Siempre está allí. Escondida entre las sombras. Acecha. Busca la ocasión. Llega con las primeras horas de la noche. Cruza espacios, inalterable en sus ambiciones.
Angel Benavides lo sabe y consciente de su presencia la evita. Pretende con su indiferencia mantenerla alejada. Llena sus pensamientos con sus sueños, sus futuros. Agota su cuerpo con las actividades que realiza en aquella taberna casi olvidada, en algún rincón de la ciudad.
La densidad del humo, la música estridente, los gritos de los clientes, impiden todo contacto entre los dos. Por momentos se olvida que en el entramado de su existencia, ella espera por él, para adueñarse de su vida. Aquella figura de color negro-olvido, silenciosa como el transcurrir del tiempo, se pierde en la transparencia de alguna de sus fantasías.
En la madrugada, con la mirada ausente por el cansancio, Ángel regresa a su hogar y como todas las mañanas, cuando el sol empieza su ronda matutina, se mide la muerte. Se envuelve con ella y emprende el viaje hacia la nada.
De repente Ángel vuelve a la realidad de su existencia. Guarda el libro que esta leyendo y se marcha. Es la hora de ir a la universidad.