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El Altar del Día de Muertos

Bueno algo que no se detiene es el tiempo y siempre va para adelante, aunque en ocasiones podamos hacerlo volver, relativamente con el simple hecho de recordar. Y en esta ocasión esto precisamente era lo que me estaba sucediendo, y no es que digamos que entraba a los Senderos de los Recuerdos o a la Enciclopedia de la Nostalgia pero que grato es volver a vivir en el pensamiento tan bellos recuerdos de mis vivencias tanto con la familia como con los amigos y amigas.

Sucede que estábamos en el mes de octubre y a querer o no la cercanía con el Día de Muertos me ocupaba en la preparación primero de los miles de detalles que acostumbrábamos acomodar en la ofrenda propia de estas fechas.

Desde luego que no podía montar totalmente el altar ya que cuando menos lo relativo a las flores de cempasúchil lo hacía el último día de octubre con la idea que el colorido que le imprimía el amarillo tan característico de esa mexicanísima flor durara lo más que fuera posible, el mismo criterio era aplicado cuando menos para la compra del pulque, parte de la ofrenda en memoria de mi tatarabuelo al que por cierto no conocí sino por referencias de Papo (mi abuelo), pues esta adquisición cada año se volvía más y más difícil de obtener ya que las famosas y típicas pulquerías iban siendo día con día cada vez más escasas, no como en lo tiempos de infancia de mi Papo que según me platicaba las podías encontrar casi a cada esquina o al menos por el rumbo dónde pasó su temprana edad había no menos de una docena, a saber, “La Chinampa, “Los Siete Compadres, “El Palo Seco”, “La Línea de Fuego, “Las Licuadoras”, “El Tinacal de Liébana”, “El Cacahutín”, “El Neutle”, “Cara Pálida”, “La Oficina”, Los Ingenieros”, “El Sindicato” y otras más que escapan a mi memoria.

Me platicaba mi Papo el olor característico que denotaba el paso por fuera de esos famosos expendios de Neutle, como también se le conoce al famoso Néctar de los Dioses que en un principio era reservado solo y únicamente para la reina. En sus amenos comentarios, recuerdo la descripción que me hacía de los “Sábados de Gloria” día que era algo así como la festividad más grande de los expendedores de pulque y más que eso de los mismos parroquianos los que desde días antes se afanaban por limpiar, repintar y en ocasiones hasta resanar y cumplir con algún trabajo de albañilería todo con el fin de que el local luciera en todo su esplendor ya que inclusive toda la cuadra de la calle donde se ubicaban era engalanada con colorido papel picado que en realidad eran unas verdaderas obras de arte.

Y que decir del Sábado de Gloria, día en el que éramos despertados por al menos tres sonoros retumbos con motivo de la explotación de sendos cohetones de los conocidos como “Subidores”. Esto en realidad marcaba el arranque del jolgorio que duraba hasta la madrugada del Domingo de Resurrección y que en casi todas las ocasiones en cuanto terminaba esta celebración se encaminaban al Templo de San Gabriel Arcángel, templo franciscano enclavado en el merito centro del “Pueblo” de Tacuba y dicho sea de paso; Que me perdone mi Bis-Bis Munita, como siempre le dije a mi bisabuelo Ventura, papá de mi Papo, ya que le daba una muina que le dijéramos “Pueblo” ya que según Él lo describía con una verdadera letanía de elogios que lo mínimo con lo que calificaba era con Capital del Mundo, Sucursal del Cielo, Cuna de Reyes, Condes y Emperadores y por donde, según Munita, había pasado DIOS y había dicho “He aquí a mis hijos predilectos”, y el resto dela letanía se los quedo a deber ya que no lo recuerdo.

