Viajaban en una autopista, eran los únicos en ella. Él miraba por la ventana, pero la verdad es que no miraba nada, era como si estuviera durmiendo con los ojos abiertos, estaba ido. Ella sostenía tensamente el volante, mirando siempre hacia el frente, concentrada en ese montón de lineas blancas plasmadas en el asfalto.

Era un dia caluroso y el aire acondicionado del carro estaba dañado, ambos se asban en esa cajita andante. Ninguno de los dos hablaba, se igonaraban mutuamente.
-Qué tristeza llegar hasta éste extremeo- pensó ella.

Despues de horas al volante ella detuvo el auto, salió de él y se sentó en el puesto de atrás, con eso le hacia saber a él que estaba cansada y que era su turno de manejar. Él se pasó al asiento del piloto, encendió la máquina y se pusieron en marcha.
-Qué patética situación- pensó él.

Aún faltaban seis horas de viaje. Ella tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormida. Él la miraba por el retrovisor y ella sentía su mirada, iba a decirle algo, pero sus palabras se ahogaron en un suspiro. Él sabia que no dormía, que tenía los ojos cerrados para no tener que verlo, para ignorarlo aún más.

De repente el carro se detuvo. Cuando ella sintió que el carro paró, abrió los ojos. Él se bajó y abrió el capó, se sintió ridiculo cuando lo hizo, porque no sabia nada de mecánica, no tenía la menor idea de lo que pudiera haber pasado con la caja con ruedas. Ella se bajó del carro y se paró frente a él, hasta que por fín se vieron a los ojos, se miraban inexpresivamente. Y ahí quedaron, hasta ver quién quitaba la mirada primero.