Me habían contratado para mantener una pista de hielo en un centro comercial nuevo, por lo que hacía preparativos para dejar mi amado Barquisimeto y trasladarme hasta Caracas desde donde me enviarían a mi destino final, mi sorpresa fue mayúscula cuando me enteré que la ciudad destino sería Puerto Ordaz, ya conocía la zona y aunque la ciudad ciertamente es bella, una pista de hielo en un sitio tan caliente me parecía una soberana locura, pero un excelente salario y unas condiciones de trabajo atractivas acabaron con cualquier pero que pudiera haber surgido en mi mente.
A tres meses de trabajo la vi por primera vez, era jueves, alegre como un servatillo recién destetado, Indiana entró como una tromba al salón de los espejos donde los clientes alquilaban los patines y se hacían los cambios de ropa pertinentes, “¿quien es el maestro? ¿Tu?” me dijo retadora y sonriendo me mostró un costosísimo trabajo de ortodoncia, me cautivó de inmediato, escogí el par de patines mas afilados sabiendo que con ellos difícilmente se mantendría en pie, y dándoselos le dije, - si tienes problemas llámame, soy también entrenador - Cayó muchas veces, y a cada caída reía estrepitosamente, y yo me sentía prendado por semejante libertad, a tal grado que sin mediar palabras calcé mis patines y me dispuse a “ayudarla”. El rechazo fue inmediato, - no - me dijo y tocando mi mano con suavidad musitó - hoy no -.
Desde entonces hubo muchos jueves, algunos de ellos Indiana venía acompañada de un hombre algo mayor, que se desvivía por atenderla, creí que era su padre porque en tales ocasiones ni siquiera veía hacia donde estaba yo, entonces yo conocedor de la condición humana me hacía el desinteresado y aunque de vez en cuando le dedicaba una mirada en esos días parecía que nada existía para ella, salvo el hombre al que trataba con un respeto sin igual.
Ese jueves fue especial para mi, ella había venido con el hombre, yo sabía que no habría las consabidas lecciones a que estábamos acostumbrados, ese día no la tomaría por la cintura como lo hacía en otras ocasiones cuando le “ayudaba”, así que me desinteresé y me dediqué a limpiar los baños, trabajito este que odiaba pero que me distraía cuando ella me era imposible, estando en mi faena coloqué el cartel de ocupado y me puse a limpiar el tocador de damas cuando repentinamente todo se iluminó, Indiana estaba recostada contra la puerta, con el cartel entre sus manos, una sonrisa picarísima y el pestillo de seguridad de la puerta pasado. Me acerqué tímido y le dije - ¿y tu padre? Sal por favor, no quiero problemas –
Ella tendió sus níveos brazos alrededor de mi cuello y haciendo temblar mis rodillas me dio el beso más hermoso que haya yo recibido en mi vida, - no es mi padre, es mi prometido - me dijo, y abriendo la puerta se marchó.
Desde entonces nuestras escapadas se hicieron constantes, el depósito del local se convirtió en nuestro recinto de amor, allí Indiana me entregó su virtud, allí conocí el amor verdadero, y allí supe de una historia ancestral, donde las hijas de familia eran comprometidas desde el vientre y obligadas a casarse según una tradición que se negaba a morir. Este jueves cumplíamos un año de un noviazgo furtivo, mis ahorros eran suficientes para escapar de aquel arreglo injusto y esa noche finalizaríamos los detalles de una fuga minuciosamente calculada, entregué mi turno y pasé con ella al depósito, de repente todo estalló ante mis ojos, un borbotón de sangre brotó por mi nariz y en la semi penumbra pude observar tres cuerpos enormes que me golpeaban sin cesar mientras los gritos de Indiana se perdían en mi inconciencia.
Hoy tengo un mes hospitalizado en el hospital Uyapar, supe que Indiana había sido enviada al pueblo de Guasipati, donde pasaría el resto de su vida, ya que el novio burlado había roto el compromiso haciendo perder al padre una atractiva dote por venir.
Eliseo, mi ayudante en la pista de hielo me trajo esta mañana un papel, era una servilleta arrugada y llena de sangre, pero aun se podía leer en ella un mensaje escrito con lápiz de cejas.
“Hacienda Eduviges, salida hacia el Callao, te esperaré el tiempo que sea, te amo, Indiana”
Me dolía hasta el cóccix, pero ya había empezado a planear la manera de robarme a una niña que de una manera increíble se había clavado en mi corazón..
Una historia de amor trazada en el hielo con afilados patines, no termina con un borbotón de sangre, ni con la distancia de los cuerpos. La fuga de dos seres que se aman, y de dos almas que se desean, se estarán buscando eternamente hasta que se vuelvan a unir. Indiana esperará que de nuevo busques sus níveos brazos, y hasta que no ocurra, ese amor seguirá sangrando.... Ithaisa.