Pues después de los tres tremendos y sonoros estallidos se aprestaba toda la chiquillada a hacer acto de presencia ya que propiamente la celebración iniciaba con el reparto de juguetes y colaciones que en enormes bolsas les eran repartidas con la mayor displicencia y sin hacer distingos o investigaciones o interrogatorios acerca de la procedencia o el domicilio de los chiquillos y chiquillas que se formaban en la mayoría de las ocasiones con exceso de algarabía la cual era más o menos controlada con el reparto anticipado de sendo jarros de atolito de sabores y a cual más de rico y sabroso ya fuera de Cajeta, que era el que más le gustaba a mi Papo, aunque en realidad era el único sabor que verdaderamente aceptaba ya que como el decía, “El atole nunca fue Santo de su devoción”. Pues no acababan de saborear su ración de atole y entre sorbos y quemadas ya estaban recibiendo un bolillo de que esos tiempos costaban algo así como veinte centavos y además rellenados con un tamal ya fuera de Mole, Verde, de Rajas con Queso que eran los más picosos o de dulce que bien resultaban de piña, de coco o de azúcar con pasas y que en un descuido alcanzaba hasta para la merienda sino es que hasta para el desayuno del otro día, claro que esto no sucedía ya que en cuanto regresaban a casa era compartido con mi Bis-Bis Perita. Claro que solo regresaban a dejar lo que no podían cargar ya que al termino del reparto de las sabrosísimas e inolvidables tortas de tamal, ya el olor de los “Chicharrones de Buey y Vaca otra costumbre y producto que solo fuera de las pulquerías era posible conseguir y no comprar ya que era otro obsequio pero que en ese día tenían un sabor a autentica gloria, bueno mi papo fue dotado de un estomago a prueba de balas ya que nunca se enfermaba por más antojitos que ingiriera y vaya que si que eran de su gusto, gusto que sea dicho de paso me heredo ya que lo que es la barbacoa, las carnitas, la pancita, los pulpos y ya mejor le paro so pena de que el teclado quede lleno de “Baba” porque nada más cierto aquello de que “Se me hace agua la boca” y más cuando recuerdo la descripción de la salsa verde martajado que era elaborada en el ambiente más abierto que se pueda uno imaginar y sin guardar el mínimo secreto usando unos molcajetes del “Tamaño del Miedo” como decía la mamá de mi papo los parroquianos más asiduos se encargaban de hacer y repartir personalmente y que no negaban cuantas veces se les solicitara ya que además eran muy celosos de su producto y a la vez lo hacían con tanto orgullo de saberse haber sido los elegidos ya que no a cualquier persona le era permitido colaborar en ese aspecto y cuando digo colaborar es porque lo hacía por e mero gusto de intervenir desde la compra de los ingrediente, desde luego chiles verdes, tomates, cilantro, la sal de cocina, unas semillas llamadas “Guajes” fruto de un tipo de palmera que es típica del sureste de la Republica y que al secarse emite un sonido muy agradable parecido al de una sonaja. Esto era elaborado por un grupo de cuando mucho tres personas mientras otras tres personas hacían otra salsa conocida como “Pico de Gallo” que consistía en picar todos los ingredientes y revolverlos en un perol de preferencia de madera, así eran preparados los tomates, las cebollas cabezonas, los chiles verdes y en muchas ocasiones aguacate sin faltar el imprescindible cilantro picado y que eran mezclados sin que fueran tocados por la mano de elaborador para lo que siempre utilizaban unos cucharones de madera y que precisamente eran de madera nunca de metal y mucho menos de plástico. Y aunque en este caso no se trataba de competencia alguna o de algún concurso pero el caso es que cada grupo se esforzaba por obtener la salsa más picosa lo cual era definido por ser la primera salsa que se terminara ya que invariablemente era la que resultaba con mayor demanda por parte de todas las personas que saboreaban sus crujientes chicharrones de Buey y Vaca en forma de taco para lo cual se formaban en otra fila o “Cola” frente a unos comalotes de barro que para tal fin colocaban en las afueras de la pulquería de donde salían apetitosas y enemigas acérrimas de cualquier régimen de dieta las imprescindibles tortillas hechas con nixtamal que había sido preparado desde la noche anterior con maíz especialmente cultivado y cosechado para la ocasión y que era molido en un molinito portátil traído desde el mismo lugar donde se asentaban las milpas.

Bueno, pues terminaban de saborear aquellos manjares y ya estaban repartiendo sabrosas y frías aguas de Horchata, Jamaica o de Chía y como intermedio un “Pirulí”, dulce que en forma de cono y a base de estar chupando legaban a formar largos hilos de dulce, tan largos como su brazo les permitía.

