Busqué en su mirada algo de esperanza, pero solo vi una seriedad que no conocía.
- Perdóname... - le pedí sintiendo que me temblaba la mandíbula y que iba a romper a llorar.
- Lo siento, esto... no tiene perdón, Ana - me dijo apretando sus puños.
Miré con mis ojos verdosos hacia el suelo, sin saber que más decirle. Él se quedó inmovil ante mí y como un susurro de viento oí que me dijo:
- Adiós Ana...
Sentí una punzada en mi corazón. ¡¿Era una despedida?! Le cogí del brazo y le clavé mi mirada llena de lágrimas.
- Yo se que aún me quieres, ¡que aún nos queremos! He cometido un gran error... lo siento.
Sentí como poco a poco su mirada se iba dulcificando y su expresión de dureza se disipaba como la suave brisa que mecía mis cabellos rojizos.
Tragó saliba lentamente y tomó mis manos entre las suyas lentamente. Las tenía frías y un poco asperas... pero seguían siendo las mismas manos fuertes y ágiles que me habían abrazado miles de veces. Me estrechó entre sus brazos y no pude evitar romper a llorar entre la suavidad de su sudadera.
- Ana, ¿cómo me has echo esto? - se lamentaba en un murmullo melancólico.
- F-fue un error... - balbuceé - lo siento. Se que tardarás en olvidarlo...
Me separó de él unos centímetros y me clavó su mirada azul. Era un azul brillante con pequeñas pinceladas de tonos verdosos, que me hipnotizaba siempre que lo observaba. Tomó mi cara entre sus manos y nuestros labios se rozaron delicadamente. Aspiré su dulce olor... no olía ni a colonia ni a ningún olor especial... sino, a él mismo. Sonreímos tímidamente, como cuando nos besamos por primera vez en una discoteca.
Me había perdonado y jamás volvería a serle infiel en mi vida... no quería perderle.