-¡ Hola ! - gritó, nada más abrir la puerta - ¡ Hola ! - repitió, al no obtener la respuesta deseada o, al menos, alguna respuesta.
Restregó fuertemente sus botas en la alfombrilla dispuesta con tal fin. Afuera, en la calle, se repetía el Diluvio Universal. Agitó su paraguas hacia el exterior, ese paraguas azul y rojo que le habían regalado por su cumpleaños, e hizo todo lo posible para desembarazarlo de los cientos de pequeñas gotas que se le habían adherido.
Finalizada esa operación, lo depositó en el paragüero, cerró la puerta y penetró en el hogar, sin percatarse de que su empapado chubasquero iba dejando un fino reguero en la alfombra.
Se dirigió a la cocina. Allí estaba la nota, sobre la mesa. Estaba claro entonces que sus padres volverían tarde, por el motivo que fuese. Un laborioso trabajo de desciframiento de los símbolos que su madre había garrapateado en la hoja de papel - Una factura - le indicó que el motivo era un concierto '' de esos tan aburridos''.
Como la nota indicaba, su merienda estaba sobre la mesa.
El niño miró un instante el bocadillo, envuelto en papel de plata, pero su cabeza se volvió en seguida hacia el reloj digital que colgaba de la pared. Hizo un cálculo: le quedaban dos horas hasta que sus padres volvieran, si la nota era cierta en cuanto a la duración del concierto. Dos horas serían más que suficientes para lo que tenía en mente.
Se encaminó al ropero y colgó su impermeable, sin darse cuenta de que lo hacía sobre el abrigo de su madre, ése que convenía no mojar. Se sacó sus mojadas botas y las cambió por un par de zapatillas.
Sus pasos se dirigieron ahora a su habitación, donde deseaba ponerse algo más cómodo, antes de comenzar con los preparativos para la tarea que iba a acometer.
Se desvistió, sacando la ropa húmeda que llevaba y se enfundó el pijama de invierno - '' el espacial '', con dibujos de cohetes - . Esa prenda le confería una movilidad casi ilimitada. Quizás la necesitase.
Una vez arreglado el problema de la vestimenta, se dedicó a pertrecharse lo mejor que pudo. Abrió el arcón donde guardaba sus juguetes y sacó su cinturón de montañero. - el regalo estrella de una Noche de Reyes - . Repasó mentalmente el material: la brújula, la pequeña cuerda, los frascos para alimento, la linterna, el hacha... ¿ el hacha ? ¿ dónde estaba el hacha ? Por un momento, el desconcierto se apoderó de él. De ninguna manera iba a entrar sin el hacha, ni pensarlo. El hacha, con su afilada hoja de plástico amarillo, era vital, imprescindible. ¿ Dónde estaba el hacha ?
Se agachó y miró bajo la cama. Claro, allí estaba, como todas las noches. Un hacha bajo la cama es algo siempre necesario, ¡ quién sabe lo que puede salir del armario en medio de la oscuridad !.
Cogió el ''arma'' y la colgó del cinturón en su lugar correspondiente.
Encendió la linterna. Nada. Abrió el tubo de plástico. Estaba vacío. No había pilas. No hay problema - se dijo - están en la nevera.
Volvió a la cocina y rebuscó en la puerta del frigorífico. A pesar de su minuciosidad, sólo pudo encontrar una pila grande, de petaca, de cuatro voltios y medio. No servía, las pilas de la linterna eran cilíndricas y pequeñas. ¿ Dónde podía haber pilas de esas ?
Fue hacia el salón y abrió el mando a distancia del televisor. No. Demasiado pequeñas.
¿ Dónde podría encontrar esas pilas ? Porque, desde luego, sin linterna no bajaba.
Por un momento consideró la posibilidad de posponer la operación, de aguardar otra ocasión más favorable, pero no. Hoy era el día. Podía olerlo en el ambiente. Si no lo hacía hoy, no podría hacerlo nunca. ¿ Por qué ? Porque no, se respondió con la lógica aplastante de sus ocho años. Esa razón bastaba. ¿ Alguna objeción ?
Entonces recordó el aparato de radio de su padre, ése que colocaba siempre sobre la cómoda, con el que oía los deportes - incomodando, con ello, a su madre - hasta muy entrada la noche. Esa podía ser la solución.
Se precipitó corriendo en la habitación de sus padres, al fondo del pasillo, y a punto estuvo de destrozar la radio contra el suelo en su frenético intento de cogerla. Sus manos volaron hacia el compartimento de las pilas, mientras sus ojos buscaban la hora en el despertador de su madre. Estaba perdiendo mucho tiempo. Afortunadamente, las pilas eran las adecuadas.
Ahora sí que estaba preparado. Era el momento.
Con un ligero escalofrío, dejó que sus pies lo guiasen mansamente, a regañadientes, hasta las escaleras que conducían al sótano.
El sótano.
Sin querer, su mente revivió lo acontecido la vez en que su madre, a causa de una travesura más fuerte de lo común, había llevado a efecto la eterna amenaza : 'Te voy a meter en el sótano y voy a apagar la luz '.
Hacía ya cuatro años de ello.
Recordó que aún lloraba cuando su madre cerró la puerta. Recordó cómo la oscuridad le encerró y cómo el eco de su llanto le fue devuelto, multiplicado por diez, por cien, por mil. Pero lo peor de esos instantes eternos que pasó a oscuras fue la sensación, la CERTEZA de que no estaba sólo en el sótano, de que había algo con él, algo que reía jubiloso cada vez que él lloraba, algo que disfrutaba enormemente con su terror, algo que estaba deseando apoderarse de él y no dejarle salir cuando su madre levantara el castigo.