Para esto ya se habían organizado animados torneos de “Rayuela”, pasatiempo que consistía en tratar de ensartar una moneda de a veinte centavos, de esas de cobre de las que aún guardo una buena cantidad, de cobre con el grabado de la Pirámide del Sol en el anverso y desde luego el escudo nacional o sea el águila devorando a la serpiente en el reverso. Según me platicaba mi papo, en ese tiempo “Un Veinte” era un veinte y te alcanzaba para un viaje en camión aunque de los llamados de segunda pero al fin viaje y era casi la mitad del costo de la entrada a la matinée dominical. Pues estaba describiendo el jueguito aquel y que en una tabla de unos treinta por treinta centímetros e inclinada se le había hecho una perforación por la que escasamente pasaba y eso muy ajustada la moneda de a veinte, en un determinado número de intentos que no sobrepasaban los tres el ganador era el que mayor número de ocasiones pasara su moneda obteniendo mayor ventaja el que lo lograra limpiamente es decir sin que la moneda tocara algún borde del agujero.

Simultáneamente a este singular torneo tenía lugar otro que consistía en pintar una raya en el suelo y desde cierta distancia tratar de lanzar una moneda que para tal diversión se trataba de un “Morelos” de a peso, toda una fortuna al menos para mi papo ya que según me comentó la paridad del Dólar Americano se mantuvo por muchos años en doce cincuenta pesos mejicanos por cada moneda de aquellas. En este juego se mantenían las monedas de los diversos participantes en lugar donde cayeran dándose el caso que en ocasiones la moneda de algún participante o bien rebotara modificando su destino o golpeara otra moneda acercando o alejando a esta a la raya que le daba nombre al juego conocido como “Pitima”. Los ganadores de cada torneo eran premiados con atractivos regalos que resultaban atractivos en demasía ya casi siempre se trataba de electrodomésticos, aunque al calor del festejo y después de haber pasado casi todo el día saboreando los famosos tornillos, medida esta que equivalía a un cuarto de litro y que era servido en un recipiente de vidrio medio verde y con una forma muy especial con un adorno exterior que simulaba la forma muy similar a la de un tornillo visto lateralmente y de donde se derivaba su nombre, pues después de todo eso, los premios acababan cataficsiados por algunas medidas del nutritivo, según ellos de pulque en el mejor de los casos sino es que rematados al mejor postor.

Sucede que rayando el medio día y cuando el Sol estaba en lo más alto del casi siempre despejado y carente de alguna nube, cielo daban inicio las atracciones pera los grandes y que tenían como evento central la ascensión al “Palo Encebado”, siendo este un poste de madera al que antes de izarlo era revestido por una capa de cebo que lo convertía en un resbaladizo obstáculo y cuya finalidad consistía alcanzar la parte más alta donde en una cruceta, los patrocinadores habían colocado una muy buena y a la vez motivante cantidad de regalos que en casi todas las ocasiones incluían un buen fajo de billetes y que alguna vez llego a representar ¡Mil pesos!, algo así como lo que mi Bis-Bis ganaba en su taller de mecánica automotriz durante un mes y eso en los buenos tiempos durante los cuales entraban y salían los autos o camiones de carga tal si fuera una terminal de autobuses pero en los meses de “Vacas Flacas” como se refería mi Bis-Bis Perita, durante los que no se paraban ni las moscas llegaban a representar las entradas económicas de varios meses.

Después de varios intentos y de un buen rato de diversión de ver a los participantes tratando de subir y de ver desvanecidos sus más caros afanes al lograr tan solo y cuando mucho un par de metros antes de resbalar y dar con su humanidad en el polvozo suelo motivo de estruendosa carcajada de parte de todos los espectadores que para esas horas ya representaba algo cercano al ciento de personas de todas edades. Cuando finalmente alguien lograba el cometido y además de los regalos colocados como meta se llevaba una sonora aclamación de admiración acompañada de una salva de aplausos el poste era inmediatamente retirado y en su lugar se colgaban unos “Judas” figuras de cartón pintadas de chillantes colores y armadas con una generosa dosis de cohetes y que era hecho tronar al ritmo del vaivén que le imprimía el acompasado movimiento de la cuerda tensionada que lo sostenía. A la lluvia luminosa de los más variados colores que generaban la ignición de pólvora mezclada con alguna otra sustancia, la concurrencia se llenaba de júbilo por la representación que era destruida y que en la mayoría de las ocasiones se trataba de la esfinge de algún personaje político sin que llegara a ser el presidente ya que en esos tiempos la figura presidencial era un icono sagrado y algo así como un Semi-Dios o según ellos mismos y sus más cercanos colaboradores que no eran otra cosa que sus más cercanos aduladores, concepto que a partir de los años de mi infancia cambio radicalmente y de manera extremosa al grado de que cualquiera de las personas que conformamos la sociedad podemos y tenemos la plena libertad de ridiculizar al mismo presidente. Lo que nunca sucedió fue que se plasmara en la figura de esos “Judas” a algún personaje del ámbito religioso sin importar la religión que se tratase. Eso si, también los personajes extranjeros eran muy socorridos y con la misma alegría que se rompían las piñatas en fin de año, las figuras de los presidentes de Estados Unidos o de algún otro país era quemada sin el menor recato y en la total carencia de respeto por parte de los espectadores.

