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LLorarás

~Sara siempre fue alegre: le gustaba ir a todas las fiestas, ya fueran de familiares, amigos o conocidos. Tenía rituales precisos para asistir a ellas: se sentaba en un lugar estratégico de manera que quedara en un ángulo desde donde fuera vista por todos; era impecable en los detalles de la ropa: faldas cortas de telas suaves pero llenas de texturas que acompañaba con blusas pequeñas de diseños vistosos, y terminaba los conjuntos con tacones de no menos de diez centímetros que vestían sus pies grandes y delgados, los que a su vez estaban siempre coronados por una pulserita frágil de cuentecitas de vidrio. Sara solía arreglarse con el mismo esmero estuviera en el salón más caro de las zonas residenciales o en una calle cubierta de lonas y se enorgullecía de no haber rechazado nunca a nadie que se hubiese ofrecido a sacarla desde hacía veinte años.
Sin titubeo alguno, lo que más le gustaba a Sara era la salsa, su canción favorita era aquella de “Llorarás”.Cuando la oía sus pies independientes de su voluntad empezaban a temblar. al mismo tiempo que daban pequeños golpecitos rítmicos en el suelo como si esperaran el momento preciso de jalar a su dueña e irse sin más preámbulo al mar de zapatos que se deslizaban en la pista “Llorarás y llorarás/ sin alguien que te consuele/así te darás cuenta/que si te engañan duele” Ella de pronto hacía consciente el impulso que ya mandaba su cuerpo a través del cosquilleo en los pies para levantarse y comenzaba a mover las caderas de tal modo que pareciera que eran ellas las que la gobernaban y no al revés, mientras los hombros en perfecta sincronía con ellas hacían el trabajo de dar armonía perfecta a la parte superior del cuerpo “llorarás llorarás/tú me hiciste sufrir” un pie adelante, otro atrás en movimientos constantes, armónicos, rápidos… “Sé que tú no entiendes/ que yo a ti te quiera/ siempre tu me esquivas/ de alguna manera”… Sara no entendió nunca porque Eugenio había decidido irse dos días antes de la boda “oye mira y después/ vendrás a mi pidiéndome perdón”. Le había dejado una escueta notita escrita con tinta azul en la recepción del hotel a la vista del recepcionista, de la gerente, de las mucamas que pasaban a registrarse y que estaban al tanto de que ahí se iba a efectuar una boda que las condenaba a doble trabajo por la misma paga.
Sara nunca pudo comprender porque la había dejado ahí con los invitados, con los manteles de lino y la vajilla de talavera; con el banquete de platillos típicos, las dos bandas de música y su vestido de tres velos bordado en canutillo, pero lo que más le dolía era que la hubiese dejado con un amor atragantado de más de cuatro años que había empezado justo en la fiesta de uno de sus amigos: él se acercó y le pidió la pieza, no era la de “Llorarás” curiosamente sino otra cualquiera, y fue ahí cuando sus cuerpos formaron una complicidad y se hicieron amigos por el milagro del baile….más bien, la canción de “llorarás” era la pieza que los músicos estaban ensayando en el gran salón del hotel mientras ella leía el recado de Eugenio en el que sólo le decía con impecable ortografía que no estaba preparado y que lo perdonara “Lo único que yo quiero/no me hagas sufrir” Sara no hizo más que doblar el papel y metérselo en el bolsillo del pantalón, volteó a ver como ensayaban los músicos y sintió unas ganas tremendas de bailar, de seguir el sonido que viajaba a través de las trompetas. Empezó a mover los hombros, luego las caderas y terminó con los pies; usó toda la pista, dio pasos de fantasía. Los músicos se contagiaron de la energía que Sara emanaba, y que su rostro expresaba con una mueca muy parecida a una sonrisa.
Nunca más volvió a caer en las trampas del amor. Se dedicó a bailar en todas las fiestas a las que conseguía ser invitada “oye bien/ por tu mal comportamiento/ tendrás que pagar/ por todo mi sufrimiento”
Con el tiempo no quedó ningún rastro de Eugenio en los hoyos de su corazón ni en los rincones de su pensamiento, lo único que conservó fue la melodía de una salsa vibrante y dolorosa. Prefirió continuar el baile que había iniciado aquella tarde de marzo después de haber leído la notita simple de Eugenio y se sentía muy orgullosa de que todavía hoy apreciaran la fortaleza de sus piernas y la voluptuosidad de sus caderas, pero sobre todo se enorgullecía de que envidiaran su vocación para la parranda y su infernal felicidad de soltera.

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