Leo tantas y tantas historias de terror… Y desconozco, hasta que punto, cuantos autores, que escriben sobre dicho genero, han atravesado las fronteras de la vigilia y se han asomado al gran cañón de lo desconocido para sentir el vértigo, el pánico y las nauseas de la adrenalina contenida que amedrenta las sienes ante la situación de dejarse caer en sus insondables abismos, sólo franqueables para aquellos cuya imaginación desborde los mundos oníricos, y sentir toda su furia. Y hablo con la voz de la experiencia; pues fue una vez, hace escaso tiempo, cuando uno de tantos acantilados que rompen las barreras de la cordura, se recortó ante mí. Yo tenía por entonces veintidós años, y acababa de…
…Yo tenía por entonces veintidós años, y acababa de trasladarme a una casi abandonada finca en la periferia, colindante con la playa de la Malvarrosa, de Valencia cerca de la Universidad Politécnica. Me mudé allí para ahorrar el tiempo y dinero que gastaba en ir y volver todos los días desde mi casa, en una próspera y apacible ciudad vinícola de interior conocida como Requena, a la propia facultad. Así pues, viviendo en Valencia capital podría asistir más y mejor a tantas, y tantas, clases que colapsaban mi horario universitario y hacían de mi vida un sufrido infierno. No tenía, por entonces, un piso fijo en el que vivir pues el traslado había sido algo más que precipitado; y por ello me había adaptado a lo primero que encontré. Y encima, como también me escaseaba el dinero, tuve que acoplarme a la primera vivienda, si se le podía llamar así, que se acogiera al escaso poder adquisitivo de un estudiante que trabajaba las tardes y los fines de semana en un supermercado que por allí había.
Me imaginaba a la sufrida de mi madre estirándose de los pelos cuando viera en que antro pulgoso y sudoroso estaba viviendo. Pues este era una completa bazofia: pese a estar en un tercer piso no corría el aire y el ambiente sofocante de su interior se hacía cargante incluso con los ventanales abiertos de par en par; las paredes estaban desconchadas, el suelo levantado, el agua era poco potable y para colmo el estresante suministro eléctrico, que era cortado cada dos por tres, hacían del hábitat lo más parecido a una condenación. Incluso los útiles y objetos de una familia extranjera, que vivió allí antes que yo, continuaban tirados por el suelo recogiendo la cantidad ingente de polvo que aquí había. Sólo tendría que resistir aquí un par de semanas hasta que me dieran las llaves del verdadero piso en el que iba a vivir alquilado. Y la verdad es, que aunque estuviera asquerosamente viejo y corrompido, intentaba ser optimista; pues sólo me importaba a la hora de pasar allí la noche ya que las tardes trabajaba y las mañanas las pasaba por entero en la universidad; en la que, para que engañarnos, incluso me duchaba en sus instalaciones deportivas.
-Tan sólo iban a ser unos días. -Me decía y recordaba a mí mismo cada vez que rodaba la cerradura cuando volvía a casa–. Pronto dormirás acompañado en un lujoso colchón.
Pero el escaso tiempo que pasaba dentro de aquel piso se hacía interminable. Día tras día, cuando caía de nuevo la noche y la luna desplegaba su manto de estrellas por el firmamento, una sensación de indescriptible terror laceraba mi espíritu. No podía conciliar el sueño en mi habitación, pues una constante sensación de sentirme vigilado en todo momento me corrompía. Y en esos instantes, justo antes de dormir, mi mente era asaltada por un sinfín de pesadillas y murmullos que estaban más allá del mundo concebible; murmullos y ruidos provenientes de un mar atroz de horror hacia lo desconocido y que temía escuchar cuando toda la ciudad, a mitad noche, quedaba en silencio. Es por ello por lo que prefería dormir en el estrecho y pequeño salón-comedor. Allí, la artificial luz nocturna de la ciudad se colaba por entre las rendijas de las persianas dibujando líneas de anaranjado color en su interior. Y allí es donde dormía: sobre un sillón ya viejo y desgastado que hacía las veces de mi cama y donde únicamente podía intentar dormir con relativa calma. Pues más de una noche desperté sobresaltado creyendo haber oído alguna tímida y fugaz risa en la oscuridad, alguna que otra palabra o frase inconexa, y porqué no, también creyendo haber escuchado el susurrante sonido de alguna silla siendo arrastrada en alguna habitación de la casa. Pero todo eran meras suposiciones e imaginaciones mías. Nunca vi ni escuché nada con seguridad y esta era la base de todos mis insomnios: el terror que acecha en el umbral, el miedo que se esconde más allá de la luz y la desconfianza hacia todo lo desconocido.
Aun así, hubiera pasado las escasas noches que me quedaban hasta tener en mis manos las llaves del nuevo piso, de no haber sido por aquel extraño, aunque inofensivo, suceso. Como ya he dicho, dormía en el sillón del comedor y este hacía pared con la escalera de la finca. Para mi pesar recuerdo claramente aquella noche en la que como tantas había sido despertado de mi ligero sueño por algún ruido acechánte en la noche que no me dejó volver a dormir. Mis ojos se abrían desorbitadamente para intentar divisar algo en las penumbras…
Mis ojos se abrían desorbitadamente para intentar divisar algo en las penumbras del salón; aun así, era poco lo que lograba ver pues sólo alcanzaba a vislumbrar como se difuminaban un mar de sombras embravecidas sólo perceptibles por el rabillo del ojo. Recuerdo con claridad como escuchaba el latir de mi corazón y cómo mi garganta se ahorcaba en su propio nudo; un sudor frío comenzaba a esparcirse por la totalidad de mi cuerpo, y, paralizado por algún tipo de ancestral instinto, permanecía quieto poniendo total atención a mis ojos y oídos esperando no ser sorprendido desde la oscuridad.