Nunca olvidaría aquellos momentos de pánico.
Después de aquel día, volvió varias veces al sótano - siempre con la luz encendida - , y al verlo tan pacífico y apacible, en comparación con el infierno que había vivido, la duda se apoderó de él, y con la duda surgió la ineludible necesidad de verificar lo acontecido la primera vez.
No había nada en el sótano.
Pero entonces, ¿ qué había pasado aquella tarde ?
El pensamiento racional que el paso del tiempo iba despertando en él chocaba siempre con ese poso del pasado, que le impedía echar raíces y germinar.
¿ Y si era cierto ? ¿ Y si había ALGO viviendo en su sótano ?. Pero, por otro lado, ¿ Y si no había sido más que un juego mental, una ilusión ? ¿ Y si lo que le rondaba día y noche la cabeza no eran más que tonterías ?
Necesitaba saber la verdad.
Miró la puerta del sótano una vez más, y, con mano temblorosa, giró el pomo y entró, cerrándola de nuevo tras de sí. Ya estaba hecho.
En la más completa oscuridad, ante la inutilidad de los ojos, fueron los oídos los que barrieron todo el espectro de frecuencias, sin revelarle nada. El silencio era total.
Apretó el hacha con una mano y encendió la linterna con la otra.
La repentina claridad le deslumbró un instante, pero no dejó que eso le afectase. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la luz, paseó el haz de la linterna por todo el perímetro del lugar. A cada objeto que reconocía de anteriores visitas - a plena luz - ganaba fuerza la convicción de que lo vivido con anterioridad no había sido más que el producto de su fantasía. Se adentró cautelosamente en el sótano, paseando entre los sacos de patatas y las cajas de vino que, por docenas, poblaban el lugar.
Entonces gritó:
- ¡ Hola !
Nadie respondió, por lo que gritó más fuerte, a pesar de la creciente sensación de estar perdiendo el tiempo.
- ¡ Hola ! ¡ Sí, te hablo a ti ! ¡ Cobarde, sal para que te vea !
De nuevo, solo le respondió el silencio. El niño rompió a reír, resarciéndose del miedo irracional pasado la primera vez. Guardó el hacha y gritó de nuevo, desafiando al monstruo invisible del sótano, retándole a aparecerse, mientras se movía de un lado a otro de la habitación, saltando alborozado y confiado.
La respuesta era siempre la misma: Silencio.
Satisfecho, dejó de gritar y se dirigió despreocupadamente a la puerta del, ahora definitivamente, inocente sótano de su casa.
Repentinamente, la linterna huyó de sus manos, cayendo al suelo y apagándose.
El golpe de la linterna contra el suelo se oyó una vez, y otra, y otra. La habitación amplificó el ruido hasta transformarlo en un estruendo, y el eco se repitió una y otra vez en la oscuridad, como el grito enfurecido de un gigante de leyenda, como el trueno furibundo de una noche de tormenta.
Un escalofrío recorrió su espalda, y el niño comenzó a gritar, uniendo su grito al estrépito reinante. Pero ya no era un grito, sino una risa demencial, demoníaca, que rebotaba en las paredes y entraba por sus oídos hasta su mente, arrasando todo lo que allí había. Las lágrimas inundaron - cuatro años después - la cara del niño, mientras este no dejaba de chillar aterrorizado, pidiendo perdón a voces por sus anteriores palabras. Toda su seguridad se había desvanecido como por arte de magia. Ya no quería probar nada, sólo quería salir de allí, huir de aquel ente informe que hacía oír su voz por todo el sótano, atemorizándole, amenazando soltar su vejiga. Tropezó y cayó al suelo, donde se acurrucó, tembloroso, sin dejar de gritar.
Su mano rozó la superficie de la linterna, y se aferró a ella como un demente. Sus dedos recorrieron el aparato hasta dar con el botón de encendido, la luz se hizo de nuevo en el sótano.
Con los gritos aún en sus oídos, el niño corrió frenéticamente hacia la puerta, y, una vez allí, se giró de nuevo y enfrentó la habitación.
El silencio se había adueñado de nuevo del lugar, y lo que la linterna le descubrió no fueron más que patatas y botellas desordenadas, que había revuelto un poco en la confusión que siguió a la oscuridad.
Se pasó la mano por la cara y secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Tomó aire y se tranquilizó. Todo estaba bien. Se rió de nuevo, esta vez de su estupidez al gritar de esa manera en la oscuridad. El sótano estaba vacío. Sólo había los monstruos que su imaginación creaba. Siempre había sido así.
Inspiró profundamente, apagó la linterna y salió, dando un portazo.
Entremezclado con los ecos que levantó el golpe, una voz preguntó:
- ¿ Se ha ido ya ? -
completamente de acuerdo al final te piras . mendua panda de hipocritas, cerrados, cobardes.. solo saben hablar por la espalda y de frente .. se achantan.. a comerse la fiesta el verano y en septiembre coger el primer barco y pirarse consejo NO TE FIES DE NINGUN MENORCO te odian desde el momento que ven que no eres de alli.. quieren que te vayas asi que hazlo es lo mejor .ah para todos lo mallorquines y catalanes a vosotros os odian mas que a nadie .