Henry estaba subido a un árbol, pero el viento lo derribó y el muchacho descendió por el tronco hasta la hojarasca del bosque. Siguió el sendero hasta que llegó a la linde y cruzó un puente de piedra. Encontró una bicicleta tirada en medio del camino y con ella llegó hasta el pueblo. Se adentró por las empinadas callejuelas hasta un faro que se alzaba cerca de los acantilados. Subió por la escalera de la torre y desplegó el ala-delta que llevaba a la espalda.
Voló sobre las crepitantes olas hasta un galeón anclado en bajamar, y ofreciendo sus servicios al capitán fue llevado a través del océano. Al atardecer trepó hasta la verga más alta y se lanzó al agua. Nadó hasta un arrecife y se adentró por los pasadizos de un barco hundido. Aprovechó que había cerca de allí un submarino y se encaramó a la cubierta. Sin que nadie lo supiera viajó hasta la costa, y echó a andar por una playa que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Se sumergió en la jungla y encontró ruinas de una ciudad olvidada. Subió a un muro y caminó sobre una estatua colosal que estaba medio enterrada en el fango. Trepó a una palmera y se balanceó hasta la orilla de un río, donde halló una solitaria canoa. Se aventuró río abajo y cayó por una cascada pequeña a un lago.
Allí encontró a un explorador que había llegado en hidroavión. Le convenció para que le llevara con él y se alejó de la jungla, hasta alcanzar un mar de prados y granjas. Se lanzó a un riachuelo que bordeaba un campo de maíz y atravesó la plantación. Caminó por la cuneta de una carretera secundaria hasta que un granjero le ofreció la parte de atrás de su camioneta. Así llegó hasta la ciudad. Ascendió a la azotea de un bloque de apartamentos por la escalera de incendios y de nuevo echó mano de su ala-delta para sobrevolar los edificios hasta un parque. Atravesó corriendo el inmenso jardín y desapareció por una entrada de metro.