Fue entonces cuando lo oí…
A través de la pared del salón-comedor escuché como el ruidoso, estropeado y oxidado ascensor subía hasta el rellano de mi escalera sin que nadie lo hubiese llamado. Miré sobresaltado el reloj, éste marcaba las 4:35 a.m. Me incorporé del sofá y corrí hacia la puerta. Pensé en ladrones que venían a robar a mi casa o al abandonado piso de la otra puerta de la escalera. Acerqué, en la oscuridad, mis ojos a la mirilla de la puerta pero no vi nada anormal. El ascensor había llegado, a oscuras, hasta el rellano; pero tras un par de minutos de sofocada expectación nadie había salido de él. Permanecí allí, quieto, observando a través de la mirilla un rato, pero no sucedió nada.
Desconozco la naturaleza del impulsó que me incitó a rodar la cerradura de mi puerta y salir a la escalera a averiguar la insólita razón por la cual el ascensor sin previo aviso había llegado hasta mi altura y al parecer vacío.
La escalera estaba completamente envuelta en sombras que nada pude hacer para intentar desvanecer, ya que el interruptor de la luz quedaba más allá de la puerta del elevador. Así que, a oscuras, tomé el pomo de la puerta y estiré para ver el interior que guardaba con recelo. Dentro el tuvo de neón que alumbraba parpadeaba rápidamente creando una atmósfera abusiva; sin embargo, y pese a que el interior del ascensor estaba completamente vacío, no lograba librarme de la taladrante sensación de estar acompañado y vigilado en todo momento.
Volví a entrar a mi casa aun excitado por la escena. Cerré las luces y me volví a tumbar en el sillón, pero los fantasmas me volvían a acechar con sus preguntas e inquietudes desde la oscuridad. Y desconozco el rato que pasé así y allí tumbado; desconozco por completo el tiempo que pasó hasta que el sonido tosco, angustioso y chirriante de la puerta del ascensor que se abría hizo saltar a mi corazón dentro de mí. Alguien había salido del ascensor, alguien estaba en el rellano de mi casa; había escuchado como sus pasos se habían encaminado hacia mi misma puerta y se habían parado justo detrás de esta.
¡Ladrones! –Volví a pensar.
Envuelto por una sensación de extrema supervivencia me levanté para buscar algún objeto con el que poder defenderme antes de la precipitada y peligrosa entrada de nadie en mi casa. Cogí un jarrón de la estantería y me coloqué tras la puerta. Unas llaves se escucharon al otro lado de esta; escuché como las introducían en el pomo y como lo giraban; mas nadie abrió la puerta. Permanecí allí en posición defensiva y esperando en romperle el jarrón al primero que entrara, pero tras un par de minutos bajé la guardia para mirar nuevamente a través de la mirilla de la puerta. El rellano de la escalera seguía a oscuras y no había nadie al otro lado.
–Será el cansancio. –Pensé.
Pero en aquel mismo instante aparté aquella posibilidad de mi pensamiento. Grandes zancadas se habían escuchado al final del pasillo de mi casa; unos pasos seguidos de un par de golpes secos y un sonámbulo lamento. Intenté huir, intenté gritar, hubiera intentado cualquier cosa, menos caminar a tientas por mi pasillo en dirección hacia la habitación del final; pero lo hice. Y lo hice guiado por una fuerza misteriosa que me impulsaba a indagar en lo desconocido.
Me abrí paso entre la oscuridad y entré a la habitación.
Encendí el interruptor, pero las casualidades escogen los peores momentos, y aquel era el momento perfecto para uno de los esporádicos cortes de luz. De repente no había luz en la casa y no podía ver nada en el interior de la habitación que permanecía con la persiana bajada. Un susurro llegaba a mis oídos procediendo de su interior; un susurro que se tornó en música, pues reconocí la melodía que sonaba en un pequeño y macabro osito de peluche cuando le estirabas de su anilla.
Corrí tanto como pude, salí a la escalera, bajé la escaleras de dos en dos y no descansé hasta haberme topado con el primer coche patrulla que encontré en la calle.
A la mañana siguiente todo eran interrogantes cuando entré con la policía al piso. No había ningún indicio de que nadie hubiera entrado en mi casa, nadie había forzado la cerradura y ningún objeto se echaba a faltar. Hubiera creído estar soñando, hubiera querido pensar en que todo había sido producto de mi imaginación; aquello hubiera sido lo más razonable.
No sé porqué la escuché, no sé porque tuve que hacerle caso, ahora no logro quitarme la historia ni la música de la cabeza; pues la propia dueña de la casa me contó que: la anterior familia que la alquiló sufrió un pequeño percance en su interior. Al parecer el padre llegó una noche de madrugada borracho a casa, desnucó a su mujer con una maza que este llevaba y estranguló a su hijo con la cuerda de su osito de peluche.
me gustó mucho tu relato pero hay un "tuvo" que debería ser "tubo". fuera de eso está muy bueno, felicidades