En algunas ocasiones a los mismos monigotes de cartón se les colgaban regalos que al estallar de los cohetones, caían siendo motivo de una verdadera algarabía en el afán de obtener alguno de tales regalos.

Una vez que habían sido quemados los “Judas” que por lo general eran tres, se iniciaba lo que se conocía como “Quema del Torito” y que consistía en la figura en cartón de lo que supuestamente representaba un toro sembrado con infinidad de cohetes que no estallaban sino que dejaban caer una cascada de furiosa y quemante lluvia de chispas y que en varias ocasiones llegó a dar como resultado la quema de la piel de algún avezado que arriesgaba su humanidad con al afán de poder arrebatar alguno de los listones que tenían como terminal algún papel enrollado mismo que indicaba uno de tantos otros premios cuya obtención total y con la terminación de la quema del torito daba como concluida la celebración del Sábado de Gloria.

Pues esto era apenas la obtención del pulque que formaría parte de la ofrenda. El día último de octubre me abocaba a la tarea de comprar al menos un kilo de barbacoa lo cual servía de motivo o mejor dicho pretexto de una rápida visita a la Ciudad de Pachuca en el cercano Estado de Hidalgo y que desde mi más temprana edad y eso quiere decir cuando escasamente acababa de cumplir un año, visité a mi papo en compañía de “Mi Kity” o sea mi abuelita y que casualmente y considerando que mi papo trabajaba en esa ciudad fuimos a pasar al menos un par de fines de semana durante los cuales tuve la oportunidad de tener mis primeros encuentros con los exquisitos “Pastes”, una especie de empanadas rellenos de diversas preparaciones herencia de los mineros ingleses que fundaron desde el siglo diez y ocho el sistema de minas que aún en estos días prevalece como principal fuente de ingresos de esa Ciudad. Mi papo cooperaba como ingeniero en la construcción de una unidad habitacional y que lo ocupó por espacio de unos cuantos meses durante los cuales lo vistamos en varias ocasiones. También empecé a saborear la incomparable barbacoa de borrego que en esos rumbos acostumbran a elaborar utilizando para ello un hoyo cavado en el suelo. Este hoyo es calentado con leña durante al menos seis horas mientras se prepara la carne del borrego la que se adereza con algún adobo y que se envuelve con pencas de maguey lo que finalmente le dará el tan característico sabor a dicho manjar. Antes de disponer la preparación de carne envuelta en el hoyo ya caliente es colocado un recipiente conteniendo pulque, agua o cerveza con algunas verduras como garbaza, zanahorias, arroz, cebolla sin faltar hierbas de olor. Seguidamente a la colocación de la preparación de la carne, el hoyo es tapado con una lámina y sellada con tierra producto de la misma excavación y dejada reposar durante toda la noche. Al amanecer el hoyo es destapado con una singular y sencilla ceremonia que dará primeramente el placer de deleitar el olfato con la primera fumarola de vapor mezclada con la combinación aromática de todos los ingredientes que fueron previamente preparados y que dan como resultado el incomparable “Consomé”, preparado que compite en sabor con el más exquisito platillo de cualquier parte del planeta y no es exageración.

En Pachuca aprovechaba y después de haber obtenido unos cuantos kilos de peso como penitencia a la desmanda en el comer, regresaba a la ciudad con al menos un kilogramo de barbacoa cuidadosamente envuelta y sellada para conservar su esencia y que también formaría parte de la ofrenda del “Altar del Día de Muertos”.

