Llegue a casa y como siempre el perro tenia el hocico lleno de mierda. Le di unas patadas y lo eché del corredor. Fue a echarse bajo el coche, en el jardín. Fue entonces cuando me di cuenta que el pinché carro tenia la llanta ponchada.

Me desparrame en un sillón viejo y oloroso a pescado. Me levante rápido y al examinarlo me di cuanta que en él habían choreado la comida que ahora se pegaba a mi camisa y mi cuerpo sudoroso. Fueron los pinches chamacos del demonio. Pero cuando lleguen los voy a poner a lavar mi ropa y quedaran castigados el fin de semana.

Mientras pasaba por la cocina me di cuanta que el gato metía sus patas peludas en mi almuerzo y saboreaba el pescado que me habían dejado ¡Gato del demonio bájate de ahí, fuera! Y al correr volteó el bote de azúcar que por descuido lo habían dejado destapado. ¡Haaaaaay maldita sea!

Me tire al piso viendo al techo y de pronto se fue la luz. No volvería hasta dentro de unas horas, en mi colonia pasa frecuentemente, son muy comunes estos sucesos. Al poner la oreja pegada al piso escuche una gotera ¡y eso! Examine y en el baño uno de los tubos del lavamanos se encontraba flojo y el desagüe tapado. Ya se formaba una pequeña alberca dentro, donde las bolitas de pelos transitaban alegremente de pared a pared.

No quise saber mas e hice caso omiso a las advertencias de un día pesado. Como me hubiera gustado haberme quedado en la oficina y solo soportar los regaños del gordo de mi jefe.

Me tendí sobre la cama y quede viendo al techo mientras trataba de conciliar el sueño.

¡Pasos, boruca, gente!... ¿Quién es? ¿Quién anda ahí? … ¡Se han metido! ¿serán rateros?

He salido sigilosamente del cuarto a la cocina y…

– ¡Vecinos!
– ¿Vecino? ¿Qué hace aquí?

Volteo a ver y sí, todo me parece diferente, incluso yo no tengo un sillón en el corredor y mi mujer no me dejaría pescado por que a mi no me gusta.

¡Haaaaaay maldita sea! ¡Haaaaaay maldito cansancio!

Otra vez me he vuelto a equivocar de casa.