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Salvamento a ciegas

Leire era ciega de nacimiento. La niña se defendía bastante bien con ayuda de su bastón y de, Luka, su perro lazarillo. Y tenía muchos amigos que la ayudaban y cuidaban de ella. Nunca la dejaban sola. Leire les decía que ella podía cuidar de sí misma, pero sus amigos no entendían cómo podía hacerlo si no veía nada y ni siquiera sabía cómo eran las cosas.

A veces, Leire se sentía mal. A ella le gustaba saber que tenía amigos y que podía contar con ellos cuando lo necesitara. Pero no le gustaba nada que la trataran como si no pudiera hacer nada.

Cuando estaba sola, jugaba con su perro y entrenaba como si fuera un soldado de élite que tenía que salvar al mundo de un amenza universal y todo dependiera de ella. Su perro, que parecía entender las intenciones de su ama, se comportaba como si fuera su instructor, y con sus ladridos le guiaba, le felicitaba y también le reñía de vez en cuando. Incluso el perro entrenaba con los ojos vendados.

Un día, en el colegio, pasó algo muy extraño. De pronto, el día se convirtió en noche y se fueron todas las luces. No se veía nada. Todo el mundo gritaba como loco. Todos querían huir, pero ni siquiera sabían dónde estaba la puerta. 

- ¡Escuchadme todos! -gritó Leire, con una voz tan fuerte que impresionó a todo el mundo. Yo os ayudaré a salir de aquí.
- ¿Cómo? -preguntó alguien-. ¡No se ve nada!
- Yo no veo nunca nada -dijo Leire-. Para mí esto no es nuevo. 
- Leire nos ayudará, tranquilos -dijo la profesora.

En ese momento, todos oyeron los ladrido de un perro. Era el perro de Leire, que había acudido hasta su ama corriendo en cuanto desapareció la luz. Su entrenamiento a ciegas era ahora más útil que nunca.

- ¡Hola, Luka! -dijo Leire-. Tú irás detrás, para que nadie se pierda. Ahora, escuchadme todos. Que todo el mundo coloque una mano en el hombro de alguien y ayude a otra persona a poner su mano en su hombro. Haremos una fila. Y procurad hablar lo justo, para poder entendernos.

En pocos minutos, todo el mundo había encontrado un hombro en el que apoyarse.

- ¿Todo estáis sujetos? -preguntó Leire.

Se escuchó un "sí" general.

- Esperad -dijo Leire-. Oigo llantos. 

Nadie más lo oía, pero Leire, como no veía, había aprendido a atender muy bien a los sonidos de su entorno.

- Luka, ¿lo oyes? -dijo Leire.

El perro ladró.

- Creo que los llantos vienen de debajo de la mesa de la profesora. A tu derecha, Luka -dijo Leire.

Pero Luka ya estaba allí. Él también tenía un oído muy fino.
El perro ayudó a la niña que se escondía tras la mesa a llegar a la fila y se colocó a su lado para que se sintiera más segura.

- ¡Listos! -gritó Leire-. Saldremos de aquí, no os preocupéis.

En pocos minutos, toda la clase había salido en orden del colegio. Pero algo olía raro. Parecía gas. ¡Había que sacar a todo el mundo de dentro!

Leire y Luka entraron de nuevo en el colegio para ayudar a todos a salir. Fueron momentos de tensión, porque nadie más estaba preparado para moverse en la oscuridad.

Finalmente, Leire y Luka lograron evacuar el colegio. Todos estaban a salvo.
Y la luz volvió. Bomberos y policías acudieron veloces a controlar la fuga de gas.

- Sin vosotros, ahora cientos de personas estarían intoxicadas -le dijo el jefe de bomberos a Leire. Habéis hecho un buen trabajo. Mis felicitaciones.

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