La preparación de dicho altar era motivo de bastante trabajo, aunque en realidad representaba la oportunidad de saborear delicias que no causaban el mismo efecto en cualquier otra época del año. Tal era el caso de la “Calabaza en Tacha” cuya preparación era inversa en dificultad a la sencillez que requería su cocimiento y que recompensaba generosamente con el sabor que se lograba de la combinación de la misma calabaza, el piloncillo, la cáscara de naranja, las guayabas, la canela, los clavos, las cañas, los tejocotes y el amor que se le invirtiera en su preparación. La desventaja o ventaja de la preparación de la Calabaza estriba en que no se puede preparar en poca cantidad lo que conlleva a quedar en condición de poder compartir con familiares y amigos el resultado y que, sea dicho de paso, es esperado con verdadera ansiedad para tener el gusto de degustar en esa tan representativa celebración tan singular dulce de nuestro folclor nacional.

No faltaban como ofrendas la consabida botella de tequila, la sal, el azúcar, el agua, las calaveritas de azúcar y los “Padrecitos” que son un autentica artesanía herencia de mi Bis-Bis Perita y que consistían en la formación de una especia de fraile cuya vestimenta era obtenida del recorte de una cartulina negra, su cabeza la formaba un garbanzo seco y unos trozos de algodón llegaban a formar su cabellera y su barba, una preciosura de artesanía y fiel representación del ingenio de mi Bis-Bis.

Además de todo esto el Altar se adornaba con manteles de papel picado y veladoras que representaban cada uno de nuestros deudos que no necesariamente simbolizaban a algún familiar.

La semana anterior a la celebración del Día de Muertos estuve bastante ocupada y no me di cuenta de la presencia de “Mi Amiguito”. Apareció con una cara de muy pocos amigos, bueno aunque no pude verla me imagino que así debe de haber sido ya que de pronto hasta su gorrita azul de Sony salió botada con tal fuerza que el ruido provocado al caer en una banca del Parque de la Paz me sacó de mi observación. Sucede que en ese momento me detuve a contemplar a una pareja de ancianos todo un verdadero ejemplo de amor. Él se notaba un poco mayor que Ella, vestía zapatos tenis, me imagino que por la comodidad, un pantalón claro perfectamente planchado y no se le notaba mancha alguna a pesar de ser de color claro, una chamarra deportiva con un logotipo de algún equipo universitario seguramente del vecino país del norte, la gorra tipo vasca haciendo juego con el color de su chamarra también usaba lentes de esos que se usan solo para leer ya que los mantenía caídos casi lo necesario para que no resbalaran más cerca del extremo de la nariz.

Ella vestía un elegante traje gris en tono claro, peinada con una coqueta trenza enrollada formando una especie de corona, su cabellera en un tono gris que propiamente hacía juego tonalmente con el color de su traje, su blusa blanca con escarola en el frente y al lado un bolso en charol negro, sostenía además un pañuelo entre sus manos. Estaba recargada sobre el hombro izquierdo de su compañero. Él sostenía un periódico doblado y se ocupaba en leer en voz alta con una excelente entonación y con la tesitura de voz varonil de tenor que los años no habían podido modificar sino por el contrario daba la impresión que al paso del tiempo su entonación mejoraba, pues leía la reseña de algún articulo del diario acontecer ya que al grado de atención que puse me permitió reconocer en su lectura el mismo tema que por la mañana había escuchado el noticiario matutino que por el canal dos trasmite cotidianamente. Y me refiero a que escuché esa noticia ya que esa es otra de las costumbres que heredo de parte de mi papo que lo primero que hacía antes de abrir los ojos al despertar era tomar el control remoto de la televisión y la encendía para escuchar las noticias, eso es algo que nunca entendí ya que lo mejor hubiera sido haber encendido, y no prendido, la radio, y no el radio, y así ahorrarse el funcionamiento del televisor. Algún tiempo después durante una de sus charlas de sobremesa me explico el por qué de su costumbre.

