tenía tanto que hacer, por dios, tenía tanto que hacer. las llaves, mis hijos, la chamba, el perro, el banco, los libros, sexo loco. tantas cosas tenía que hacer. por ello decidí irme a dormir rico. apagué la computadora y me tumbé en la cama. mientras empezaba a dormitar, como zancudos las ideas querían penetrar en el ovulo de mi alma, pero tuve la suerte de saber lo que quería y no pensé mas en nada. un sueño se puso frente a mí. era bello: una especie de ser lleno de luces amigables y tonadas tipo angelicales lo revestía. ¿quién eres?, me preguntó. le dije que era el soñador. ¡ah!, dijo, el soñador, aquel que barre las puertas de la eternidad y nunca se decide entrar mas que desnudo de carne y pensamientos. te diré una cosa pequeño, sueña y sueña de verdad, con un ave, un pez, un perro, sexo loco, con todo lo que sea pero, siempre, olvídalo todo. le dije que así lo haría y luego, el sueño se esfumó. allí estaba bailando con seres que cambiaban de forma y color, volando como un ave púber y cayendo una y otra vez al fondo de un espacio oscuro y seco. de pronto desperté y la realidad estuvo frente a mí. era un zancudo enorme y con sus infinitos ojillos miraban cada parte de mí. me paré y este empezó a reír como si fuera un globo desinflándose. me paré y el zancudo empezó a elevarse y alejarse por la ventana de mi cuarto. me acerqué a la ventana y no vi nada mas que al vendedor de pan y uno que otro perro. estaba gravemente loco, pero, me gustó estar así y por ello, decidí seguir dormitando. sí, me gustó vivir en los sueños y despertarme frente a realidades disfrazadas de miedo.
lince, agosto de 2008