada al pueblo. Unos de sus amigos se la había presentado el jueves por la noche en la plaza. El, ni tardo ni perezoso la invitó a bailar el domingo, a lo que ella accedió con una sonrisita picaresca.
_ A ésta me la "mango yo", había dicho a Manuel. "No podrá resistirse".
Desde el día que conoció a Hortensia, solo pensaba en ella. Pasaba muchas horas del día ensayando como la iba a "abordar", las frases que le diría y a donde la llevaría después del baile para culminar la conquista. Hizo un plan mental hasta de los discos que marcaría en la vellonera. Dos gardenias, Capullito de alelí, La múcura, Bésame mucho, y otras que estaban en boga en aquella época.
Al llegar a la terraza, se detuvo en la entrada. Con una mirada rápida escudriñó todo el salón. Dos parejas bailaban una guaracha del Trío Vegabajeño. Próximo a la baranda otra pareja conversaba alegremente, animada por los "cuba libre". Al terminar el disco en la vellonera, Raúl caminó con paso lento, y cruzó el salón mientras sus dedos índice y pulgar acariciaban su bigote. Se sentó cerca de la vellonera.
La terraza se fué llenando poco a poco y la vellonera no cesaba de tocar. Jóvenes y adultos se entremezclaban bailando sus números favoritos, Raúl esperaba. La música cada vez se ponía más alegre y los bailarines, tanto expertos, como aquellos que semejaban tener dos pies zurdos, hacían las delicias de los mirones. Son éstos, los que no bailan, unos por tímidos y otros por no saber. Raúl continuaba en espera. Sacaba su peinilla y la pasaba por sus cabellos. Sus dedos favoritos ya lucían cansados de tanto subir y bajar por el fino bigote. Pidió una cuba libre al mozo que despachaba. La vellonera tocaba en esos momentos Perfidia. La pista estaba llena. Raúl tomaba su "cuba libre" cuando la música terminó. Al despejarse la puerta, Raúl alcanzó a ver a Hortensia parada en la puerta. Sintió un rápido palpitar en su corazón. Hortensia extendió sus brazos y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro mientras cruzaba el salón. Raúl se levantó de la silla, expandió sus brazos y cerró sus ojos cual galán de película, esperando el contacto de la femenina. Pasaron varios segundos y solo el murmullo de los presentes hizo que Raúl abriera sus ojos. Hortensia había seguido de largo y había ido a caer en los brazos de un joven dos mesas más allá de donde estaba El jiche.
Vi a El jiche un mes más tarde. Ya no era el mismo. Su negra cabellera estaba descuidada. Tenía una barba espesa y el fino bigotito había desaparecido. Su mirada era triste y casi no hablaba. Había descuidado su persona y siempre estaba de prisa. Ya no hablaba con sus amigos. Fue Manuel el que nuevamente dijo que El jiche había perdido la cabeza.
Lo que nadie sabe es, si el encuentro de Hortensia con aquel joven, fue una pura casualidad o si fue un montaje para darle una lección a El jiche.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.15
  • Votos: 27
  • Envios: 0
  • Lecturas: 8818
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.188.102.117

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033