- Mira, me dijo. Sucede que durante mucho tiempo mi trabajo me llevó a viajar fuera de la ciudad por periodos que en ocasiones se prolongaron hasta por varios años lo que a su vez me hizo vivir solo ya fuera en hoteles o en departamentos pero la mayor parte del tiempo, solo lo que me llevó a adquirir la costumbre que al despertar, al regresar por la tarde a comer o por la noche a descansar antes de hacer funcionar la iluminación, lo prioritario para mi era sentir algo de ruido que generalmente era la estación local ya fuera de alguna radiodifusora o de alguna televisora y que siempre eran locales ya que en ese tiempo ni pensar en transmisión por satélite o ni que decir el sistema de Cable. Posteriormente cuando tu abuela me visitaba trataba de no despertarla tan temprano como mí trabajo me obligaba a hacerlo aunque el problema no era el volumen del sonido sino la intensidad de la luz, así que con un volumen razonable a la vez obtenía una cierta iluminación suficiente como para permitirme ubicar lo necesario para mi vestimenta que aunque la noche anterior había preparado, para el toque final era necesario una cierta penumbra. En realidad esto fue el complemento a lo sucedido durante la noche anterior ya que a pesar de que cuando regresaba de la obra, acostumbrábamos salir a dar un paseo local o a merendar en alguno de las cenadurías cercanas o en ocasiones a sentir la brisa marina. Después De un día en la obra bajo el rayo del sol y en muchas ocasiones con temperaturas que rayaban en casi una sucursal del infierno, el cansancio hacía mella en mi humanidad y por lo general caía rendido y normalmente me dormía hasta varias horas antes que lo que lograba tu abuela conciliar su sueño dando como resultado que como a mi no me molestaba el ruido ya que podría haber dormido junto al motor de una locomotora, Ella veía ya fuera algún programa de variedad o la transmisión de alguna película subtitulada. En realidad nunca entró en mi cabecita loca el por qué me había casado con tu abuela ya que mientras Ella se dormía tarde yo lo hacía temprano relativamente y al despertar era lo contrario, es decir, yo despertaba temprano, muy temprano y Ella acostumbraba hacerlo a eso de las diez de la madrugada.

Al recordar este pasaje de la vida de mis abuelos no pude más que sonreír internamente y nostálgicamente enviar un beso imaginario tal como mi papo habíamos quedado secretamente desde que yo era muy niña. – Sabes Pame, no importa donde me encuentre yo, siempre estaré atento para cuidarte y ten la plena seguridad que recibiré el beso que me envías. El beso que le enviaba de vez en cuando consistía en un simple ritual de semi ocultar el pulgar de la mano derecha con los otros dedos, depositar un beso, y soltarlo muy parecido a la acción que se efectúa cuando se está jugando con canicas y por último dirigirlo imaginariamente a dónde yo creía debería estar observándome y en ese preciso momento sentir como efectivamente recibía respuesta sin importar la hora o el lugar. Creo que estuviera dónde estuviera, como lo pactamos, nunca dormía.

Esta es la razón por la que identifiqué el tipo de noticias que estaba escuchando de la lectura que Él hacía para Ella. Calculé que deberían tener alrededor de ochenta y pocos años, aparte de sus lentes para leer, Él lucía un bien recortado mostacho totalmente cano, Ella no tenía gota de maquillaje, no lo necesitaba, tenía un bello rostro enmarcado por una serie de pequeñas arrugas que realmente embellecían su rostro.

Al cambio de tonalidades en la voz de su narrador, esbozaba una liguera sonrisa y se arrellanaba a cada comentario en inclusive de vez en cuando le daba un cierto cariño en el brazo de su compañero, ¡Era invidente!.

Ese cuadro quedó grabado en mi mente como la más pura muestra de amor que jamás pude encontrar y solo puede ser comparado con la relación que por muchos años mantuvieron mis abuelos ya que a pesar de ser tan diferentes en su forma de ser, en su carácter y en la forma de tratarme ellos mantuvieron un amor que daba envidia sin que llegara a lo empalagoso. Aún sigue siendo motivo de ejemplo para mis tíos y primos que según sus propios comentarios son recordados como la pareja perfectamente complementada, Él grandote, Ella chaparrita, Él muy duro en su hablar y en su trato sin llegar a lastimar, Ella todo un dulce. Ellos fueron: Mí Papo y mí Kity.

Tragando saliva es que me pilló el ruido de la gorrita azul de Sony.

- ¿Qué te pasa?. Te tardas una eternidad en hacerte presente y mira cómo lo haces. ¿Qué te crees?. ¡Mhhhhhhhh!.

- ¿Te parece poco que te afanes tanto como has estado haciendo en la preparación de la ofrenda para el Altar del Día de Muertos, y no has considerado un lugar para mi?

- ¿Te das cuenta que hasta este momento y a pesar que tengo tantos años que te conozco y que desde que era una niña juego, te regaño, te encomiendo el cuidado de la casa, bueno es más hasta recados le enviado a mi papo contigo y nunca, nunca me has dicho tu nombre?. ¡No sé cómo te llamas, no sé cuál es tu nombre!, ¡Nunca me lo has querido decir!, ¡Siempre has sido para mí Mí amiguito de la gorrita azul de Sony!, ¿Cómo quieres que sepa quién eres?. No es justo, no es justo.

