Marcos sonreía mientras miraba la cara de Estela. Era como estar perdido entre los tantos mundos creados por la imaginación. No se puede describir aquellos momentos mágicos de la vida de una persona recluida la mayoría de su tiempo en sus pensamientos de existencia e inexistencia. Eran momentos sencillamente mágicos, sencillamente diferentes.
Marcos se maravillaba de la silueta de Estela. Muchas veces pensaba que si ella no era tan hermosa como el la veía, que si tenia un concepto distinto de la belleza del que es en verdad. Marcos siempre se culpaba por no haber sido socialmente activo, no podía culpar a nadie más, no existía otro culpable, era él y solo él que no se permitía socializar con el mundo.
En la soledad de sus momentos había llegado a odiar al mundo, había deseado intensamente poder destruirlo y construirlo a su antojo. No veía utilidad en las cosas existentes. Pero, también dudaba de la existencia de esas cosas. Estaba confundido entre lo que veía y lo que sentía. Se asustaba el pensar que nunca vivió aquellos momentos mágicos en aquel mundo que tanto odiaba. Pero estaba convencido que estela si lo recordaría pues estela había despertado en el cierto amor por el mundo. Era capaz de soportar aquellos que por una razón que nunca entendió le hicieron esconderse de todo y olvidarse de lo que pudo haber tenido. Pero nunca tuvo nada, o quizás si. Lo cierto es que ahora solo le queda esconderse, y no tiene nada, solo la figura de Estela. Alta, esbelta, pelo negro, vestida con una sencillez tan asombrosa que no le permite ocultar su belleza.
Se obligaba a creer lo que pensaba, y pensaba en un millón de cosas, y en todas esas cosas estaba Estela. Siempre hermosa, sonriente, complaciente. De momento ella le saludaba, y sea que él le contestara algo como si no, siempre salían tomados de la mano, caminando por la grama del la mayor área verde del parque central. Saltaban, reían, jugueteaban, se divertían. EL tiempo no pasaba, la temperatura siempre era agradable, las circunstancias están siendo creadas para ser eternas, para ser lo mejor que pueda existir.
Luego veía su realidad, enclaustrado, recluido eternamente entre paredes oscuras, que no dejan escapar los sentimientos, que le niegan expresar al mundo que tanto detesta que hay alguien en él que le permite soportarlo. Pero no repara en intentar llegar a ella.
Esa mañana, estela pasó frente a su ventana, no le importo nada más que ella. Y grito su nombre con la fuerza que nunca existió en él. Pero estela no le escucho. Se dio cuenta que había dado el primer paso para conquistarla, entonces salio de la casa, el sol golpeo en la cara, se detuvo hasta poder recuperar la visión lo suficiente como para distinguir el camino. Corrió hacia ella. Estela lo logro ver, lo distinguió en seguida y le espero con cara de asombro inocente y con la sonrisa sin igual, como solo ella la sabia dar.
Y todo sucedió tan rápido, se saludaron, se tomaron de la mano, caminaron por la calle, se olvidaron de lo que les rodeaba, compartieron historias, sentimientos, risas y juegos. Al llegar la tarde se apartaron con el fin de volver a verse en el parque central, bajo el albor de almendra.
Ya marcos no odiaba a nadie, ya marcos no quería cambiar ese mundo que tantas veces había deseado destruir. Ahora le sonreía a la vida.
Despertó temprano, se cambio y mostró muy entusiasmado. Había decidido ser otra persona. Pero cuando salio de la casa no logro distinguir nada de lo que veía, comprendió que todo fue obra de su imaginación, que nunca vio a Estela, que nunca salio de su casa, que nunca visito el parque central, que nunca saldría de sus fantasías.