Erase una vez dos ancianas, Margarita, una abuelita simpática y amable, y Rosa, una abuelita a la que siempre se le ocurrían cosas, pero tenía mucho carácter, y era arrogante y antipática. Las dos vivían en el conocido peñón rojo, en una cabaña de madera.
Un día, Rosa se enteró de que el príncipe iba a pasar por todas las casas del reino para buscar esposa. Entonces, Rosa tuvo una idea. Le dijo a Margarita que se chupara el dedo hasta que se le quedase liso y tenso como el de una joven. -¿Pero que pretendes Rosa? -Dijo Margarita- Tu chupate el dedo y yá veras. -Dijo ella.
Y eso hizo Margarita, chuparse el pulgar hasta que se le quedó completamente liso. Entonces, Rosa le cubrió completamente con una manta, y tan solo dejó al descubierto el pulgar de Margarita.
Cuando el príncipe y su sirviente entraron a casa de las abuelitas, Rosa le dijo que a que había venido. El príncipe le dijo que si tenía alguna muchacha joven en casa, y Rosa le guió hasta donde estaba Margarita, cubierta con una manta, dejando al descubierto el pulgar.
El príncipe, al ver aquel pulgar, tan joven, tan dulce... Intentó destapar a Margarita, pero Rosa se lo impidió diciendo que estaba descansando y no tenían que despertarla. El príncipe le ofreció una bolsa con cien monedas de oro, y Rosa aceptó, y le dijo que viniera mañana a por Margarita. Cuando el principe salió por la puerta, Margarita se destapó y le dijo a Rosa que sería de ella. -Eso es tu problema y no el mio. -Dijo Rosa, acariciando la bolsa con las 100 monedas.
Al día siguiente, el príncipe fué a por Margarita. La quiso destapar, pero Rosa le dijo que ella tenía tradiciones Indias que le prohibian mostrar su rostro hasta después de la boda. El príncipe accedió. Margarita y el príncipe se casaron, y después de la boda el príncipe la llevo a su habitación, y le quitó el velo. Se horrorizo al ver que su amada no era más que una vieja, y la tiró por el balcón deseando que todo acabase. La viejita por suerte fue a parar a unos matorrales blandos; se levantó, y caminó hacia una dirección cualquiera hasta llegar al río. Entonces, llorosa, cogió un poco de agua y se lavó las manos.
De repente, vió una barca con unos jóvenes estudiantes de magia hindús, que le preguntaron porque lloraba. -¡Ay, hijos mios, que mi marido no me quiere porque soy vieja! -Entonces, los estudiantes de magia, al verla así, se apenaron y le dijeron: -Por ser tu, te haremos un favor. Entonces, murmuraron un hechizo y conviritieron a la viejita en una joven bella y preciosa. Tras despedirse, la joven Margarita fué a palacio. El príncipe se maravillo ante tal belleza y le preguntó quién era. Margarita le respondió: Soy tu esposa, a la que tiraste por la ventana. Una bruja me hizo ser fea hasta que alguien me amara de verdad.
Entonces los dos se pidieron disculpas y vivieron felices. Pero un día, Margarita se asomó a la ventana y Rosa, que iba al mercado, la vió y al reconocer que era Margarita le dijo: -¡MARGARITA! ¿COMO HAS CONSEGUIDO TU BELLEZA! -Y margarita le dijo- ¡He ido al herrero y le he dicho que me infle con el avivador de fuego!. -Entonces, sin pensarlo, Rosa fué disparada hacia la herrería y le dijo al herrero que la inflara. -No creo que sea una buena idea. -Vamos, ¡te pagaré lo que sea!
Y dicho estó, le tiró la bolsa de las 100 monedas de oro, que se desparramaron por el suelo. -Esta bien, señora. -El herrero le puso el avivador de fuego entre los labios y empezó a inflar. Al minuto, a la viejita se le habían ido algunas arrugas, pero al comprobar que no tenía el rostro de Margarita, le dijo al herrero que la inflara más. -Pero, ¡señora! no puedo. -¡INFLAME MÁS!! -Y le tiró al herrero más monedas. Entonces, el herrero la infló, la infló....
y BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMM
Rosa explotó como un globo.
Moraleja: No te fies ni de la envidia ni de la codicia, pues son avivadores de odio y te inflan cada vez más de este.