Entonces si que casi suelto el llanto, primero la presencia y actitud de los ancianos, después el recuerdo de mi papo y por último los reclamos de “Mí amiguito de la gorrita azul de Sony”. No era posible aguantar estoicamente tanta emoción y una seguida de la otra. No era posible.

Todo esto sucedió con tanta rapidez y a la vez en tan largo lapso de tiempo que la noche había caído y la escasa iluminación del Parque de la Paz creó una escenografía muy propia de la Noche de Muertos.

- No seas chistoso, estoy a punto de soltar el llanto y si me aguanto es tan solo porque estoy aquí en el parque y además no se vería bien que me pusiera a llorar sin motivo ya que recuerda que solo yo puedo verte, solo yo tengo la fortuna de verte, aunque en algunas ocasiones no sé sí es que es fortuna o lo contrario.

- No seas mala conmigo, lo cierto que tú eres la única con la que puedo platicar y hacerme presente cuando me necesitas. ¿Te acuerdas aquel día que en este mismo lugar tuviste miedo cuando ibas atravesando y de pronto la oscuridad te causó tal temor que inmediatamente acudí y te acompañé hasta que llegaste a tu casita?. ¿O cuando se les ocurrió a todos tus amigos de la cuadra ir hace algunos años en estas mismas fechas, es más en el mero Día de Muertos, al panteón dizque para probar que eran muy hombres?.

- ¡No es cierto!. Lo hicimos como una prueba pero no de valentía sino solo para cumplir una promesa que hicimos cuando nos propusimos entrar a la Casa de los Gatos o la de visitar un panteón el Día de Muertos.

Como por arte de magia toda la tensión desapareció y el poco camino que faltaba para llegar a casa fue revestido de un autentico placer acompañado de una confortabilidad que le permitió a Pame entrar con muchísimas ganas de terminar de arreglar el Altar de Muertos.

¡Mhhhhhhhhh!. Estas velas aromáticas que encontré en el cuarto de triques son las sobrantes de las que se obsequiaron en la ceremonia religiosa de la boda de mis tíos Beto y Angelita. Es increíble que después de tantos años aún conserven el aroma original. Dijo para sus adentros Pame.

La sala y el comedor se impregnaron de aquel picante olorcito a canela por las cuatro velas que había encendido.

A ver. Por aquí tendremos que poner el tablero de ajedrez de mi papo. ¡Que bonito!. Es increíble que conserve su brillo después de tanto tiempo. Este Tablero se lo trajo mí Kity a papo en su primer viaje por Europa y si no mal recuerdo lo compró en Sevilla. ¡Cómo recuerdo aquellas tardes que sentados en la sala iniciamos mi aprendizaje para este Juego-Ciencia que al principio me pareció muy aburrido pero después me llevó a inclusive participar en varios Torneos hasta de nivel Nacional y a no ser porque mis estudios en París durante el Doctorado en Pediatría creo que es posible hubiera alcanzado subir en el Ranking no digamos nacional si no mundial, pero eso es soñar despierta y ¡Pamela, tu no lo acostumbras!.

- ¿Hablando sola?. No, no, no, eso es mal indicio. ¿Te has dado cuenta que hablas con la computadora, con los microbios, con tu Amiguito de la gorrita azul de Sony y ahora hasta contigo misma?. Malo, malo.

- ¡Cállate!, Que no me tienes muy contenta después del susto que me diste ahora en la tarde y además después de tanto tiempo sin venir sin siquiera mandarme una señal, sin acompañarme cuando más te he necesitado.

- ¿Cuándo más me has necesitado?. ¿Qué te pasa?. Ahí estuve cuando presentaste tu examen profesional, cuando contestaste tu examen de admisión para la maestría y que decir cuando te estabas haciendo bolas con el inglés y el francés en tu exposición temática en u examen de oposición cuando al fin obtuviste el grado de Doctor en Pediatría. Quiero que sepas que además no estuve solo.

- ¿Qué no estuviste solo?. No me digas que Papo estuvo ahí contigo.

