Allá en la tierra de los manantiales vivía un muchacho jóven, fuerte y muy dado a disfrutar con los amigos noches de parra, ron, mujeres y cigarrillo. Cuantas mujeres pasaron por su vida. Tuvo hijos y una gran esposa que nunca lo abandonó. Llegó el ocaso de su vida y se dio cuenta que aquella no era la vida que quiso tener. Ya sus hijos llevaban sus propias vidas y tenían sus propios compromisos. Siempre tuvo un mal carácter y fueron muchos quienes lo rechazaban por ello. Sólo estaban él y el amor de su vida, su esposa. Un día sintió que su voz se apagaba. El cigarrillo lo había marcado y una terrible enfermedad le privó de la voz. Con la tecnología podía hacerse escuchar, pero se avergonzaba de aquel sonido extraño, por lo que no volvió a hablar con nadie.
Ya no estaban los amigos y aquella vida alegre había quedado atrás. Decidió acompañar a su esposa a la iglesia. Allí conoció el amor de Dios y encontró verdaderos amigos que lo aceptaban tal cual era. Lo invitaban a compartir las actividades de fortalecimiento espiritual para jóvenes y adultos y se esmeraba para transportarlos a los lugares de reunión. De vez en cuando renegaba de su situación, pero siempre le pedía a Dios con humildad.
En ocasion de celebrar la aparición de la virgen en un pozo de un remoto pueblito, fueron a visitar el lugar. Se separó del grupo y mientras caminaba en silencio, se encontró a una mujer con sus ropas raídas, el pelo largo y una tez angelical. Los ojos del hombre se iluminaron ante tanta belleza. Se le acercó, pero no quizo hablarle por temor a que se diera cuenta de su condición. Ella lo miró dulcemente. El hombre sintió que no le atraía como mujer, era un sensación de paz, un sentimiento de hacer una reverencia ante ella. De pronto la mujer con voz angelical le dijo: Hombre no gimas, hace mucho tiempo perdí un hijo y por él estoy aquí. Hoy he mirado en tu corazón y sé lo que estás pasando. Sé que ya no reniegas por ello y has dejado atrás aquella vida que tuviste por ignorancia. También he visto en tu corazón tu deseo de dar más que recibir.
Se iluminó el bosque y de pronto ya no estaba la mujer.
Salió corriendo a contarle al resto de los feligreses. Ante su mirada desesperada uno le preguntó: ¿Que te pasa hombre? Y él respondió con aquel extraño sonido que era su voz: Es que acabo de ver una mujer en el bosque y estoy seguro que era la Virgen. Todos se miraron sorprendidos. Uno de ellos exclamó: Vengan todos, ha sido un milagro. Este hombre al que nunca habíamos escuchado desde que enfermó, está hablando.
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NOTA:
Escribí este cuento inspirado en el Milagro de la Virgen del Pozo de Sabana Grande como un mensaje de correo electrónico a una persona que pensé estaba enfermo, ya que prometía llamarme y no lo hacía.
Recuerdo que mi padre (QEPD) quien sufría de una condición en las piernas que lo hacían caminar con dificultad y cada vez lo incapacitaba más, me contaba que en una ocasión fue al lugar de la aparición de la Virgen del Pozo con la esperanza de ser curado. No fue curado, pero el sólo hecho de que no lo tocó una gota de la lluvia que caía, afianzó su fé y aceptó su condición.
Es un placer tener tu espontánea visita. El pozo que me inspiró es historia en Puerto Rico. Se trata de unos niños que en el pueblo de Sabana Grande vieron aparecer la virgen en el lugar donde existe un pozo (manantial de agua). Sabes, a veces un milagro es aceptar realidades nuestras que consideramos imposibles de sobrellevar. Yo nunca he visitado el lugar, pero no pierdo la esperanza de hacerlo. Tantos lugares hermosos que tienen nuestros países, que extraños visitan y nosotros olvidamos hacerlo. Gracias Lourdes.