- No, no estuvo conmigo, si que estuvo ahí pero no acompañando a tu Amigo de la gorrita azul de Sony, no, no me estaba acompañando. ¡Estaba contigo!. Deleitándose de tu desempeño y confirmando que no se equivocó cuando e dijo que llegarías a ser lo que quisieras, que tu no eras del montón, que tu habías nacido para ser Líder. Sí hubieras visto su expresión de orgullo, sus lagrimas rodando por sus mejillas, que aunque a nosotros no nos está permitido llorar, creo que le fue concedido por el Patrón la gracia de poder hacerlo, si lo hubieras visto.

Aquel tan singular diálogo fue interrumpido por el “Ding-Dong” de la campañilla del timbre que era el mismo que estaba instalado desde que Pame recordaba.

Eran los amigos de Pame, los más antiguos amigos de la cuadra. Ahí fueron llegando Luz, Sebas, Karem, Caty, Karla, Angelita, Momo, Samanta, Alexis, Erick.

Alexis llegó aún con su sotana que en esta ocasión era color púrpura.

- ¡Excelencia!.

- ¡Que Excelencia ni que ocho cuartos!. Sigo siendo Alexis, solo Alexis.

Al ir entrando uno por uno iban depositando en la mesa del ante-comedor; los refrescos, las botanas, las salchichas, los vasos y platos desechables, un pie de queso. Karla metió inmediatamente un flan que por fin había aprendido de la misma manera que su mamá lo hacía. No muy discretamente, Alexis sacó debajo de su sotana una botella de Tequila.


- ¡Porfidio!. ¡Que bárbaro!. ¿Cómo la conseguiste?.

- Ya ven. Uno que está muy palanca allá arriba, pues casi logra milagros. Pero esta no es para nosotros, para nosotros es esta ¡Sauza Reposado!.

- ¿Entonces, para quién es?.

- Esta es par tu papo. Recuerda cómo le gustaba desde la botella con su cactus en el fondo y ese color azul de la botella contrastando con el verde del cactus. Tenía buen gusto tu papo

- Gracias Alexis, gracias. Dijo Pame, dándole un beso en la mejilla.

- Perdón, perdón Alexis, creo que no debí.

- ¿Que no debiste?. Olvídate aquí soy el mismo Alexis. Y para demostrárselos en este mismo momento me quito mi piel de cordero o sea mi sotana.

- ¡Espera!. Mejor sube a la recámara.

- ¿Qué te pasa, crees que vengo a raíz?. Traigo mis “Palzoncitos”.

Todos soltaron la carcajada.

- Quiero decir, también traigo mi pantalón.

- ¡Ah!. Así cambia. Rieron nuevamente al momento que cada uno empezaba con sus labores como un ejercito que está perfectamente sincronizado para desarrollar un plan estratégico trazado de antemano.

Las chicas ya no tan chicas establecieron su coto de poder en la cocina dónde iniciaron los preparativos para la botana a base de salchichas, desde luego de pavo y de los aderezos para acompañarlas mientras que los demás automáticamente sacaban vasos y platos. Sebas se encargaba de marcar como era costumbre ancestral, los vasos con el nombre de cada uno de ellos.

Sin someterlo a consideración, Alexis se instaló en la cantina donde empezó a preparar unas apetitosas “Palomas”.

- No es que yo sea el de la practica, solo que quiero estar seguro que no terminaremos como la vez que amanecimos en el panteón.

Volvieron carcajearse al tiempo que iniciaban los recuerdos de aquella memorable noche anterior al Día de Muertos.

- Que buena onda eso de reunirnos otra vez y exactamente este día.

- ¿Reunirnos?. ¿Cómo es que llegaste?

- Pues recibí tu mail hará escasamente un par de horas, es más lo recibí en la oficina.

- Y yo en la Mitra.

- Pues yo lo recibí como mensaje en mi celular.

- Yo lo escuché en la contestadota.

- A mi me dio el recado el portero del condominio.

- ¡Vaya que si que has tenido tiempo para reunirnos Pame!

- ¿?

Pame tomó un vaso sin nombre y lo colocó en el Altar del Día de Muertos, ahí a la derecha donde estaba sentado y guiñándole un ojo.

- Y esta. ¿Para quién es?.

- ¡Ah!. Pues esta es para un amiguito.

- ¡Órale!. Corearon casi al unísono.

Un Amiguito de la gorrita azul de Sony. Dijo para sus adentros Pame.

- ¡Gracias!. Sabes que siempre estaré cerca de ti y que además no estaré solo, ahora ya no estoy solo.

- Gracias. Murmuró Pame al momento que terminaba de arreglar la ofrenda del Altar del Día de Muertos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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